miércoles, 19 de diciembre de 2012

La noche en blanco de Regino


Mi amigo Regino suele pasear con sus perras cuando la noche vacía las calles y solo suena el silencio en Santander. Aquella noche no fue una excepción. Pero si fue una noche diferente. Se olvidó las llaves y se quedó sin batería en el móvil. ‘Me tuve que pasar la noche paseando. Estoy molido’, nos confesó al día siguiente a través de una red social.

Pero la noche en blanco de Regino ha cambiado la ciudad. Abrigado por un cálido abrigo sobre un jersey gris de cuello cisne rematado con una bufanda, cerró tras de sí la puerta de su casa con un enérgico ademán y apresuró el paso por la escalera persiguiendo a sus niñas, impacientes por conquistar el parque. La rutina de este acostumbrado paseo a la luz de la oscuridad de la noche quedó quebrada cuando descubrió que se había olvidado las llaves de casa. Casi al mismo tiempo sacó el móvil del bolsillo y comprobó con estremecido abatimiento que apenas tenía batería. Intentó marcar un número de su agenda pero el teléfono se apagó. Y, sin móvil, toda esa ingeniería de la ciudad inteligente se demuestra completamente inútil. Nada puede hacer Santander por ti.

Miró el reloj, apenas era la una de la madrugada. Ni siquiera calculó las horas que restaban al amanecer. Regino siempre viaja con su propia energía, que son las palabras, por lo que simplemente buscó asiento en un banco, abrió el libro que esa noche llevaba bajo el brazo y se entregó a sus páginas. Cambió de postura varias veces, e hizo algunos paréntesis para acariciar y jugar con las perras que reclamaban su atención. Hacía frío. En el banco de aquel parque cercano a la playa los dedos deslizaban con dificultad las hojas, entumecidas por el crudo aliento del mar que absorbía la templada calidez de la noche y expulsaba, en cada acometida a la arena, una corriente húmeda que penetraba con insolencia hasta los huesos.

En lugar de presentarse de improviso en casa de algún familiar o amigo se sacudió el frío caminando, con absoluta indiferencia hacia la situación que, lejos de percibir como un inconveniente, transformó en la ventaja de prolongar su paseo diario.
Caminó perseguido solo por el eco de sus pisadas sobre la acera, por una ciudad desierta. Concentrado en sus pensamientos apenas levantó la cabeza para saludar a los escasos habitantes nocturnos con quienes se cruzó. Taxistas sin clientes, ciudadanos sin hogar envueltos en cartones, escasos noctámbulos empedernidos a la frustrada búsqueda de un local abierto, conductores de cacharros de limpieza tan ruidosos como inútiles. Gatos que cruzan la calle, alguna ventana prendida donde habita un desvelado.

Aún quedan encendidas algunas luces de navidad que dan un aspecto triste a esta ciudad triste, que solo se reconoce en el vanidoso espejo de su bahía. Solo el viento, a estas horas gélido, suena más que el silencio.
Sus pasos le ha conducido hasta el extremo de la ciudad, hasta el parque de Las Llamas. A la vera del mar que escupe frío el peregrinaje nocturno le agota y decide regresar al centro por la atalaya del paseo Menéndez Pelayo; los árboles le protegen de una intermitente llovizna que complica las horas que le quedan a la intemperie y que, en el fondo, son un delicioso espacio de silencio y reflexión.
Cuando se acerca al final del paseo se cruza con un chaval de apenas quince años que lleva bajo el brazo un elfo verde de cartón piedra con los pantalones por las rodillas. Entonces los pasos de Regino se apresuran hacia la plaza de Pombo. Ahí está. La casita de Laponia. El refugio perfecto para esta noche de aguacero. Abre la portilla y atraviesa el jardín en el que otro gnomo verde pesca un salmón azul en un lago diminuto. Empuja la puerta y se instala con las perras en la diminuta morada de Papa Noel, hasta que la lluvia desiste de empapar Santander y comienza a quebrarse la oscuridad con el alba.

