Hoy que conocemos que en España
hay 38.179 parados más, correspondería difundir a cuántos desempleados se ha contratado en Alfoz de Lloredo con los gintonics solidarios a precio de saldo con
limones de Novales que se tomaron los políticos populares este verano para
recaudar fondos a tal fin.
A la postre, aunque singular y desconcertante,
esta peculiar tómbola alcohólica -si acaso derivó en algo- es la única iniciativa directa para generar
empleo que se ha puesto en marcha en Cantabria en los últimos meses, más allá
de los recurrentes anuncios de que abrirán sus puertas una empresa que competirá
con Hergom, una universidad privada y algún almacén comercial. Proyectos que se
van dilatando y, que en todo caso, no podrán equilibrar el saldo negativo de la
balanza de empleo cántabra sacudida por constantes regulaciones de empleo.
Mientras recurrimos a los gintonics como política de empleo, estamos a la espera de
ver germinar los frutos de InverCantabria, con el mismo escepticismo con el que
todavía esperamos recolectar alguno de su predecesor Plan de Gobernanza. Tópicos
de legislatura; todos quieren tener un plan de gobierno para incumplirle, como
ya hacen con los programas electorales.
En Santander ya hemos atravesado
varias fases, primero fracasamos como capital cultural y ahora aspiramos a la
inteligencia urbana, que vamos camino de trasmutar en su antónimo gracias a un
alcalde que presume de que puede controlar desde su móvil que cantidad de basura por minuto acumulan
los contenedores de la ciudad. Se trata, sin duda, de un conocimiento vital
para el desarrollo de la convivencia urbana y del estado de bienestar. Supongo
que, en paralelo a esta desconcertante iniciativa, unos paneles indicarán en
tiempo real a qué contenedores se pueden dirigir quienes ya no cobran ni los
400 euros para rescatar yogures caducados y fruta podrida.
Sea, pues, bendecida la
inteligencia de Santander pues –de otro modo- los indigentes, que cada día
somos más, podríamos caer en la tentación de evocar la toma de Perejil y conquistar
la isla de Mouro para reivindicar que aviones de la ONU nos lancen paquetes de
ayuda humanitaria, como si fuésemos Bankia y nos lloviesen 4.500 millones de
euros del Frob (Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria), que es el cielo
de los sin blanca.
¡Quién fuera banco podrido o comunidad autónoma saqueada! Con todas las instituciones que
llevamos años manteniendo solo podemos llamar a la puerta de Cáritas. O a la de
Carlos Divar, a quien –todavía- algún tonto, hoy, aplaude que renuncie a la indemnización
que gastó por adelantado en hoteles, cenas y viajes de lujo que nunca pagó. Ni devolvió.