jueves, 11 de octubre de 2012

El supermercado español


El desfile militar colapsa mañana Madrid sin que Cifuentes haya aplicado modulación alguna al rito que este año nos cuesta 900.000 euros, frente a los 2.800.000 euros del año pasado. El fantasma del rescate, sumado a la tristeza financiera y emocional, no ahuyenta la celebración del Día de la Fiesta Nacional. Precisamente hoy que estamos a un paso de ingresar en el estercolero de Europa, según sentencian los opacos examinadores estadounidenses ante quienes se arrodillan dirigentes políticos y financieros con más devoción que los fieles vaticanos ante Benedicto, y cuyos intereses nadie desenmascara.
Argumentan que el Gobierno ha perdido margen para las reformas por el rechazo social, que no se creen los presupuestos y que desconfían del compromiso de la Unión Europea para ayudar a España, esa marca que ahora defenderá en el exterior Esperanza Aguirre como funcionaria por tres mil euros al mes.
La descalificación de país basura que nos aplican huele tan mal que la semana que viene Botín lanza una insólita campaña publicitaria para animar a los ciudadanos; aún no ha trascendido en qué términos.

Para insuflar confianza mañana daremos el espectáculo en Castellana con el deseo de que quienes cortan el bacalao financiero no reparen en las páginas de sucesos, que orquestan un pentagrama de pandereta. Ayer robaron en la Audiencia el disco duro con los secretos del caso Faisán. De aquí se llevaron artículos más prácticos, como siete ordenadores de un instituto de Reinosa y 400 kilos de cobre en Igollo, que dejaron a oscuras la autovía. Hace días desvalijaron cuatro casas en Polanco. El otro día robaron una vivienda en Reinosa y los ladrones, sorprendidos por la dueña, huyeron por la de al lado, que curiosamente era el cuartel de la Guardia Civil, donde los cuerpos de seguridad del estado, en ese momento, soplaban las velas de un cumpleaños.

Hoy la Guardia Civil pide ayuda a los ciudadanos. “Que nos llamen al 062, podemos enviar una patrulla inmediatamente”, dice el coronel jefe. La semana pasada un señor de Reinosa se tropezó con cuatro ladrones que le atacaron con un hacha y tardaron cuarenta minutos en llegar. Otro vecino informó a las doce de la noche de un robo en su domicilio y la patrulla se presentó a las ocho y media de la mañana.

De repente, acaso contaminadas por el espíritu de la crisis que justifica injustificadamente que nada funcione en España, las fuerzas de seguridad del estado se han contagiado de la falta de diligencia de las urgencias de Valdecilla. 
Parece ser que se ha convertido en costumbre apelar a que los ciudadanos arrimemos el hombro para cualquier cosa, admitiendo que ningún estamento funciona como debiera. España es ya un gigantesco autoservicio en el que cada uno se busca la vida. Se contrata un seguro médico privado, colegio de pago, un plan de pensiones, una alarma antirrobos, seguro de vida… llevamos la fiambrera de casa al colegio y al hospital, nos pagamos las medicinas, y cualquier día nos reclutan por sorteo para sacudir las alfombras de los bancos.

Para frenar este desvarío, en Santander los políticos van a instalar un cerebro inteligente que, falta hace, y que tal vez desentrañe el conflicto de si los niños catalanes tienen que querer más a papá estado que a mamá Cataluña. A eso estamos, a intervenir corazones para imponer sentimientos. Qué rescate tan peculiar el de esta España que hace poco aprobó su séptima ley de educación, porque ninguna ha dado los frutos deseados por determinados políticos. Fabricar ciudadanos a su imagen y semejanza, conscientes de que, como formuló Kant, el hombre no es más que lo que la educación hace de él.