Ahora Regino se despereza y se mueve con rapidez. Se dirige con decisión hacia el centro deteniéndose a cada rato solo lo necesario para cumplir su misión. No sabe andar en bicicleta, pero toca el piano. No queda por tanto más remedio que seguir a pie. Visita a Pepe Hierro frente a la contaminada arquitectura del Marítimo. Llega hasta Cuatro Caminos, baja hasta la Marga, explora después Cazoña y La Albericia. Se pierde en la complicada geografía urbana de la Avenida de los Castros y General Dávila. Se deja caer por Entrehuertas, esa destartala arquitectura urbana que siempre se esconde en los folletos turísticos.

El sol deshace el hechizo de sombra y la débil luz de un amanecer gris despierta la ciudad. Ya ha llegado la hora de entrar a trabajar; Regino se acerca a su oficina para recuperar otro juego de llaves de su casa y dejar descansar a las perras, exhaustas por esta peculiar noche en blanco.

Pero el despertar de la ciudad deja rostros de estupefacción y sorpresa colectiva, la gente sonreía en los semáforos, los conductores circulaban con menos prisa que de costumbre, quienes esperaban el autobús conversaban entre ellos con peculiar regocijo, los barrenderos estaban asombrados, los niños lanzaban chillidos alegres camino del colegio. Y la gente alborozada se asomaba a las ventanas, salía de los portales fascinada con el extraño espectáculo. Eufóricos, animados, exultantes. Los habitantes de la ciudad gris se habían transformado esa mañana, sin necesidad de smartphones, de sensores, ni realidades aumentadas.

Santander amaneció llena de poesía. Versos sueltos quebraban el paisaje gris, pintados en las lunas de los bancos, entre las líneas de los pasos de cebra, rodeando las ventanas más cercanas al suelo, asaltando las aceras, trepando por las paredes de los edificios, en las sábanas tendidas del primer piso de una casa de San Simón, alegrando las señales de tráfico, mancillando las fachadas de los edificios oficiales, tiñendo de júbilo los muros.

Santander amaneció envuelta en palabras. Donde penas y dichas no sean más que nombres, se leía en la pared del Parlamento. Donde habite el olvido / en los vastos jardines sin aurora, susurraba Cernuda prendido en un muro de la cuesta de la Atalaya. Déjame que te hable también con mi silencio, se leía en las aceras de la calle del Martillo. No te quedes inmóvil al borde del camino, recordaba Benedetti desde una ventana del extrarradio. Mis miradas te cubren como yedra / eres una ciudad que el mar asedia, apareció rotulado en la playa de la Magdalena. Lo que pasó no fue pero está siendo / y silenciosamente desemboca / en otro instante que se desvanece, leían los estudiantes de la Facultad de Derecho. Cae o cayó / la lluvia es una cosa / que sin duda sucede en el pasado, recitaba el asfalto de la cuesta del Gas. Somos el tiempo que nos queda, proclamaba Caballero Bonald desde la fachada del Banco Santander.
Y los versos de Pepe Hierro viajan en autobús por la ciudad. Y yo busqué en los álamos mi vida / y al no encontrarla la creí perdida / y estaba aquí, al alcance de la mano.

Y así fue como Regino Mateo hizo que llovieran versos sobre Santander, y los dibujó en los muros y las aceras con la tiza de sus sueños. Aquella noche en que las palabras conquistaron la ciudad.

lunes, 17 de diciembre de 2012

El fin del mundo ya está aquí


Si uno presta atención, el mundo emite ininterrumpidamente señales apocalípticas que, aún así, nunca consiguen confirmar las fatales predicciones del juicio final. Ahora que los mayas se disponen a quedar en ridículo con un nuevo vaticinio fracasado, las señales de perturbación, corrupción y decadencia de la civilización cobran más notoriedad y excitación, pero no dejan de ser fruto de una sempiterna cotidianidad disparatada.

