viernes, 14 de septiembre de 2012

El futuro no conquistado


Desde que la pantalla del cine Capitol proyectó aquel fascinante holograma de la princesa Leila en ‘La Guerra de las galaxias’, siempre he soñado con que se hiciese real. Supongo que hoy se pueden hacer cosas más sorprendentes, sin embargo me queda el deseo de acariciar con mis propios ojos una imagen tridimensional colgada del vacío, suspendida en el aire.
Hace tiempo leí que ya era posible, pero que al parecer nadie le encuentra mucho uso. Yo no renuncio a tener mi propia máquina de fabricar hologramas, aunque solo sea para sentir que de verdad hemos alcanzado ese estatus futurista que profetizaron el cine y la literatura. La superación de 1984 y 2001 sin que se haya producido ninguna verdadera odisea en el espacio, en los hábitos y estética que nos pronosticaron aquellas películas, ha defraudado todas las expectativas que tenía depositadas en alcanzar un horizonte futurista que se asemeje a lo vaticinado.

Las espadas de luz siguen siendo de hierro y las guerras son un cuerpo a cuerpo en las calles de Siria. Los coches aún circulan por carreteras secundarias y no tienen alas para esquivar los atascos, los trenes penden de frágiles catenarias y tampoco nos alimentamos con píldoras nutritivas sino que la gastronomía se ha convertido en una ciencia.

Al menos nos queda otra de las ilusiones prometidas. Al parecer, el pasado mes de mayo, un grupo de científicos consiguió teletransportar un fotón de La Palma a Tenerife, a través de 143 kilómetros al aire libre. Tardaremos en poder hacerlo nosotros, pero el día que ocurra no nos hará más libres. Nos permitirá prescindir de los vuelos de riesgo en las naves basura de Ryanair, pero enseguida surgirá un organismo regulador del tráfico del teletransporte presidido por un antiguo consejero de una caja de ahorros y nos obligarán a pagar una tasa por aparecernos en el aeropuerto de Fabra. Lo peor será que nadie nos garantizará un aterrizaje con todas nuestras partículas. Nos perderán partes del cuerpo con la misma agilidad que ahora extravían maletas, cuadros o vergüenzas.