Siempre
hay algo más importante que hacer y a la vez menos urgente que tomar un café
con un amigo. Lo confieso por el dolor que me causa no haberme tomado el último
con Teresa. Por haber ido posponiendo una cita y compartiendo solo algunos
encuentros casuales cargados de buenas intenciones de futuro.
Teresa
siempre me animó a escribir, no escatimaba energía para motivarme a escribir
con el lápiz de Penélope que yo estrenaba entonces. Me ayudó y me dio confianza
en esos tránsitos vitales en los que se agotó la tinta. Entonces ella sacudía y
estimulaba la pereza y el miedo al papel en blanco. Era más entusiasta que yo.
En
realidad fuimos tejiendo una intimidad improvisada en aquellas visitas que
hacía a la redacción para acompañar a su marido, Juanjo, nuestro cronista
gastronómico. Entonces nos empleábamos a fondo en conversaciones en las que
invariablemente diseccionábamos con irónico estilete la actualidad. Le hacíamos
la autopsia al Hola y a todos esos personajes que desfilaban por el escaparate
de sus páginas que ella retrataba con lúcida mordacidad.
Pero
era solo una evasión para una persona que reunía inteligencia y talento, y que
desempeñó de manera brillante y con rigor su profesión, faceta que solo conozco
de manera más ligera, puesto que yo he conocido a la Teresa afectuosa,
cariñosa, divertida, locuaz, mordaz. Se que fue sobre todo una buena persona,
que además forjó una trayectoria profesional relevante que cuenta con el
reconocimiento de sus compañeros y del estamento jurídico.
Nos
hemos reído mucho juntas, disfrutando yo de ese humor y esa ironía que gastaba
a raudales, de sus sonrisas, de su afabilidad. Desplegaba una complicidad
explosiva y una conversación enérgica y lúcida.
Las
palabras causan un dolor tremendo aunque no se pronuncien. Lo se porque ayer me
desperté con la lectura de su despedida en la prensa. Y por primera vez odié
ser periodista, odié esa innecesaria falta de intimidad que ayer desnudó su
adiós, y arranqué la página, la arrugué y la volví a estirar para volver a leer
incrédula el dolor que escupían esos párrafos.
En
su cuaderno vital quedan muchas páginas que ya no podrá escribir. Lamento no
haber tomado más cafés, no haber llamado con mayor frecuencia, no haber
disfrutado más de su compañía. Lamento que uno de sus sueños incumplidos haya
sido escribir un artículo juntas, ácido, mordaz, vitriólico. De ese texto a dos
manos que siempre imaginábamos construir. Lo han tenido que escribir mis
lágrimas que hoy fertilizan este papel con otras emociones más sombrías que las
que ayer quisimos inventar.