La expectativa de otro fin del mundo nos obliga a estar más alerta. Un par de barcos ya han derretido la virginidad blanca y gélida del Ártico, un océano ahora quebrado por una grieta navegable por la que también se puede colar –dicen- un nuevo desastre ecológico.
Una juguetera alicantina salva la crisis con Bebé Glotón, la primera muñeca lactante del mundo, que ha sido un éxito de ventas en Estados Unidos, después de que semejante ingenio haya sido cuestionado por los conservadores.
Un recluso estadounidense que lleva un tatuaje de Justin Biever en la entrepierna había trazado un plan para castrarle y vender sus testículos frescos a 2.500 euros, como las merluzas que ya se despachan en las máquinas expendedoras que hasta ahora escupían cajetillas de tabaco.
Las páginas de información internacional se tiñen de rosa: Berlusconi pasea a una nueva pareja aún con restos de acné, Strauss-kahn indemniza a la camarera guineana que le acusó de abusos sexuales, y Hollande defiende a su pareja sentimental con una polémica carta que ha enviado al tribunal de París que la juzga por una querella.
El nivel de la política nacional tampoco rebate con entusiasmo esta deriva sensacionalista. Se ha desvelado que Jordi Pujol creía en las brujas con tanta convicción que visitaba frecuentemente a una que vive en las montañas de Andorra; una señora que adivina el futuro frotando un huevo por la espalda y luego rompiéndolo. La madre de Stallone, más singular, leía el futuro en los culos de la gente y, por extraño que parezca, tenía clientela.
La magia ya es una realidad. La capa de invisibilidad que el padrino de Harry Potter le dejó en herencia existe. Una empresa canadiense ha desarrollado un tejido que permite camuflar por completo a un hombre, que le esconde de cualquier mirada e incluso de las cámaras infrarrojas. Lástima que el único fin de este descubrimiento sea servir a la guerra, ya que se aplicará para fabricar soldados invisibles.

S&P ha rebajado la nota de Grecia hasta dejarla en el nivel de impago selectivo. Que es el inframundo. La buena noticia es que debajo de la basura, aunque no hay vida, aún se respira. Esto confirma que el mundo ha reventado ya; que el apocalipsis es esto, la ruina moral, económica y ecológica en la que naufragamos. No podemos esperar un desastre mayor. 

jueves, 13 de diciembre de 2012

El hombre sin pensamientos


El hombre es un experimento, el tiempo demostrará si valía la pena. La frase de Mark Twain ilustra hoy la certeza de una realidad fracasada. El único animal que –como él mismo dijo- come sin tener hambre, bebe sin tener sed y habla sin tener nada que decir, parece haber renunciado a explotar su inteligencia y habilidad a favor de otras especies, como el perro. En algún rincón del mundo han enseñado a conducir a unos cuántos canes abandonados, y el otro día era noticia que unos perros austriacos son capaces de detectar el cáncer de pulmón por el olfato.
Hay que admitir que el hombre sigue practicando un comportamiento poco refinado, demasiado animal, sin esperanzas de reconducirse, absolutamente corrompido por la avaricia y el consumo, que en el fondo viene a ser dinero y poder. Quizá por eso, ahora hay un afán por recurrir al perro, conscientes al fin de que la telebasura es la realidad, y no un fingido espectáculo de degradación moral del hombre, la única criatura que rechaza ser quién es, que dijo Albert Camus.
Cuando nos contemplamos en la televisión uno acaba coincidiendo con Nietzsche en que el hombre debe ser superado. No se sabe si por el perro o alguna otra espabilada mascota con una mayor resistencia al atajo de males de la sociedad que veneramos como avanzada. Si como enunció Kant, el hombre no es más que lo que la educación hace de él –‘no es sino lo que sabe’, expresó Bacon-, corremos el peligro de que tal vez un perro o un mono sean capaces de aprender con más dignidad y acierto.
Sartre ya previno que el hombre es lo que hace de si mismo. Que con excesiva costumbre es menoscabar su dignidad y la de sus semejantes, ejercer la codicia, el individualismo. Suplir el humanismo por el consumismo. Nos dicen que gastar para reactivar el consumo es la única manera de vivir.

Además de comprar podemos pensar, aunque hoy es un ejercicio de atrevimiento extremo e incluso de riesgo, por aquello que podamos descubrir. Si nos mantenemos bajo los narcotizantes efectos de esta amnesia y anestesia colectiva, intentando sobrevivir sin hacer ruido ni cuestionar nada, pronto nos sustituirán por perros que olfatean enfermedades y conducen coches.

