Un
mártir convertido en verdugo, Israel, vomita fuego y dolor contra la población
palestina de Gaza ante la mirada impávida escondida en la vergüenza del resto
del mundo. Parapetados en el frágil escudo de nuestras propias miserias y
fracasos, desde España y desde Europa, asistimos con reprobable timidez al encono
de un conflicto al que estamos acostumbrados a asomarnos a través de la
prudente distancia del escaparate de la prensa internacional. Con esa
extraordinaria tibieza con la que ya asistimos al conflicto en Siria, donde ya ni
siquiera ejercemos como espectadores críticos.
No
podía ser más oportuno. Mientras Israel revienta Gaza con un ejército de
misiles, el Papa Benedicto prefiere mirar a Cisjordania y ha desahuciado de Belén
a la mula y al buey, lo cual en medio del recrudecido conflicto bélico no deja
de ser una absoluta frivolidad. El sumo pontífice desvela que la Natividad católica
está llena de anacronismos y errores y parece dispuesto a arruinar la iconografía
de los nacimientos de medio mundo.
Todo
se desmorona, ahora también estalla la burbuja religiosa y la austeridad se
contagia a los belenes. Este año no habrá ni mula ni buey y también se recortarán
los villancicos, porque los pastores –dice Benedicto- tampoco celebraron con cánticos
el nacimiento del hijo de Dios. La estrella que iluminó el cielo fue
simplemente una supernova fechada entre los años siete y seis antes de cristo,
que es cuando se presume que realmente nació Jesucristo, por lo que hasta la fecha
del natalicio es incorrecta. Y, resulta que, además, la adoración de los Reyes
Magos puede ser fruto de la imaginación de San Mateo, así que hasta los regalos
de la fiesta de la epifanía pueden borrarse con esta repentina crisis de ascetismo
navideño.
Vamos, que ahora resulta que
también hemos montado el Belén por encima de nuestras posibilidades.