Polola,
Conchitina, Chachita, Coti, Maripi. Cada verano una brigada de ‘cuquis’ y ‘pitucas’
se asoma a las páginas de la prensa, en los pies de foto de esa feria taurina fracasada
que ya está madurando recortes para próximos Santiagos. Este año ha costado
tres millones de euros, y las ausencias en las gradas de la plaza han reflejado
la falta de ánimo y de dinero para estos cuestionados espectáculos de sangre y
arena. Solo los políticos resisten en la barrera, porque les sale gratis, igual
que a la mitad del tendido.
En
Santander, las entradas se regalan con alegría y solo algunos ingenuos sin
recursos pagan por ir a los toros, al Festival Internacional y a los conciertos,
en esa zona esperpénticamente denominada VIP, donde los del todo incluido gratis se hacinan a la caza de un
canapé y una copa y se mezclan con cuquis y pitucas de norteño pedigrí. El que
paga no es nadie.
Si
la Feria se apaga, únicamente lamentaré que ese ejército de Maripis y Tinucas
desaparezca como especie si no encuentra otro hábitat en el que reproducirse y
lucir palmito. No se si en otras ciudades de España las señoras declinan sus
nombres hasta derivar en Chini, Cani o Pitu, o si, por el contrario, es una
seña de identidad de la burbuja SmartSantander que habitamos.
A
veces me pregunto a qué se dedican las cuquis y pitucas de Santander en el
invierno, durante los seis meses de tinieblas de Mordor que padecemos. Solo se
que con los primeros flashes resurgen de su invierno y brotan espectaculares en
los eventos de sociedad. Probablemente hasta nos distraen un poco de ciertas
metáforas estivales de barquitos a la deriva en el mar de la prima de riesgo, a
las que recurren políticos con poca chispa. Probablemente, Polola y Conchitina organizarían
un rastrillo benéfico para comprar unas gafas de aumento a Rubalcaba, que ayer dijo
que se ve con opciones frente al Gobierno de Rajoy.
Si
yo quisiera desacreditar a alguien, diría de él que lee a Pío Moa. No concibo
desvarío más grande. Ni siquiera dejar que te llamen Polola.