Pensar es más interesante que saber, decía Unanumo. También quedan ustedes, algunos hombres buenos, que piensan mientras conducen. Aunque solo sea en la reserva moral  de su propia conciencia.

martes, 11 de diciembre de 2012

La silenciosa muerte del comandante Pablo


Ayer murió Jesús de Cos, el comandante Pablo, uno de los últimos maquis, de aquellos que no se resignaron a la dictadura y se echaron al monte. Pero su despedida no encuentra hueco en la actualidad de Cantabria, preocupada hoy por el destino de un reno navideño de cartón piedra mutilado que ha costado cuatro mil euros, y por el Racing, que ha rescindido el contrato a Fabri. La mejor tumba es la más sencilla, enunció Platón.

Guerrillero hasta su último aliento, De Cos defendió la democracia atrincherado en las montañas con la Brigada Machado hasta su exilio en Francia. Una ausencia que duró 38 años. Volvió para ver con amargura cómo quedaron impunes los verdugos de la democracia.

Hijo de un teniente de alcalde republicano de Rionansa que fue hecho prisionero por los nazis y deportado a Mauthausen donde murió, el último maquis cántabro que hoy despedimos compartió con su familia el arrojo en la defensa de la democracia aún cuando la contienda civil ya ha había escrito su fatal desenlace. Sus hermanos Manuel y Magdalena, también militaron en la guerrilla. Ella fue condenada a pena de cárcel y después obligada a dejar el pueblo. Residió en Madrid y, hasta su muerte en 2008, su casa en el parque San Juan Bautista estuvo siempre abierta a los desheredados sociales a quienes cobijaba y protegía.

La última vez que vi a Jesús de Cos volvió a narrar las torturas, la represión y el dolor de aquella fracasada defensa de la democracia. Fue el 24 de octubre, en el homenaje a Josefina, la hija de El Cariñoso, que organizó la Librería La Libre. Conservaba ese lenguaje propio de otra época, esos términos hoy desterrados del discurso político por lugares comunes y frases manidas. Pero en su verbo encendido no había atisbo de indiferencia ni de resignación, dos de los peores vicios de esta sociedad amordazada a la que el silencio convierte en cómplice. Conservaba intacta esa capacidad para sacudir conciencias de la que estamos tan huérfanos. ‘Los únicos vencidos son los que no luchan’, decía.

Le recuerdo –no esta última vez - vestido con camisa roja, en un guiño cromático a la enseña democrática que defendió. Se atrevió a bautizar a una hija Libertad, la misma que él defendió con convencimiento y ardor hasta el final. Y se plantó en la plaza Porticada cuando ésta fue tomada por los ciudadanos, en aquella iniciativa insólita para esta ciudad de provincias con ínfulas señoriales que tantas esperanzas despertó en quienes defienden que otro mundo es posible.

Jesús de Cos pertenece a una estirpe que nadie recuerda, que regresó del exilio como si no hubiera pasado nada. Denunció infatigablemente que Ley de Amnistía fue para los franquistas, para ellos no. Los guerrilleros que lucharon contra la dictadura siguieron sometidos a la Ley de Bandidaje y Terrorismo, vigente hasta 2008. “Y aún en la actualidad seguimos catalogados como bandidos, malhechores y delincuentes, ¿es esto democracia?, bramaba. El poeta Miguel Hernández ha sido recientemente condenado a muerte por segunda vez. Y Jesús de Cos abandona la vida sin haber sido recompensado por las torturas y persecución que sufrió.
Marlene Dietrich tenía razón. Uno debe de temerle a la vida, no a la muerte. Pero hoy toca evocar una cita de Mao Tse Tung que repetía Jesús: Hay muertos que no pesan más que una pluma y otros que pesan más que la montaña de Sian.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Pulverizar la memoria


El escritor británico Julián Barner dice hoy en la prensa que el tiempo actúa como un disolvente que pulveriza los recuerdos. Por eso a veces creemos que hemos hecho con nuestra vida lo que nos hubiera gustado hacer, aunque no sea así, aunque medie un abismo entre el recuerdo y la realidad. El recuerdo del mal pasado es alegre, enunció Cicerón.

La reconstrucción ideal del pasado es una patología muy común, que roza lo vulgar. Lo practican con afán algunos políticos que cuando tocan poder sufren amnesias parciales acerca de aquellas defensas que ahora, desde su atalaya, resultan poco convenientes para la realidad de sus nuevos intereses.

