viernes, 15 de junio de 2012

Prisioneros de la libertad


Cuando las palabras pierden su significado, la gente pierde su libertad. He pensado mucho acerca de esta cita de Confuccio en los últimos tiempos, cuando parece que hay que disfrazar con eufemismos la realidad para atravesar escenarios complicados por encima de la crudeza de los términos.

De repente en un periódico me he tropezado con un científico, determinismo en estado puro, que dice que el hombre no es libre, no porque haya perdido su condición, sino porque no lo ha sido nunca. No lo dice un filósofo, ni un jurista, ni un político, ni un sociólogo. Lo afirma un hombre de laboratorio que es, donde, al parecer, después de tanto proteger y reivindicar las libertades individuales, se ha certificado que no existe el libre albedrío, aunque no por un vacío de significado de las palabras, sino por una cuestión menos filosófica de pura física y química.

Algo de eso habíamos notado ya con la influencia de los medios de comunicación y la publicidad, factores externos muy potentes a la hora de condicionar nuestra voluntad con la misma firmeza que el Eurogrupo influye en la política económica nacional.
Pero el neurocientífico Gazzaniga habla de algo muy distinto, llega a defender que las personas tomamos decisiones de la misma forma que el cuerpo nutre nuestra piel; de forma inconsciente y predeterminada. Como Spinoza opina que las decisiones de la mente no son más que deseos, y que nos creemos libres porque no somos conscientes de nuestras voluntades y deseos; pero ignoramos las causas por las cuales somos llevados al deseo y a la esperanza. Para Schopenhauer la causa está en el carácter, que determina nuestra conducta durante toda su vida y que no podemos cambiar. Hobbes va más allá porque añade que la voluntad no es algo libre o no libre.

Pero al parecer, aunque queramos hacer una cosa, acabaremos haciendo aquello que está escrito en nuestro código genético, bien sea por herencia o por experiencia. Aunque Locke –que no creía en el libre albedrío y tampoco en el determinismo- consideraba que la capacidad de actuar voluntariamente consiste en que las personas antes de tomar una decisión deliberamos sobre las consecuencias de tomar o no esa alternativa. Precisamente lo que defiende este científico en el periódico, que aunque no existe el libre albedrío nuestras decisiones vienen en gran parte influidas por la reacción que intuimos al interactuar con otras personas, lo que quiere decir que calculamos los efectos que va a generar antes de tomarlas.

Para Pitágoras no es libre el hombre que no puede dominarse a sí mismo, para Horacio quien no domina sus pasiones y para Montaigne la verdadera libertad también consiste en el dominio absoluto de sí mismo. Si nosotros pensamos por nosotros, es decir, si nuestro cerebro decide milésimas de segundo antes que nosotros, no somos libres. La buena y la mala noticia es que entonces tampoco somos tan influenciables.

Albert Camus dijo que la libertad no es más que la oportunidad de ser mejor. La libertad está unida a los principios de igualdad y justicia cuando, en realidad, no es más que la capacidad de elegir según voluntad propia. Pero nada asegura que esa voluntad obre de acuerdo con grandes valores universales como la verdad y el bien. Grandes defensores de la libertad, como Obama y todos los que inician una guerra, la acaban utilizando como licencia para matar; igual que los mercados defienden la libertad de ganar dinero de los ricos a costa del alto precio que pagan los más pobres.

Tal vez lo más sorprendente del discurso del neurocientífico del periódico es que dice que una persona no es más que un relato sobre si mismo urdido por el hemisferio izquierdo en su cerebro. Una interpretación de nosotros mismos que va creciendo con el tiempo. Ya lo avanzó Sartre, el hombre está condenado a ser libre, a hacerse a sí mismo, por eso nadie llega a ser nada que no haya elegido ser. Por eso cada uno de nosotros alimenta las páginas del cuaderno del hemisferio izquierdo de su cerebro.