martes, 11 de septiembre de 2012

Los infelices


Hoy hace nueve años que prendí mi último cigarrillo. Me gusta no fumar, pero añoro el placer de hacerlo. Lo detesto y a la vez lo echo de menos. No se si me hace feliz fumar o no fumar.

En el ocaso del estío la Universidad Internacional Menéndez Pelayo ha reunido a expertos de todas las disciplinas para debatir sobre la felicidad. Al parecer, Bután fue el primer país del mundo que en lugar de utilizar el PIB para medir su prosperidad económica usó el indicador de la Felicidad Interior Bruta. Si después de la entrevista de Rajoy los españoles nos evaluamos con este parámetro confirmaríamos los peores augurios de Nietzche, que ya dijo que el ser humano está concebido para sufrir –en este caso- a manos de este desbaratado estado de malestar donde ayuntamientos como el de Barcelona llegan al extremo de cobrar la plusvalía a las familias que entregan su vivienda al banco para satisfacer la deuda de la hipoteca.

Aristóteles considera que ser feliz es ser humano en su plenitud y admite que hay personas que entienden la felicidad como placer mientras que para otras es alcanzar honores o conocimiento intelectual. Un cínico o un estoico defendería que ser feliz es valerse por si mismo, ser independiente. Y para un hedonista como Epicuro ser feliz es experimentar placer y evitar el sufrimiento.

Intelectuales, sabios, escritores y manuales de autoayuda coinciden en señalar que el altruismo provoca más felicidad que el egoísmo y que la riqueza por si sola no nos hace más felices. Dar es mejor que recibir y el dinero no produce felicidad. Pero nos empeñamos en cultivar infelicidad, en fertilizar la cuenta corriente para comprar bienes que únicamente nos producen una satisfacción efímera.