La ciudad inteligente

PUBLICADA en EL DIARIO MONTAÑÉS
Viernes 10 de mayo de 1013

Yo era de esas personas que asumían con empedernido escepticismo eso de que ahora, al parecer, somos una ciudad inteligente. Llevaba tiempo buscando algún indicio que me confirmase la existencia de esta desacostumbrada epidemia de inteligencia que de repente parece haberse apoderado de Santander -que ahora se hace llamar smartcity- más allá de que el móvil me corrobore que hoy llueve. O de la pasmosa tecnología Open Data, para que podamos comprobar en Internet -me declaro incapaz de aplaudir- los impuestos que nos van a cobrar durante el año. También leí, admito mi desconcierto, que en Pronillo hay una iniciativa Team Street para participar en un Desing Thinking, pero pensé que era un mensaje en clave. O que habíamos recuperado esa impertinente costumbre de bautizarlo todo en inglés, para que adquiera más prestancia, como cuando peluquería Juana mutó en Joana’s.

Había leído, confieso que con escaso entusiasmo, que estamos controlados por miles de sensores capaces, al parecer, de detectar hasta a qué hora meriendan en el número 3 de la calle Cádiz, delatando, incluso, qué días de la semana el bocadillo es de chorizo.

Nadie me hablaba de física cuántica; las conversaciones de ascensor deslizaban los mismos tópicos, por no pasar revista a la evidente falta de sentido común que nos acompaña en este delirio económico, social y moral. Hablo con mis vecinos cada mañana, con el del kiosco y el del pan. Entro en las librerías, que no están precisamente masificadas. Ningún comando fundamentalista cultural ha asaltado la Biblioteca Central. Frecuento comercios del centro, tomo café en Castelar. Nadie parecía más listo que antes. Nadie citaba a Aristóteles en el vermú.


Pero la señal ha llegado. Los estudiantes de la Universidad de Cantabria han hecho una huelga a la japonesa, y les ha dado por ir a clase incluso cuando no hay. Lo reconozco, es una expectativa que quiebra mi ánimo escéptico. Que todos aprendamos un poco más. Me temo que el método, aunque clásico, es el camino a la inteligencia.