viernes, 26 de octubre de 2012

Dos gestos anómalos


Ayer se han producido en España dos gestos extraordinariamente anómalos. Probablemente también se destapó a otro corrupto, alguien metió la mano al cajón y un tercero se lucró con el descrédito de un dinero público mal invertido. Pero los periódicos dan cuenta de dos hechos desacostumbrados que, acaso por esa misma naturaleza, fertilizan la polémica.
Uno es que Amancio Ortega, el quinto hombre más rico del mundo, ha donado veinte millones de euros a Cáritas, la mayor contribución privada que la organización ha recibido en sus 67 años de historia.
El otro es que el novelista Javier Marías ha renunciado al Premio Nacional de Narrativa dotado con veinte mil euros que otorga el gobierno de turno.

A Ortega se le critica que solo le supone un pellizco del 0,05 por ciento de su extraordinaria fortuna. Pero hasta ahora también se le afeaba, como al resto de ricos, que no contribuyeran ni con un duro de más para sortear los adversos efectos de la crisis.

A Marías supongo que no se le perdona que sea capaz de ganarse la vida y el prestigio sin recibir dinero público, y sin la necesidad de sentirse reconocido por el empalagoso almíbar de los halagos oficiales, que acaba por contaminar políticamente a todo el que recibe una medalla a propuesta del partido político gobernante.

Podemos discrepar, censurar, rebatir, criticar, denostar e incluso despreciar sus comportamientos. Pero tengamos en cuenta que más allá de estas acciones impera una inhumana y atroz realidad de la que echamos pestes todos los días. La dubitativa e irresoluta acción del Gobierno, el reiterado descrédito de la gestión política, la usura bancaria y los escandalosos desahucios que generan deudas vitalicias, la paranormalidad de Mariló Montero y su teoría de que el alma humana habita en el hígado de los malvados, los recortes, copagos, privatizaciones, las pensiones menguadas, los salarios reducidos. Y nuestra dignidad de ciudadanos por los suelos.

Probablemente no hay que extenderse en aplausos y agradecimientos. Pero tampoco denostar insólitas iniciativas como que un hombre rico regale veinte millones de euros a los necesitados, y otro hombre ilustrado nos ahorre otros veinte mil euros y una medalla. Lógico. Estamos estupefactos, y tardaremos en asimilarlo.