Una prueba del desatinado capitalismo
que nos asfixia es que la ‘restauradora’ del Ecce Homo quiere cobrar derechos
de autor a quienes visiten su obra, a la vista de la expectación que ha
provocado el adefesio que, inexplicablemente, sigue colgado de la pared de la
iglesia del pueblo; al menos, hasta que la mujer del ex senador Bárcenas se
interese por él, ya que, al parecer, es aficionada a comprar y vender cuadros
sin pagar el correspondiente peaje fiscal.
Su marido se ha apresurado a
exculparla pero, de cara a la opinión pública, son muchos los tropiezos de los
populares con el arte, teniendo en cuenta que en Cantabria, a los dos días de
empezar a gobernar, descolgaron el mural de Orallo de la Biblioteca Central, atemorizados
por el daño moral que les podría causar. Ahora, en su peculiar política de
alcayata, coleccionan estampitas de santos y buscan desnortados la colección
Norte, que nunca exhibirán porque considerarán sin duda demasiado procaz.
La reacción de Cecilia, mater de
este Ecce Homo inspirado en Paquirrín, no hace más que imitar los peores vicios
de ese pragmático liberalismo económico mal entendido que predican los poderosos:
Lucrarse sin vergüenza, ni pudor, ni escrúpulos. Cristina García Rodero ha
pasado de fotografiar a la España pobre y costumbrista a retratar a la familia
real y no se atreve a confesar cuánto ha cobrado. Y Leticia no hace otra cosa que poner en práctica la lección bien
aprendida de que por dinero todo vale, que es algo así como el abc del libre
mercado emocional de la casquería rosa en la que se han enredado dos de
nuestros dirigentes locales. El alcalde echa humo en la parrilla mediática de
un desvaído Sálvame local, enfurruñado como un niño castigado sin recreo en el
patio del Gobierno regional a cuenta de los retrasos del Plan General de
Ordenación Urbana. Un documento que llevan cocinando ocho años y que no satisface
a nadie, pero que todos quieren aprobar para empezar a dar licencias.
Diego y De la Serna se llevan
igual de bien que Mariló e Igartiburu, abrazadas ayer en plató y chorreando almíbar
suficiente como para confirmar su desencuentro. Menos mal que la televisión pública,
para fortalecer audiencias, ha fichado al rey, a la pareja de Wert y a Bertín
Osborne.
TVE dedicará doce personas a
producir un programa de media hora sobre la actualidad de la casa real, que si decidiera
ahondar más allá de lo institucional emularía el éxito de Falcon Crest. Me temo
que se limitarán a reproducir las cartas de Juan Carlos a los españoles,
misivas con las que ayer empezó a aleccionarnos en ese lenguaje manido y tópico
que acostumbra.
Resulta inoportuno y jocoso que el rey venga ahora a rubricar
homilías a su pueblo, cuando si algo le hemos agradecido durante décadas es
precisamente su prudencia y silencio. La torpeza es aún mayor cuando en vísperas
del rescate, el Borbón se preocupa por las recurrentes ansias de
independentismo catalán que cada cierto tiempo brotan con mayor o menor
virulencia y que no es, ni de lejos, el principal problema de España, ni la preocupación
de los ciudadanos.
Es lo que hay. Los referentes político-doctrinales
de este país se llaman Juan Carlos de Borbón y Mario Conde. De los dos, el
tuerto es el rey.