miércoles, 18 de julio de 2012

El hombre sin odio


Si quieres hacer las paces con tu enemigo tienes que trabajar con tu enemigo, entonces él se vuelve tu compañero. Los ha escrito Nelson Mandela, que hoy cumple 94 años, y es una de esas naturalezas dotadas de una extraordinaria fortaleza, a quien da la sensación de que la vida le está permitiendo jugar una prórroga en compensación por aquellos 27 años de cárcel que, en lugar de envenenarle, forjaron un carácter raramente bondadoso entre una humanidad acostumbrada a competir, conquistar y vengar.

Como él dice, nadie nace odiando a otra persona; pero crecemos en esa diferencia estableciendo dicotomías simples entre las que elegimos amar una cosa y odiar la contraria. Todo empieza con papá o mamá, sigue con Real Madrid o Barcelona y acaba con izquierda o derecha. Siempre en medio de una bifurcación, eligiendo entre simplezas que lógicamente nos conducen a fraguar una identidad simple.

Madiba tuvo la bondad de pensar por todos y no hacer valer nunca su derecho a la justicia, como la víctima que fue. Y en lugar de ajustar cuentas estrechó manos y, a partir de ahí, ganó. Lástima que el ejemplo de Mandela sea el que menos se emula. Todo el mundo le respeta pero nadie le imita, y nadie rellena las fracturas que van hundiéndose cada vez más en el interior de todos nosotros.

En el otro extremo del mundo rojo, el heredero dinástico Kim Jong-Un, se corona emperador del ejército mientras da muestras de una tímida apertura. Muchas revoluciones empiezan por la minifalda, que es un estúpido síntoma de libertad. Y en Corea ya se lucen tacones más altos y faldas más cortas.

En España nos separan brechas distintas. Una de las grandes injusticias de este país es que en él han germinado dos estirpes de trabajadores con derechos y obligaciones diferentes: Los empleados del sector público y los del privado. Y, ahora, el Gobierno pretende unificarlos en una misma simiente, igualando por abajo, es decir, despojando de los derechos conquistados a los hasta ahora privilegiados laboralmente hablando trabajadores públicos, para equipararlos a esos otros empleados del sector privado ahora completamente desprotegidos por culpa de las sucesivas reformas laborales.
En solo seis meses se han marchado del país más de 40.000 españoles buscando un empleo y un futuro que aquí es muy caro de conseguir. 

Las expectativas no son precisamente bonitas. Dicen que nadie es tan feo como su foto del DNI. Siempre hay excepciones, porque también se sabe que la cara es el espejo del alma. Pero la equipación de la selección española rompe todas las barreras de fealdad, sin paliativos ni eufemismos. Bastante complicada es la relación con la prima de riesgo, encrespada por los marianazos económicos que nos sacuden, como para perjudicarnos aún más con esa patética imagen olímpica de todo a cien. Rajoy admite que sus medidas hacen daño a mucha gente, como el chandal olímpico hace daño a la vista.

Volvemos a las palabras de Mandela. Una nación no debe juzgarse por cómo trata a sus ciudadanos con mejor posición, sino por cómo trata a los que tienen poco o nada. España en este momento no superaría esta sentencia.