Las leyes están para cumplirlas,
independientemente de la satisfacción personal que nos produzcan. Pero resulta
controvertido decidir cuándo hay que demoler una vivienda que sus dueños
compraron con todas las garantías legales y que, años después, la justicia
declara ilegal, simplificando los términos, porque ensucia el paisaje.
Estas cosas siempre se solucionan
burlando la ley, que para algo está. Se hace otra nueva, se pone un parche aquí
y otro allá, y ya podemos dejar en pie las casas ignorando el veredicto del juez,
que tan molesto resulta, en pura lógica, a los afectados.
La solución es, de largo, la más conveniente
para sus dueños y, por tanto, la más humana. Aunque habría que determinar si es
a la vez la más justa para el interés de todos. Es decir, si el promotor avispado
que consigue que un político avispado permita construir en parajes prohibidos
mucho más atractivos y alentadores y a veces conseguidos a un precio más barato,
ha de ganar la partida a la ley compitiendo de forma descarada con los
promotores honestos, contaminando parajes protegidos, destrozando estéticamente
zonas a preservar, cargándose encinares o masificando montes. Y que, encima, a
ambos, les salga gratis.
Además, habrá que establecer si
este tipo de amnistías inmobiliarias no son más que un desafortunado acicate para
seguir construyendo donde a cada uno le da la gana, siempre que firme el
alcalde o la CROTU de turno quienes, por cierto, nunca son responsables de nada
ante la justicia. Ellos no pierden ni dinero, ni vivienda.
La amnistía que prepara el
Ministerio de Fomento, y que hoy es noticia nacional, podrá salvar de la
piqueta a la mayor parte de las 663 viviendas con sentencia firme de demolición
que hay en Cantabria. Al resto, por el error urbanístico –voluntario o
involuntario- de los políticos de turno, tendremos que indemnizarles con dinero
público. Nadie irá a reclamar responsabilidades a quienes firmaron las
licencias.
Los cambios introducidos por el
Ministerio en las leyes del Suelo, de la Propiedad Horizontal e incluso en la
de Economía Sostenible, al parecer, son para proteger los intereses de los
compradores que actuaron con buena fe. Se diría que solo los más confiados,
entonces, tienen derecho a mantener en pie su vivienda ilegal; y esto es
precisamente lo más discutible, qué grado de ingenuidad asiste a cada uno de
ellos, cómo se va a calibrar, y si la ingenuidad es una atenuante que merece el
indulto inmobiliario. Cuando, en realidad, y en la mayoría de las ocasiones,
son las autoridades urbanísticas las que se han hecho las tontas para validar
legalmente lo ilegal.
Cierto es que la amnistía
contempla algunas excepciones, como el hecho de que las viviendas no estén
levantadas sobre terreno público o que su volumen no exceda de lo permitido por
la licencia o el plan de urbanismo correspondiente, suponiendo que también este
sea legal. Excepciones que, seguramente, y a no mucho tardar, también
encontrarán el modo de pasar desapercibidas y burlar la sentencia mortal. Porque
en realidad, interesa buscar atajos para que únicamente salgamos perjudicados
todos y ninguno en particular. Y, cuando no llega el indulto, las
indemnizaciones y el derribo lo paga la administración pública, que parece que
así, a escote, no nos duele tanto.
Pero lo peor de todo es que hemos
cerrado los ojos ante una realidad incómoda y es que, dado el elevado número de
viviendas ilegales, nos hayamos ante un mayúsculo escándalo de corrupción urbanística
que se va a despachar por la puerta de atrás.
Mientras tanto, aquí, en la
Cantabria de prados verdes, hemos traído un césped desde Australia para
alicatar el nuevo campo de hockey, que se suma a otro de béisbol, esa
disciplina que tanto ímpetu deportivo arranca entre nuestros jóvenes,
recientemente bautizado. La túnica verde ha viajado en contenedores y barcos en
una intrépida travesía, sin duda venturosa y necesaria en estos tiempos de
crisis. Será que la tiranía urbana del cemento, en aquel estallar de la
construcción, además de sembrar Cantabria de despropósitos urbanísticos, nos ha
robado ese barniz verde en el que hasta ahora nos reconocíamos y nos distinguía
de la gris densidad mediterránea.