Cualquier tiempo pasado siempre fue mejor, incluso la mísera España que se desperezaba de la dictadura o la reconversión industrial de los ochenta y la crisis del 92, que dinamitaron los sueños de muchas generaciones con aquel futuro incierto y oscuro del que nunca pensamos que se podría huir. Cuando los estragos del paro no eran noticia y los universitarios -ahora como antes- abandonábamos la facultad para ejercer de barrenderos y conserjes. Y emigrar era un sueño aún más complicado, sin Ryanair, ni el colchón de papá y mamá, ni la pensión de la abuela. Pero aquello se esfumó. Y, ahora, todo parece más suave que las severas dificultades que atravesamos que, por supuesto, percibimos como la mayor catarsis económica y moral que nos ha tocado padecer.
En este caso puede que la memoria no nos engañe y que sea la más brutal acometida a nuestro sistema de libertades y especialmente de bienestar. Pero qué pronto olvidamos aquellos lunes al sol que ahora regresan con mayor fiereza a conquistar ese efímero paraíso capitalista, en el que a la mayoría de nosotros no nos dio ni tiempo a vivir por encima de nuestras posibilidades, porque éramos mileuristas. Hasta eso nos parece hoy mejor. El recuerdo que deja un libro es más importante que el libro mismo, decía Becquer.

Lo que no se convierte en recuerdo es como si nunca hubiese existido. Para no enfrentarnos con el espejo a veces amargo del pasado, la mayor parte de nuestros recuerdos son falsos, nuestra vida no es más que la historia que contamos acerca de ella. El tiempo moldea el pasado para que emule el pretérito pretendido, la vida que hubiésemos querido vivir. Sobre todo con más intensidad. En la memoria todas las sensaciones son más potentes de lo que en realidad fueron, más dichosas y también, cómo no, más amargas. ‘Hoy no me alegran los almendros del huerto. Son tu recuerdo’, escribió Borges.

En realidad la vida solo es lo que somos capaces de recordar. Y poder disfrutar de los recuerdos es vivir dos veces. Dicen que la memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados. La única trinchera para estos tiempos de incertidumbre. Aunque García Márquez le añade un inconveniente: El afán de querer olvidar es mi mayor ímpetu para recordarte

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Vivir es cambiar


Mañana es el día de la Constitución. Ese documento que después de cuarenta años de amarga dictadura nos unió a todos en la democracia a cambio de un silencio, olvido y perdón que, treinta y cuatro años más tarde, aún supura dolor, por esa decisión de enterrar un pretérito aún vivo que desde entonces no ha dejado de pedir justicia.

Fue un precio demasiado alto, pero acaso el único salvoconducto posible hacia la libertad que aquellos españoles de orden herederos del cacique ansiaban también frustrar. Fuimos demasiado generosos con el dictador, su enriquecida familia que aún vive de lo que saquearon, sus ministros y cómplices, algunos de ellos oportunamente reconvertidos en demócratas cuando fracasaron todas sus estrategias para impedirlo e, incluso, reconocidos hoy como grandes estadistas.
La democracia en España es más madura de lo que dicen, o tal vez más absurda, lo suficiente como para permitir, entre otros disparates, que exministros, responsables y verdugos de aquel régimen hayan vivido camuflados de demócratas en los bancos del Congreso o al frente de administraciones públicas, algo impensable en otros países como Holanda, donde al padre de la princesa Máxima Zorreguieta, ministro de la dictadura argentina de Videla, ni siquiera le permitieron pisar el país para acudir a la boda de su hija.
El ponderado proceso de transición español no buscó la justicia, sino el olvido. Dicen que fue un éxito, sus mentores y herederos lo aplauden con mecánico y fanático entusiasmo, sin reparar en que tal vez nos apresuramos a cerrar heridas que nunca cicatrizarán. Sin tolerar una fisura en su planteamiento. Sin pensar, sin cuestionar, sin valorar.
Esgrimimos aquel proceso de transición como un éxito, cuando aún destila dolor por sus costuras. Pero es algo intocable, incuestionable, como esa Constitución de la que tan orgullosos nos sentimos por el mero hecho de que fue aceptada en las urnas. Torturados por cuarenta años de represión nos conformamos con ser libres. Y lo conseguimos, y fue gracias a la generosidad de los vencidos, que perdieron una vez más la posibilidad de resarcirse con la justicia que se les negó. En realidad se firmó la paz y se empezó a vivir en democracia, que era el fin. Pero treinta y cuatro años más tarde la transición y la propia Constitución son totémicas, indiscutibles. Son un icono inmutable que envejece entre aplausos, almíbar y excesivas dosis de indulgencia.

