Un amigo en la infancia de su comunión
compartió catequesis con un niño que, un día, cuando el cura planteó la
archisabida cuestión ‘¿tú que quieres hacer de mayor?’, respondió con aplomo: “Vivir sin pensar”. Julito lo tenía muy claro. Acaso esas jornadas de catequesis iniciándose
en profundidades tales como de donde venimos y adonde vamos habían confundido
al pequeño, que solventó la duda entre razón y fe por la línea más corta y
decidió aspirar a un futuro sin preguntas. Ya se dice que pensar genera mucha
insatisfacción y el infante Julito decidió que la felicidad consistía en
cuestionarse lo menos posible.
Probablemente solo ese tipo de
renuncia personal genera una sociedad capaz de dejarse dominar por los
caprichos de los poderosos. El silencio puede ser cómplice de los peores males.
Por ejemplo, si el Gobierno nos amenaza hoy con usar el artículo 155 de la
Constitución, para tomar el control de las comunidades autónomas, nosotros
podemos responder con el 35 y el 47, y reivindicar el derecho al trabajo y a
una vivienda digna que nos asiste. Pero, si una vez más, nos callamos y dejamos
hacer seguirán apelando únicamente a los derechos que les convienen y
fabricando leyes nuevas a la medida de sus intereses.
Gracias a que en España proliferan
los ‘Julitos’, el estado ha despojado a los más débiles de derechos y protección
y, ahora, la mayoría de los ciudadanos de este país, somos marionetas de un
ultraliberalismo feroz, estamos en manos de los poderosos que dominan un
mercado que los políticos se niegan a regular para que puedan exprimirnos con
todo tipo de tropelías, mientras nosotros nos atrincheramos en el silencio, en
la mansedumbre o en el Chinchón, si es que aún podemos permitirnos olvidar las
penas en la barra del bar.
Este país ha cambiado mucho en
los últimos meses, y hoy no es ejemplo de nada. Se ha practicado una política
de austeridad que consiste en despojar de derechos y amparo a los más pobres, para
que los políticos y los ricos puedan seguir manteniendo sus privilegios. Como esos tres mil euros en taxi que pueden gastar los diputados nacionales que no tengan coche oficial, por mencionar un extravagante ejemplo.
Hoy nos dicen que el recibo de la
luz tendrá un recargo de entre 50 y 90 euros al mes hasta diciembre, que a
partir de septiembre se suma al incremento del IVA. Y los ciudadanos no bajamos
los plomos en señal de protesta. No, cada vez más Julitos españoles admiten que
su respuesta ha sido dejar de ver las noticias. Como si esta actitud, de
ignorancia y pasividad, hubiera abierto alguna vez una puerta a la esperanza y
la justicia a lo largo de la historia.
Somos, pues, una piel de toro
mansa, sin efervescencia. Y eso nos convierte en peligrosamente vulnerables. No
nos sacuden las injusticias, ni las primaveras revolucionarias, ni el espíritu
de libertad de quienes se levantan en armas en Libia o Siria.
Hace trece días Bielorrusia fue
invadida por un ejército de ositos de peluche. Un avión sueco cruzó el cielo lanzando cientos de muñecos con mensajes
pacifistas. Bombardeaban de manera simbólica la dictadura europea del
extravagante Lukashenko, con la que varios países de la UE tienen acuerdos
comerciales. Por supuesto, también participa en Eurovisión y compite al fútbol
en la copa de Europa. A los gobernantes de esta vieja Europa en catarsis poco importa que los bielorrusos no sean libres. Pero ya se sabe que el liberalismo ni tiene fronteras, ni escrúpulos.