martes, 8 de enero de 2013

Vencidos por el error


En China, el presidente Hu Jintao emplea 50.000 censores para fabricar en los medios de comunicación la ‘sociedad armoniosa’ que es incapaz de conseguir con su gestión política. Una ficción que la realidad de cada lector chino desmiente a diario, pero en la que los poderes públicos perseveran como si ese trampantojo informativo fuese realmente capaz de esconder las miserias del régimen.

El adulterio informativo no es patrimonio exclusivo de los mandatarios chinos. Con mayor o menor acierto se ensaya en las televisiones públicas de países como el nuestro, y llega a su máximo exponente en el delirio cotidiano de periódicos como La Razón  donde -como su propio nombre indica- están para dársela al que manda, sacrificando la realidad en singulares y estrambóticas portadas que siempre ofrecen una segunda lectura de la verdad, a menudo con resultados realmente jocosos, fruto de un ardoroso entusiasmo político que dinamita la barrera del ridículo.

En España los lectores de periódicos y quiénes les escriben asumimos con demasiada ligereza que la independencia no existe, y que los medios se limitan a contar la versión de los intereses que defiende quien los financia.

En circunstancias notablemente más adversas, los periodistas del semanario chino ‘Nanfang Zhoumo’ se han rebelado contra el régimen y exigen abolir la censura. La rebelión de las plumas libres ha comenzado en una ciudad del sur de China y es el mayor desafío contra el aparato de propaganda oficial que se produce desde que se implantó la dictadura en 1949.

El Gobierno respondió ayer que en China no existe censura. Tampoco a Camps le pagaron los trajes. Ni la mortífera carga del Prestige iba a convertirse en una marea negra de dimensiones descomunales. Ni probablemente Baltar enchufó a más de cien familiares y conocidos en Galicia. Ni el rey habló con Urdangarín en la cena de Nochebuena. Ni brota el empleo. Ni la cordura. Ni España va tan mal, comparada con Uganda. Pero ya se sabe que quienes no quieren ser vencidos por la verdad, a menudo son vencidos por el error.