Un ufano príncipe Enrique de Inglaterra presume de haber
matado algunos talibanes durante las veinte semanas que pasó en Afganistán como
piloto artillero de helicópteros Apache. Absolutamente desolador es el
comentario que ha hecho: “Es un placer para mi, porque soy una de esas personas
a las que les gusta jugar a la PlayStation y la Xbox, osea que soy útil con mis
pulgares”.
Obama renovó ayer votos como mandamás mundial, y en la
efervescencia de la liturgia prometió defender a los gays y a los inmigrantes
mientras mantiene abierta Guantánamo. Una generosidad que contrasta con la
ligereza con la que ha despachado a más dos mil personas hacia el más allá,
fruto de la guerra secreta que libra en países como Pakistán, a cuyos
ciudadanos fulmina en escandalosas operaciones militares sin remordimiento
alguno por su parte, ni por parte de la sociedad norteamericana. El número de malhechores no autoriza el
crimen, proclamó Dickens.
En el discurso se atrevió incluso a reclamar más control para
las armas, aunque él seguirá jugando a la guerra, con sus drones, y a las películas
de espía, con la CIA. Como hicieron los Bush, aunque a ellos no les han
aplaudido con un Nobel de la paz por ello.
Aquí, el Gobierno de España ha emprendido una cuestionable
cruzada para indultar homicidas al volante. Ha empezado por el cliente del hijo
del ministro de justicia, y seguirá en breve con el ciudadano Carromero, a
quien la familia popular arropa con el mismo entusiasmo sectario con el que
Bildu defiende a sus ovejas negras y que, con una celeridad impropia del
sistema judicial español, ya duerme en su casa y se ha reincorporado a su
puesto a dedo en el Ayuntamiento de Madrid.
Lo más preocupante es que probablemente todos ellos se
consideren buenas personas. Quién juega a los marcianos con vidas humanas,
quien asesina inocentes porque les tiene miedo, quienes eximen de la ley a sus
compañeros de filas.
No es de extrañar que ante semejantes principios morales, el
Gobierno de España no haya tenido pudor alguno en rebajar los requisitos de
honorabilidad que se exigen para dirigir un banco. Rajoy ha cambiado la ley
para permitir que quienes han estado condenados por la justicia se pongan al
frente de las entidades bancarias. Como si no hubiésemos tenido bastante con
los del certificado de penales limpio.
Así es como atajan la corrupción en el Gobierno. Así es como
funciona el mundo. Para que triunfe el mal solo es necesario que los buenos no
hagan nada. El silencio nos hace cómplices. No hacer el bien es un mal
muy grande, dijo Rousseau. No hagáis
el mal y no existirá, dijo Tolstoi. Pero ser bueno no es tan rentable para
los voraces bolsillos de quienes nos dominan.