miércoles, 4 de julio de 2012

El amargo Wert


Un ayuntamiento de Castellón ha convocado una oposición para una plaza de enterrador que ha quedado desierta, porque ninguno de los 37 vecinos que se presentaron sabía sumar, restar, multiplicar y dividir correctamente. Independientemente de que se podría cuestionar la necesidad de certificar el conocimiento de tales operaciones para ejercer un puesto sin ecuaciones mentales complicadas, habrá quién se sirva de la anécdota para demostrar el desconocimiento que, dicen, nos asiste desde la generación LOGSE.

El propio ministro Wert, ácido como las primeras mandarinas de temporada, estará probablemente convencido de que su nuevo plan educativo puede frenar la ignorancia en matemáticas básicas. Wert nunca se ha dedicado ni a la cultura, ni al deporte, ni a la educación, pero una vez investido con la reverencial sotana de la casta política se ha convertido en un iluminado experto en copiar los peores vicios formativos que ya fracasan en otras fronteras.

Por lo pronto, el abstruso novato ha detonado más de una carga de dinamita gramatical que ha sacudido los cimientos del sentido común. Quién probablemente ha encajado mal el significado de ser ministro y ejerce el ministerio con toda la furia de un emperador caprichoso, ha sido agarrar la cartera y considerarse investido de infalibilidad educativa. La torpeza de su inexperimentada e instantánea clarividencia es una amenaza para un sistema educativo en constante mutación hacia el fracaso. La educación, como la cultura, ahora unidas en el mismo ministerio, han pretendido utilizarse como instrumentos para fabricar ciudadanos en serie que piensen y conecten con los mismos valores que el partido político de turno. Poco le importa a Wert y a sus antecesores que los escolares españoles hagan cada vez más plastilina y menos cuentas, con tal de que interioricen, o no, depende del color del ministro, que la familia como dios manda son papá y mamá, que el aborto no tiene matices y es siempre un asesinato caprichoso, que el matrimonio solo es entre hombre y mujer o que la memoria histórica debe permanecer en el olvido. Poco más interesa que adoctrinar, en lo educativo y en lo cultural.

Así las cosas, el amargo y soberbio Wert ha inspirado el enésimo plan para forjar ciudadanos inteligentes, condenado al fracaso de antemano, ya que el ministro solo plantea retocar los contenidos de Educación para la ciudadanía

Al parecer, según ha descubierto Wert, el problema es únicamente evaluativo. Se ponen más reválidas y arreglado. Los alumnos se someterán a una evaluación el último curso de primaria escasamente ambiciosa en la que únicamente tendrán que demostrar que no son alfabetos funcionales, es decir, que saben leer, escribir y un poquito de inglés básico. El que suspenda repite sexto, pero si ya es repetidor pasa de curso e inicia la ESO con un certificado de que no sabe nada en su expediente. Este sistema se repite en cuarto de la ESO, con dos modalidades distintas para bachillerato o formación profesional.
Es decir, que a partir de ahora, habrá más oportunidades de demostrar lo poco que saben.
Se quiere adelantar a tercero de la ESO la selección de contenidos orientados a lo que se quiere ser de mayor, es decir que con catorce años decidan. Lo cual, más que precipitado, es anormal porque a esa edad aún no tienen ni acné.

Qué más da. Los torpes estudian en la escuela pública, de segunda velocidad, y los listos, a colegio de pago, de élite, donde Wert se ha formado esta mentalidad tan ofuscada.

Los que sobrevivan llegan a la universidad, donde el inexperto Wert pretende sustituir la prueba nacional de Selectividad por la caprichosa selección a dedo de cada institución académica que pondrá sus propios mecanismos de acceso. Un sistema que copia uno de los peores defectos de la educación norteamericana, pero que fascina al retorcido Wert.

Hasta ahora, en España solo los mejores estudiantes han accedido a la Universidad en base a sus calificaciones, homologadas y certificadas a nivel nacional por el examen de Selectividad. Si de algo tenemos que estar orgullosos es que, en este país, independientemente de la procedencia social, cualquier ciudadano con talento, aunque no tuviera recursos económicos, ha podido estudiar en la universidad pública española. Solo los más listos llegaban a la universidad. Pero el triunfo del talento es agua pasada. A partir de ahora el dinero manda, y quien lo tenga tendrá más posibilidades de estudiar y de elegir universidad, mientras los demás recorrerán la geografía nacional haciendo pruebas y pruebas de acceso, entrevistas y peloteo al decano de turno. Y eso, es borrar algo de lo que este país puede sentirse orgulloso. Es por tanto un error mayúsculo de Wert, tan grande como la soberbia que le envenena, como la inexperiencia que nos arrastra hacia una tremenda injusticia.