miércoles, 16 de enero de 2013

Militar en la duda


La sede de El País en Gran Vía será ocupada por Primark, la reina irlandesa de las bragas baratas. No puede haber una metáfora más gráfica de la decadencia de la civilización, del paso a una nueva era donde el consumismo feroz sale fortalecido frente a la libertad de expresión. Porque entre ir de compras y leer un artículo de fondo, la mayoría de la población se alistaría a la conquista de un pijama de saldo elaborado en un taller en Vietnam, antes que afanarse en la lectura de cómo se ha fabricado, sobre lo cual puede haber varias versiones, dependiendo de la rotativa que haya fabricado esa realidad.
Definitivamente comprar no resulta menos complejo, porque en el fondo es como leer periódicos. No podemos soslayar la etiqueta. No podemos adquirir productos sin interesarnos por dónde, cómo y quién los fabrica, de la misma manera que tampoco es honesto hacer lo propio con la información, que también conviene valorar de dónde procede, quién la emite y a quien beneficia o perjudica. Una verdad debe ser una deducción de otras verdades, proclamaba Aristóteles.

Los negocios de Gran Vía, que se van dando el relevo, no son tan dispares como parece en principio. Probablemente ambos se afanan en que solo nos fijemos en el resultado final, sin someter este a un test de credibilidad y honestidad que debiera resultar obligado para el ciudadano que los consume.
Pero es demasiado fatigoso practicar un constante ejercicio de escepticismo, someter todo a cuestión. Es más fácil conformarse con los titulares y militar en el pesimismo amargo que nos lleva a concluir que todo es inmutable.
Algunos bichos raros, las ovejas negras del sistema, se protegen de este perverso efecto narcotizante con altas dosis de sentido común.

Son aquellos que cuando el mismo Gobierno que inspiró la –por cierto, fracasada- amnistía fiscal anuncia que difundirá la identidad de defraudadores y morosos, temen que las listas negras puedan derivar en un arma política para incluir y proteger a quién convenga, que para eso quienes mandan se reservarán la facultad de decidir los nombres que militarán en ellas.

Son aquellos que no corren detrás de las liebres, que no se conforman con que el exconsejero de Sanidad madrileño Güemes, que ya carga con el sambenito de ser marido de Andrea Fabra, dimita de la empresa que ahora gestiona los análisis que él mismo privatizó, porque era incapaz de gestionar desde lo público pero no desde lo privado, al parecer. La solución no es que este señor renuncie, porque el favor ya está hecho, sino en que alguien tenga la decencia de revocar la concesión.

Son aquellos que, como el ensayista británico Carlyle, creen que el escepticismo significa no solo la duda intelectual, sino también la duda moral. No debemos acomodarnos ni en el aplauso ni la negación, pero si en la duda. De lo contrario, nos seguirán manipulando con sus torpes estrategias y argumentos, que consisten básicamente en reivindicar que siempre hay otro que lo hace peor.