martes, 8 de mayo de 2012

Defender la primavera


No podemos dejar que nos hurten la esperanza, que en lenguaje laico equivale a optimismo. No podemos pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, pese a que estemos condenando el futuro de una generación de jóvenes a la emigración laboral.

No podemos caer en el pesimismo aunque leamos en los periódicos que el director del teléfono de La Esperanza ha sido imputado por abusos sexuales, que Urdangarín y su suegro no se comportan con la debida ejemplaridad, o hace tiempo que hayamos constatado que los políticos son incapaces de sacarnos del agujero porque en realidad a ellos también les manejan los mercados.

No podemos permitir que nos quiten hasta el derecho al pataleo, especialmente cuando vamos a dar 10.000 millones de euros –que nos decían que no había en España- para tapar la escandalosa e ineficaz gestión, fruto de la avaricia y la especulación, de quienes  perciben jubilaciones y primas de oro para las que, por cierto, siempre hay dinero en caja. Aunque sabemos que nadie nos rescatará a nosotros cuando no podamos pagar la hipoteca.

No podemos desconfiar de todos los políticos, por más que todos los días nos den sobrados motivos para ello. Aunque tememos que Hollande, como antes Obama y después Rajoy sea solo un espejismo de cambio; y sospechamos que sus buenos propósitos y sus recetas para el cambio se verán arrolladas por un cambio de rumbo. Sabemos que las promesas electorales no duran ni una legislatura, como los matrimonios que se juran  amor eterno ya no son para toda la vida. Hasta los tatuajes ya pueden borrar su hasta ahora huella imperecedera. Todo es reversible. Pero aún así, no podemos permitir que nos ataque el desencanto; hoy tenemos que confiar en Hollande, porque es la última esperanza de que suavice la tiranía económica del ultraliberalismo Merkel que nos conduce al abismo.

No podemos dejar que nos roben la primavera. No podemos resignarnos. Hay que confiar en el futuro. A pesar de esa equipación española para los juegos olímpicos de Londres, con esa estética propia de los extras albaneses de las películas de Kusturica. Es cierto, hemos de reconocer que un país con semejante vestuario no genera confianza ni en el Mercado de la Esperanza.