miércoles, 24 de octubre de 2012

Periodismo sin kryptonita


Superman se ha hecho autónomo. Con la que está cayendo ha renunciado a su trabajo como redactor asalariado en el Daily Planet, porque un gran conglomerado multimedia se ha hecho con el control de la publicación y ha impuesto una línea editorial que choca con sus más hondas convicciones. Montará su propio diario o un blog. Y entonces se dará cuenta de que la verdad no le importa a –casi- nadie, y que en su compañía tampoco se llega a fin de mes.

Eso explica que un periodista como Clark Kent necesite ser a la vez un superhéroe como Superman para ejercer con dignidad la profesión, para resistirse a la manipulación, la ocultación y las medias verdades, que son el pan nuestro de cada día en los medios de comunicación. Paradójicamente, los más peligrosos suelen ser aquellos que se tachan a si mismos de independientes. La única verdad es la realidad, defendía Aristóteles. Eso debería bastar para definirse. Y a eso debería ceñirse un periodista, a sabiendas de que una verdad no es un cruce de declaraciones de políticos sobre un tema que les conviene airear, ni una nota de prensa redactada por el protagonista de la noticia, ni la agenda de un presidente, ni la morbosa actualidad de sucesos.

Kapuscinski sostiene que el buen periodismo, además de describir un acontecimiento, explica por qué ha sucedido; en el mal periodismo solo se describe sin ninguna conexión o referencia al contexto.

El periodista reflexiona, critica, descubre, piensa, coteja, explica, investiga, lee, desmenuza, relaciona, cuestiona. En ese proceso, en ese tratamiento de la información, reside la objetividad que, por supuesto, no se limita a contar con toda la asepsia posible lo que opina una parte y su contraria sobre un tema.

Un periodista no aplaude. Ve lo que otros no ven. Y no deja que le impongan lo que es noticia. Hace ruido. Perturba al poder. Desvela. Porque la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio. Y, todo eso, Superman, hay que hacerlo sin Kryptonita.