La democracia y su propio guión constitucional nos han conducido hasta aquí, con todo lo cuestionable que puede ser nuestro sistema en este momento de quiebra e incertidumbre. Pero no hay razón para resignarnos a mantener el modelo territorial concebido entonces, o tampoco para mantener una injusta normativa electoral que distorsiona el voto de los ciudadanos hasta situaciones esperpénticas.

Tolstoi decía que todos pensamos en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo. Para poder corregir la Constitución primero tendremos que cambiar nosotros. Y dejar de aplaudir tanto, y aceptar que nada es ni eterno, ni perfecto. Las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo, del miedo al cambio, escribió Octavio Paz. Pero vivir es cambiar.

lunes, 3 de diciembre de 2012

El método equivocado


Poco le importa a Corea del Norte que no esté la cosa para tirar cohetes. Para celebrar que lleva un año en el poder Kim Jong-um va a lanzar uno, pero dada su descarriada vocación militar no se conforma con fuegos artificiales y ha decidido lanzar un misil, que es mucho más impetuoso y amedrentador.
El aniversario se cumple exactamente el 28 de diciembre pero, lamentablemente, la hazaña anunciada tiene poco que ver con los santos inocentes de tradición cristiana. El estalinismo tiene su propio calendario laico aunque, en este caso, el eufórico lanzamiento del misil imita un poco esa efusiva correspondencia de fuego que enciende el cielo de Gaza e Israel, que en realidad es el mismo, por más que insistan en conquistarlo. 
Visto así, las judiadas siguen vigentes como sostiene la Real Academia de la Lengua que se ha negado a exterminar el término como pedían los afectados, por ser una expresión que usaron Baroja y Galdós que, por supuesto, tienen más crédito que Netanyahu, e incluso que Aznar, ese hombre que ahora dice que sufre observando a España, como nos pasó a muchos cuando él impuso su absolutismo electoral y dejó al país sin patrimonio con aquella furia privatizadora que entregó algunas de las empresas más rentables a sus amigos. Mientras a gente como él le duele lo que ve, al resto nos duele lo que nos toca, que es mucho más penetrante que las visiones de Aznar, de la Preysler, de Tita Thyssen, la duquesa de Alba y de todos esos pudientes que lloriquean su falta de liquidez en la televisión exhibiendo una escandalosa falta de empatía y realidad. 
Noviembre tiene el record en mayor consumo televisivo de la historia. Toca a cuatro horas y media por persona, buena parte de ellas capitalizadas por el impacto de la deriva financiera, social y hasta moral de ese túnel de incertidumbre que atravesamos. La crisis ha agudizado nuestra vocación de voraces espectadores de un escaparate de miserias. Podemos vencer esa inercia y convertirnos en protagonistas. 
Dicen que cuando uno está mal solo sale de ello ayudando a otro que esté peor. Hace mucho que el hambre en África, los dominados coreanos, los conflictos de sangre en Siria y en la franja de Gaza e incluso la Cuba oprimida de Fidel han perdido relevancia. 
Ahora todos los recursos son pocos para tratar de restaurar aquel pequeño paraíso artificial que habitamos. Lástima que el modelo elegido haya sido un nuevo error a la medida de los intereses de los pocos países vivos que quedan en la Unión Europea. En lugar de tolerar que nos conviertan en Grecia podíamos haber mirado a Islandia, que este año ha triplicado su crecimiento tras meter en la cárcel a los responsables de la crisis financiera. Aquí se indulta a los banqueros que delinquen, a los policías que torturan, y se cesa y destierra al inspector de Hacienda que destapó el escándalo Gurtel. Cómo para plantearse que los responsables de este desaguisado se sienten en el banquillo.