viernes, 1 de junio de 2012

Verde y gris


Las leyes están para cumplirlas, independientemente de la satisfacción personal que nos produzcan. Pero resulta controvertido decidir cuándo hay que demoler una vivienda que sus dueños compraron con todas las garantías legales y que, años después, la justicia declara ilegal, simplificando los términos, porque ensucia el paisaje.

Estas cosas siempre se solucionan burlando la ley, que para algo está. Se hace otra nueva, se pone un parche aquí y otro allá, y ya podemos dejar en pie las casas ignorando el veredicto del juez, que tan molesto resulta, en pura lógica, a los afectados.

La solución es, de largo, la más conveniente para sus dueños y, por tanto, la más humana. Aunque habría que determinar si es a la vez la más justa para el interés de todos. Es decir, si el promotor avispado que consigue que un político avispado permita construir en parajes prohibidos mucho más atractivos y alentadores y a veces conseguidos a un precio más barato, ha de ganar la partida a la ley compitiendo de forma descarada con los promotores honestos, contaminando parajes protegidos, destrozando estéticamente zonas a preservar, cargándose encinares o masificando montes. Y que, encima, a ambos, les salga gratis.

Además, habrá que establecer si este tipo de amnistías inmobiliarias no son más que un desafortunado acicate para seguir construyendo donde a cada uno le da la gana, siempre que firme el alcalde o la CROTU de turno quienes, por cierto, nunca son responsables de nada ante la justicia. Ellos no pierden ni dinero, ni vivienda.

La amnistía que prepara el Ministerio de Fomento, y que hoy es noticia nacional, podrá salvar de la piqueta a la mayor parte de las 663 viviendas con sentencia firme de demolición que hay en Cantabria. Al resto, por el error urbanístico –voluntario o involuntario- de los políticos de turno, tendremos que indemnizarles con dinero público. Nadie irá a reclamar responsabilidades a quienes firmaron las licencias.

Los cambios introducidos por el Ministerio en las leyes del Suelo, de la Propiedad Horizontal e incluso en la de Economía Sostenible, al parecer, son para proteger los intereses de los compradores que actuaron con buena fe. Se diría que solo los más confiados, entonces, tienen derecho a mantener en pie su vivienda ilegal; y esto es precisamente lo más discutible, qué grado de ingenuidad asiste a cada uno de ellos, cómo se va a calibrar, y si la ingenuidad es una atenuante que merece el indulto inmobiliario. Cuando, en realidad, y en la mayoría de las ocasiones, son las autoridades urbanísticas las que se han hecho las tontas para validar legalmente lo ilegal.

Cierto es que la amnistía contempla algunas excepciones, como el hecho de que las viviendas no estén levantadas sobre terreno público o que su volumen no exceda de lo permitido por la licencia o el plan de urbanismo correspondiente, suponiendo que también este sea legal. Excepciones que, seguramente, y a no mucho tardar, también encontrarán el modo de pasar desapercibidas y burlar la sentencia mortal. Porque en realidad, interesa buscar atajos para que únicamente salgamos perjudicados todos y ninguno en particular. Y, cuando no llega el indulto, las indemnizaciones y el derribo lo paga la administración pública, que parece que así, a escote, no nos duele tanto.

Pero lo peor de todo es que hemos cerrado los ojos ante una realidad incómoda y es que, dado el elevado número de viviendas ilegales, nos hayamos ante un mayúsculo escándalo de corrupción urbanística que se va a despachar por la puerta de atrás.

Mientras tanto, aquí, en la Cantabria de prados verdes, hemos traído un césped desde Australia para alicatar el nuevo campo de hockey, que se suma a otro de béisbol, esa disciplina que tanto ímpetu deportivo arranca entre nuestros jóvenes, recientemente bautizado. La túnica verde ha viajado en contenedores y barcos en una intrépida travesía, sin duda venturosa y necesaria en estos tiempos de crisis. Será que la tiranía urbana del cemento, en aquel estallar de la construcción, además de sembrar Cantabria de despropósitos urbanísticos, nos ha robado ese barniz verde en el que hasta ahora nos reconocíamos y nos distinguía de la gris densidad mediterránea.