jueves, 5 de julio de 2012

Vivir en cautividad


Quien tenga un millón y medio de euros puede emular a Onassis, propietario de la paradisíaca Skorpios, y adquirir una de las veinte islas griegas que la crisis ha puesto en venta a precio de saldo. Tener una isla es tal vez el mayor signo de opulencia y vanidad que se pueda dar. Es una especie de capricho, rémora de ese señorío feudal tan dependiente de la extensión de sus tierras, que tiene un significado especial ajeno a la falta de glamour de los grandes terratenientes como la duquesa de Alba.

El precio de estas porciones de Mediterráneo griego son una auténtica ganga, si se tiene en cuenta que hace dos años, en España, se pedían seis millones de euros por un pequeño islote en Menorca propiedad de la familia balear Roca que, finalmente no se llegó a vender por presiones del Gobierno.

Una porción de tierra en el mar garantiza independencia, aislamiento, y simboliza un poco esa fiebre individualista que desde hace tiempo condiciona el urbanismo de las ciudades que ahora se conquista en forma de urbanizaciones cerradas donde los niños ven el mundo a través de una verja. Los barrios, la calle, son señas de identidad de un tiempo pasado porque ahora los espacios urbanos y rurales se siembran de urbanizaciones privadas, con vallas, cámaras de seguridad, alarmas y complicados códigos de acceso. Incluso en el corazón de la ciudad proliferan esas islas, esas peceras que satisfacen el deseo de propiedad de sus vecinos y que les aíslan de los demás en función de la categoría social del recinto que habitan.
Cada vez más zonas de expansión de las ciudades son barrios vacíos, ausentes, deshabitados. Los vecinos salen y entran en coche de los garajes de las urbanizaciones, y ya nadie callejea, ni pasea, a menos que tenga perro, aunque también éstos suelen respetar el perímetro vallado de su propiedad como evitando esa contaminación con otras especies urbanas.

Nos criamos como el quebrantahuesos Atilano, en la más absoluta cautividad, sin que eso sea bueno o malo, simplemente un raro empeño por tratar de poner fronteras a un mundo tan grande. Atilano tiene que aprender ahora a vivir en libertad. Como muchos de nosotros que nos consideramos más libres en cautividad, cobijados en nuestra urbanización, en nuestra isla aislada, en nuestro territorio propio. Pero eso no es más que habitar una burbuja, eso nos hace prisioneros no independientes. Qué pequeña es la luz de los faros de quien sueña con la libertad, dijo Sabina.