miércoles, 5 de septiembre de 2012

El destape


Ahora que hemos tomado conciencia de que no habitamos un país con un tesoro público infinito, escandalizan ciertas prebendas que los cargos públicos disfrutaban con desvergüenza y desparpajo en el silencioso limbo de lo cómodamente amoral. Mientras hubo para todo nunca nos hicimos preguntas y los periodistas, al parecer, pasábamos por alto estas pequeñas grandes arbitrariedades y desafueros que ahora son noticia y antes no, tampoco se sabe por qué.
Hoy, en medio de esta pertinaz sequía financiera, hemos pasado al extremo contrario y nos causan escándalo y rechazo las mismas canonjías políticas que antes tolerábamos con indiferencia y que la mayoría de los ciudadanos ignoraban, gracias al fecundo trabajo de los medios de comunicación que no lo contaban. Son ellos quienes ahora se empeñan en destapar y destacar salarios, pensiones e indemnizaciones impúdicas. Pero solo ahora, cuando todo se desmorona y no antes, cuando acaso podrían haber contribuido a frenar una sangría con la que, presumo, muchos se apagaban la sed.
Ahora, al parecer, algunos de ellos también ejercen de indignados y lapidan en primera plana a quienes antes protegieron de luz de sus flashes y, gracias a este cambio de rumbo, los ciudadanos contemplamos atónitos la pornográfica radiografía política de este país.

En esta era del destape descubrimos –malversaciones y prevaricaciones aparte- que demasiados cargos públicos de este país abonados a instituciones y consejos de administración de cajas y empresas públicas llevan tiempo lucrándose de sustanciosas indemnizaciones, salarios por encima de sus capacidades, caprichos de lujo pagados con el dinero de todos y fabulosas pensiones.

Tras despedir a inútiles directivos de cajas de ahorro arruinadas con compensaciones millonarias, dos ex presidentes del Tribunal de Cuentas también reclaman al Congreso qué hay de lo suyo, es decir, que piden 180.000 euros cada uno como indemnización por haber dejado el cargo. Tampoco se queda atrás la ex defensora del Pueblo, María Luisa Cava, que ejerció el cargo en funciones y ahora que ha sido relevada también exige cobrarla. Todos los días se suma uno más.

La cuestión no es si Carlos Divar renuncia a su indemnización. La cuestión es por qué tiene derecho a ella. Si en lo público no hubiera indemnizaciones ni pensiones escandalosas no habría que asumir la vergüenza de pagarlas. Los cargos y representantes públicos en instituciones, cajas y consejos de administración deberían tener las mismas condiciones laborales que el resto de los trabajadores del estado, sin disfrutar de prebenda alguna. Ahora que azotan malos vientos descubrimos que todos ellos tienen derecho a ser indemnizados. ¿Por qué? ¿Por haber tenido la suerte de desempeñar un trabajo por el que ya han estado cobrando un generoso salario, en muchos casos sin tener que acreditar competencia formativa ni profesional alguna?

Ojalá el Estado fuera tan clemente con quienes de verdad lo necesitan. Porque mientras ellos se blindan con injustas pensiones e indemnizaciones a los demás nos aplican la reforma laboral. Por algo será que no la comparten.