martes, 29 de mayo de 2012

Delirios gastronómicos


En España se utiliza mucho la fórmula “pasa hasta la cocina”, para explicar al invitado de turno que tiene abierto el camino hacia el corazón de la casa. Aunque, ahora, la intimidad que se fragua entre fogones también se está juzgando públicamente. En el caso de Javier Krahe, el expediente judicial se ha cocido a fuego lento, lo cual no siempre garantiza un buen guiso y menos, si éste se horneó hace treinta años sobre una sociedad mojigata y santurrona que al parecer aún subsiste y sigue empeñada en dictar qué debemos creer y qué debemos respetar a golpe de lapidación pública.

Dedicarnos a juzgar este tipo de episodios, o las portadas satíricas de El Jueves, nos asoma al balcón del ridículo internacional, máxime cuando el presidente del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Dívar, tendría también que aplicarse penitencia por los festines gastronómicos celebrados con el dinero de todos en esos injustificables fines de semana en Marbella y Puerto Banús. Siendo lo más reprobable, que lejos de enmendarse o dimitir aún se pretende linchar al compañero que lo denunció.

Si el poder judicial entra en asuntos gastronómicos, no le quedaba otra a Arguiñano que opinar, como el gran cocinero mediático que es. Y entre plato y plato, en lugar de perejil ofreció a los televidentes de su programa una receta para aliñar el país que ha avinagrado las esencias del sistema financiero. Ha exigido respeto para los inmigrantes, ha aconsejado a los jóvenes que emigren al extranjero en busca de trabajo; ha criticado que se recorte en sanidad y educación para dar dinero a los bancos. Y toda la culpa se la echa a los gánsteres de la economía mundial.

Como reacción al discurso de Arguiñano, Rajoy emergió ayer de su burbuja monclovita para enviar un mensaje a los mercados –financieros, no de alcachofas-. Inconsciente de que –como dice la viñeta de Ricardo en El Mundo- es el único presidente que genera más confianza cuando se queda callado.

La indignación reina entre fogones. La política se nos ha colado hasta la cocina. Porque, como dijo Gandhi, todo lo que se come sin necesidad se roba a los pobres.