viernes, 3 de agosto de 2012

Último café con Teresa


Siempre hay algo más importante que hacer y a la vez menos urgente que tomar un café con un amigo. Lo confieso por el dolor que me causa no haberme tomado el último con Teresa. Por haber ido posponiendo una cita y compartiendo solo algunos encuentros casuales cargados de buenas intenciones de futuro.
Teresa siempre me animó a escribir, no escatimaba energía para motivarme a escribir con el lápiz de Penélope que yo estrenaba entonces. Me ayudó y me dio confianza en esos tránsitos vitales en los que se agotó la tinta. Entonces ella sacudía y estimulaba la pereza y el miedo al papel en blanco. Era más entusiasta que yo.
En realidad fuimos tejiendo una intimidad improvisada en aquellas visitas que hacía a la redacción para acompañar a su marido, Juanjo, nuestro cronista gastronómico. Entonces nos empleábamos a fondo en conversaciones en las que invariablemente diseccionábamos con irónico estilete la actualidad. Le hacíamos la autopsia al Hola y a todos esos personajes que desfilaban por el escaparate de sus páginas que ella retrataba con lúcida mordacidad.
Pero era solo una evasión para una persona que reunía inteligencia y talento, y que desempeñó de manera brillante y con rigor su profesión, faceta que solo conozco de manera más ligera, puesto que yo he conocido a la Teresa afectuosa, cariñosa, divertida, locuaz, mordaz. Se que fue sobre todo una buena persona, que además forjó una trayectoria profesional relevante que cuenta con el reconocimiento de sus compañeros y del estamento jurídico.
Nos hemos reído mucho juntas, disfrutando yo de ese humor y esa ironía que gastaba a raudales, de sus sonrisas, de su afabilidad. Desplegaba una complicidad explosiva y una conversación enérgica y lúcida.

Las palabras causan un dolor tremendo aunque no se pronuncien. Lo se porque ayer me desperté con la lectura de su despedida en la prensa. Y por primera vez odié ser periodista, odié esa innecesaria falta de intimidad que ayer desnudó su adiós, y arranqué la página, la arrugué y la volví a estirar para volver a leer incrédula el dolor que escupían esos párrafos.

En su cuaderno vital quedan muchas páginas que ya no podrá escribir. Lamento no haber tomado más cafés, no haber llamado con mayor frecuencia, no haber disfrutado más de su compañía. Lamento que uno de sus sueños incumplidos haya sido escribir un artículo juntas, ácido, mordaz, vitriólico. De ese texto a dos manos que siempre imaginábamos construir. Lo han tenido que escribir mis lágrimas que hoy fertilizan este papel con otras emociones más sombrías que las que ayer quisimos inventar. 

jueves, 2 de agosto de 2012

Peligrosamente vulnerables


Un amigo en la infancia de su comunión compartió catequesis con un niño que, un día, cuando el cura planteó la archisabida cuestión ‘¿tú que quieres hacer de mayor?’, respondió con aplomo: “Vivir sin pensar”. Julito lo tenía muy claro. Acaso esas jornadas de catequesis iniciándose en profundidades tales como de donde venimos y adonde vamos habían confundido al pequeño, que solventó la duda entre razón y fe por la línea más corta y decidió aspirar a un futuro sin preguntas. Ya se dice que pensar genera mucha insatisfacción y el infante Julito decidió que la felicidad consistía en cuestionarse lo menos posible.  

Probablemente solo ese tipo de renuncia personal genera una sociedad capaz de dejarse dominar por los caprichos de los poderosos. El silencio puede ser cómplice de los peores males. Por ejemplo, si el Gobierno nos amenaza hoy con usar el artículo 155 de la Constitución, para tomar el control de las comunidades autónomas, nosotros podemos responder con el 35 y el 47, y reivindicar el derecho al trabajo y a una vivienda digna que nos asiste. Pero, si una vez más, nos callamos y dejamos hacer seguirán apelando únicamente a los derechos que les convienen y fabricando leyes nuevas a la medida de sus intereses.

Gracias a que en España proliferan los ‘Julitos’, el estado ha despojado a los más débiles de derechos y protección y, ahora, la mayoría de los ciudadanos de este país, somos marionetas de un ultraliberalismo feroz, estamos en manos de los poderosos que dominan un mercado que los políticos se niegan a regular para que puedan exprimirnos con todo tipo de tropelías, mientras nosotros nos atrincheramos en el silencio, en la mansedumbre o en el Chinchón, si es que aún podemos permitirnos olvidar las penas en la barra del bar.

Este país ha cambiado mucho en los últimos meses, y hoy no es ejemplo de nada. Se ha practicado una política de austeridad que consiste en despojar de derechos y amparo a los más pobres, para que los políticos y los ricos puedan seguir manteniendo sus privilegios. Como esos tres mil euros en taxi que pueden gastar los diputados nacionales que no tengan coche oficial, por mencionar un extravagante ejemplo.

