viernes, 25 de mayo de 2012

El bulevar de las letras


La primavera estalla en Madrid cuando se inaugura la feria del libro. Cuando en las veredas del Retiro las casetas orquestan un seductor bulevar de letras, abrigado con el ir y venir de miles de personas que cimbrean el alma de esta verbena literaria.

Entonces, Madrid huele a papel. Los libros embriagan una ciudad que de ordinario respira por los tubos de escape, como si todas las librerías abriesen a la vez sus puertas para inflamar con incienso literario la geografía urbana y gris de una ciudad que enardece con este festival de letras.

Supongo que ejerce un influjo arrebatador, tal vez porque al recorrer el esqueleto de letras que se teje en el Retiro todos soñamos con encontrar un libro que nos de aliento, que nos estimule, que nos enamore. Siempre hace sol, no recuerdo que la lluvia estropee ese desfilar acalorado e impaciente entre cientos de editoriales.

Resulta inevitablemente placentero descubrir los rostros de las plumas de narradores y poetas entre los libros, en las casetas. Especialmente aquellos autores a quien nadie reclama, que exponen su vanidad en este gran escaparate editorial a la espera de poder rubricar una edición rescatada del olvido que, finalmente, siempre alguien les ofrece con generoso entusiasmo.

Retales de conversaciones que se filtran en el recorrido emocional por las casetas, que saltan de las páginas de los libros, que penetran a través de todos los poros de la piel. Lo conté una vez. Uno de mis placeres favoritos es releer fragmentos de libros, párrafos y frases que acostumbro a señalar y que componen un fascinante puzzle literario. A veces, dedico una tarde a repasar esas pequeñas fracciones escogidas.

La feria siempre es, además, un recorrido vital en el que uno se tropieza con lecturas gastadas que ahora descubren otros más jóvenes y que nos transportan -es imposible sustraerse a esa nostalgia- al intenso pretérito, al escenario en el que recorrimos esas palabras. Abro las páginas de ‘El amor en los tiempos del cólera’, es una edición barata, gastada por la curiosidad de las manos de quienes transitan esta vereda, y de inmediato brotan los recuerdos, las sensaciones, caricias, presencias, aromas. Recupero la memoria de una tarde en una playa de una ciudad del norte, abrazada a esas palabras. También estallan los sueños rotos; y las amargas gotas de lluvia de pena nos envuelven en una deliciosa melancolía.

Me hace feliz recorrer estas veredas que, en el atardecer de Madrid, mientras el sol se desliza en silencio tras las azoteas, susurran palabras de Borges y suspiran versos de Ángel González.