El homo anteccesor, un ejemplar
que vivió hace 800.000 años en Atapuerca, era tan canibal como algunos de los
africanos que escandalizaron la pusilánime inocencia de nuestra infancia
cocinando exploradores en aquellas ollas avivadas por las llamas de la
imaginación de los tebeos.
Hoy dice el periódico que comía
criaturas de otras tribus para marcar y ampliar su territorio. Miles de años más
tarde, la conducta del ser humano se mantiene semejante. Ayer Contador se comió
a Purito en una extraordinaria hazaña ciclista camino de Fuente Dé. Y hoy el
voraz apetito de Angela Merkel aterriza en España con ánsias de merendarse al melindroso
Rajoy, y a lo poco que queda ya de aquello que dicen que fue un estado de
bienestar. Los bancos, las eléctricas y las telefónicas, herederas directas del
canibalismo del homo anteccesor, reviven su particular Atapuerca fagocitando
nuestras cuentas de ahorro y nuestra moral con comisiones, facturas de lecturas
estimadas y sin estimar, timos e incumplimientos varios; con intereses
hipotecarios vitalicios y demás inventos financieros para hacer más ricos a los
ricos y más pobres a los pobres, preservando así el ecosistema deprededador
capitalista.
Para sacudirse del yugo de dominación
del homo anteccesor algunos se hacen toreros -que es un cada vez más
cuestionado canibalismo ritual proyectado sobre otra especie-, otros dan
patadas a un balón, y el resto miramos y aplaudimos tratando de esquivar que nos
abran los ojos los más de 70.000 pensamientos que nos asaltan a diario.
Los
científicos dicen que el cerebro humano ha reducido su tamaño en un 30 por
ciento en los últimos 30.000 años. El equivalente a una pelota de tenis. Los primeros
efectos son ya visibles en Putin, quien volará en ala delta para dirigir el
vuelo migratorio de las cigüeñas de Siberia a Asia central camuflado con una
bata blanca, para que las aves le confundan con su progenitor. Menudo pájaro.