Hoy nos dicen que el recibo de la luz tendrá un recargo de entre 50 y 90 euros al mes hasta diciembre, que a partir de septiembre se suma al incremento del IVA. Y los ciudadanos no bajamos los plomos en señal de protesta. No, cada vez más Julitos españoles admiten que su respuesta ha sido dejar de ver las noticias. Como si esta actitud, de ignorancia y pasividad, hubiera abierto alguna vez una puerta a la esperanza y la justicia a lo largo de la historia.

Somos, pues, una piel de toro mansa, sin efervescencia. Y eso nos convierte en peligrosamente vulnerables. No nos sacuden las injusticias, ni las primaveras revolucionarias, ni el espíritu de libertad de quienes se levantan en armas en Libia o Siria.

Hace trece días Bielorrusia fue invadida por un ejército de ositos de peluche. Un avión sueco cruzó el cielo lanzando cientos de muñecos con mensajes pacifistas. Bombardeaban de manera simbólica la dictadura europea del extravagante Lukashenko, con la que varios países de la UE tienen acuerdos comerciales. Por supuesto, también participa en Eurovisión y compite al fútbol en la copa de Europa. A los gobernantes de esta vieja Europa en catarsis poco importa que los bielorrusos no sean libres. Pero ya se sabe que el liberalismo ni tiene fronteras, ni escrúpulos.

miércoles, 1 de agosto de 2012

El lado oscuro del Mediterráneo


Todos los días, a las once de la mañana, la librería del Ministerio de Defensa cierra la media hora de café que se toma su responsable, una señora que trabaja de nueve a dos. Es un tentempié matinal difícil de digerir para el común de los ciudadanos. Pero si miramos para otro lado, hay algo obsceno en esas escenas de vacaciones en el mar de Marivent, donde la familia real flota indolente al calor del verano en yates de lujo y Sofía va de compras y conduce un Mercedes por las calles de Mallorca.
Dicen que han renunciado a utilizar el megayate Fortuna –no iba a llamarse Pobreza- porque llenar el depósito cuesta 26.000 euros, osea 65 subsidios para parados sin paro de los que se quiere cargar Rajoy. Y se han dado cuenta ahora del despilfarro, cuando han estado años tirando de la gasolina pública.
Lo más hilarante es que para aparentar falsa austeridad dicen que navegan en un ejemplar más modesto que rebajan al calificativo de lancha, a pesar de que en la proa cabe y sobra toda la prole de Urdangarín, siempre dando ejemplo. Si Iñaki no dimite de yernísimo, la alcaldesa de Alicante tampoco piensa dimitir si se confirma su imputación por tres delitos graves: Cohecho, tráfico de influencias y revelación de información privilegiada. En ese lado oscuro del Mediterráneo, a los hijos políticos de Camps y Fabra, no les parecen razones suficientes. Si hasta ha hecho falta un mandado judicial -contra el deseo de Rita Barberá- para que, treinta y seis años después de muerto, el dictador Franco deje de ser alcalde honorífico de Valencia.

En la capital del reino, Moliner empieza con mal pie en el Supremo: Invitando a comer al ministro Gallardón en el comedor construido por Dívar en la sede judicial y que no llegó a estrenar, con tanto ajetreo marbellí. Algún día el paranormal fenómeno Iker Jiménez podrá desvelar el enigma de por qué esta gente no puede reunirse en horario de trabajo y comer en su casa -a quienes le espere allí un plato, que cada día más recurren al comedor social-.

Tantos indicios de confianza en el país generan una réplica bipolar interna: Entre los pobres, incrementan la indignación; y entre los ricos, la fuga de capitales. En seis meses acaudalados ciudadanos de toda condición han sacado de España 163.000 millones.
El Comité de Derechos Económicos de la ONU asegura que la congelación del salario mínimo no permite un nivel de vida digno en España. Pero no pasa nada. La reina y sus nietos al sol de Marivent; Urdangarín en su palacete de Pedralbes; Moliner y Gallardón de sobremesa; el Gobierno de Cantabria encargando otro informe, y otro, y otro, así hasta que uno le de la razón y se puedan volver a abrir las cuevas de Altamira; Ángel condenado a vivir sin Paquita tras cumplirse la amenaza de un inútil y desconcertante exilio a Laredo; y pregonamos orgullosos que la Fundación Comillas tendrá una academia del agua, precisamente cuando el proyecto hace idem.

Todavía hay quien saca pecho y abunda en el descrédito. “En Cantabria no hay muertos que tengan su tarjeta sanitaria activa”, se felicitan quienes mandan. Lo grave es que hay vivos que tampoco la tienen.