Publicada en EL DIARIO MONTAÑÉS
El 21 de junio de 2013
Amanece en Santander. Un párroco apresura el paso
hacia una céntrica iglesia con un termo de café y galletas, para calmar la sed
y el hambre de quienes no tienen nada que desayunar. Los vecinos de un portal
de Cisneros abandonan un paquete de lentejas en la puerta del primero, donde
habita una mujer que estira la pensión hurgando en la basura. La semana pasada ciudadanos anónimos
abastecieron los anaqueles vacíos del Banco de Alimentos de la parroquia de
Tetuán, que alimenta a seiscientas familias. Las juventudes del Racing
reunieron una tonelada de alimentos, otra los remeros de Astillero, y cuatro
más una asociación de moteros.
El Banco de Alimentos de Cantabria proporciona comida
a 22.500 personas. La cifra es estremecedora, no es realidad virtual ni aumentada,
es una realidad ciega, ciertamente incómoda que, al parecer, no detectan los
insensibles sensores de la smartcity, y nos impide asimilar la trágica
dimensión del hambre, espejo de un vergonzoso fracaso social.
La crisis alimenta el hambre, y personas anónimas
alimentan a otras personas anónimas. La
comida sale del bolsillo de ciudadanos maltratados a impuestos, reducciones de
salario y copagos. La iniciativa pública se limita a organizar romerías urbanas
donde los políticos se hacen la foto solidaria mientras los demás aportamos las
alubias, o se benefician un arroz con marisco en Las Llamas para celebrar el
día del medio ambiente.
Ninguna institución pública acudió a la llamada de
socorro del Banco de Alimentos. Solo el veinte por ciento del presupuesto de
Caritas procede de la administración, y de cada mil euros que gasta en
Santander solo uno procede del Ayuntamiento.
Mientras tanto, en la ciudad inteligente, este verano
se multiplican los cursillos de risoterapia, pilates, baile y elaboración de
monstruos con calcetines. En el centro de la ciudad un reloj cuenta el tiempo
al revés, calcula el regreso al futuro, el advenimiento de una nueva era en
2014.
El mundo es una gran paradoja que gira en el universo.
A este paso –ironiza Galeano- los propietarios del planeta prohibirán el hambre
y la sed, para que no falten el pan ni el agua.