miércoles, 27 de febrero de 2013

Seamos lo que fingimos


Los jueces tendrán que pasar un examen psicológico para desempeñar el cargo, del que los ministros como Gallardón quedan exentos. También, a partir de ahora, el Banco de España tendrá que consultarlos acerca de la honorabilidad de los banqueros que quieran ejercer; aunque la nueva legislación pasará por alto los antecedentes penales de los dirigentes financieros, habida cuenta de que es un mérito compartido en la hoja de servicios de muchos de ellos.
Sorprende que el resto de los gremios queden exentos del examen de respetabilidad, habida cuenta de la sobrada necesidad de reforzar las cautelas en el manejo de fondos públicos.

A la vista de cómo esta el patio, y lo poco que cotizan en sociedad valores como la honradez e integridad, el Gobierno ha optado por rebajar los requisitos para ser honorable, en vez de –como correspondería- endurecer las exigencias de respetabilidad. Suavizar las condiciones, abrir la puerta a que un banquero condenado por malas prácticas pueda seguir dirigiendo instituciones financieras evidencia la irrisoria fortaleza de la lucha contra la corrupción del Gobierno, y la escasa convicción en su propio discurso sobre la transparencia. ‘Ya que fingimos lo que somos, seamos lo que fingimos’, en palabras de Calderón.

Ser una persona respetable en España, será oficialmente más fácil. Porque la condición la otorga el político de turno; como en el Vaticano la infalibilidad papal, que es ahora de ida y vuelta. Mañana a las ocho de la tarde Benedicto XVI se transforma en calabaza y será desposeído del hechizo. Instantáneamente dejará de ser infalible, según han tenido que improvisar desde la curia vaticana.

Lo mismo que las albondigas de Ikea, ese sucedáneo alimenticio sueco, eran respetables hasta que ayer se descubrió que relinchaban. Lo mismo que Depardieu era un reputado actor francés hasta que, inflamado de vodka, ha anunciado que rodará una película en Chechenia.
Decía Groucho Marx solo hay una forma de saber si un hombre es honesto: Preguntárselo. Y si responde si, es que está corrupto. Esta prueba confirma nuestros peores temores: Que vivimos rodeados de ellos. Otra cosa es que el gobierno de turno les aplique o no el certificado de honorabilidad.