martes, 27 de noviembre de 2012

Predicar austeridad con los bolsillos llenos


Imagino cuántos españoles en esa aviesa e infortuna edad de la cadera quebrada, con la consustancial demora del sistema, esperan turno para incorporar a su organismo una nueva prótesis; mientras el rey ya les lleva tres de ventaja. Y ésta última pieza empotrada en su organismo es objeto de una parafernalia informativa insólita y desaforada para una mera reparación artrítica. Por no hablar del despliegue de fisioterapeutas solícitos dispuestos a ejercitar la patita real rezumando almíbar.
Todo este sainete de la cadera se ha convertido en el salvoconducto escénico del calculado retorno del codicioso Urdangarín, ese yerno que en realidad no parece haber estado demasiado proscrito para lo negro que resultó ser su manto de carnero.
El yernísimo devolverá una parte de lo que dice el juez que ha estafado y protagonizará la penitencia de vivir un tiempo revestido de austeridad, con un ascetismo falso que exhiba su pretendido arrepentimiento ante todos nosotros, a quienes Juan Carlos pretendió confundirnos haciéndonos creer que, de verdad, todos somos iguales ante la ley. Luego llegó Gallardón y rompió el encanto, porque ahora la Justicia solo es para quien pueda pagarla. Amén de la exhibición del repudio a Urdangarín, una maniobra de disimulo demasiado corta en el tiempo, que no se han molestado en dilatar ni siquiera hasta que se cierre el proceso.
El duque ya tiene el perdón real y aunque lo suyo aún dará mucho que hablar no ha sido suficiente el desdoro como para que se le aparte de su privilegiada consideración en la Royal Family. Me pregunto si la reacción del rey hubiese sido la misma si el muchacho le hubiese robado solo a él, y no a todos nosotros.
Siempre nos quedará Nochebuena, un escaparate para exigir sin dar ejemplo. Como hacen en este país todos los que tienen poder: Predicar austeridad desde sus bolsillos llenos.