Hoy hace nueve años que prendí mi
último cigarrillo. Me gusta no fumar, pero añoro el placer de hacerlo. Lo
detesto y a la vez lo echo de menos. No se si me hace feliz fumar o no fumar.
En el ocaso del estío la
Universidad Internacional Menéndez Pelayo ha reunido a expertos de todas las
disciplinas para debatir sobre la felicidad. Al parecer, Bután fue el primer país
del mundo que en lugar de utilizar el PIB para medir su prosperidad económica
usó el indicador de la Felicidad Interior Bruta. Si después de la entrevista de
Rajoy los españoles nos evaluamos con este parámetro confirmaríamos los peores
augurios de Nietzche, que ya dijo que el ser humano está concebido para sufrir –en
este caso- a manos de este desbaratado estado de malestar donde ayuntamientos
como el de Barcelona llegan al extremo de cobrar la plusvalía a las familias
que entregan su vivienda al banco para satisfacer la deuda de la hipoteca.
Aristóteles considera que ser
feliz es ser humano en su plenitud y admite que hay personas que entienden la
felicidad como placer mientras que para otras es alcanzar honores o conocimiento
intelectual. Un cínico o un estoico defendería que ser feliz es valerse por si
mismo, ser independiente. Y para un hedonista como Epicuro ser feliz es experimentar
placer y evitar el sufrimiento.
Intelectuales, sabios, escritores
y manuales de autoayuda coinciden en señalar que el altruismo provoca más
felicidad que el egoísmo y que la riqueza por si sola no nos hace más felices. Dar es mejor que recibir y el
dinero no produce felicidad. Pero nos empeñamos en cultivar infelicidad, en fertilizar
la cuenta corriente para comprar bienes que únicamente nos producen una
satisfacción efímera.