Qué mal acostumbrado están los
franceses. El hombre más rico del país se les fuga a Bélgica para pagar menos
impuestos y esta circunstancia desata un cabreo monumental en el país. Aquí, en
la ínsula de Barataria, llevamos años aplaudiendo a millonarios deportistas que
cotizan sus medallas de oro en paraísos extranjeros y a empresarios como
Florentino o Ana Rosa que escabullen sus obligaciones fiscales amparados en el
invento de las SICAV. Y, la verdad, nunca nos han escandalizado tales
comportamientos. Por eso, provoca hilaridad que algunos piensen que Hollande no
debe apretar el cinturón a los ricos, no sea que se molesten.
En España los pudientes no llevan
ni correa, se aguantan los pantalones con tirantes para que la gravedad no les deje
al desnudo las vergüenzas de sus negocios y patrimonios, mientras el resto de
los ciudadanos somos los portadores de ese cinturón fiscal único para salvar el
país.
Además, quienes ya no alcancen el
derecho a un trabajo indigno pueden ser obligados a colaborar en la extinción
de incendios. El Gobierno de este país pretende tratar a los desempleados como
esclavos desprovistos de derechos, cuando son trabajadores que han forjado su
derecho al subsidio cotizando previamente más de lo que van a recibir, no cómo
la improductiva Fátima Báñez que no ha trabajado en su vida hasta que, en
compensación, la nombraron ministra del ramo.
No se, puestos a proponer despropósitos,
que saquen a los presos de las cárceles –esos sí que son un lastre para el estado:
Alojamiento, comida y atención sanitaria gratis- para ejercer de bomberos, o que convoquen para las
ardientes faenas de apagafuegos a la enorme lista de defraudadores de Hacienda
o morosos de la Seguridad Social. Sería un gustazo ver la foto de algunos
presidentes de clubes de fútbol tirando de manguera.