miércoles, 19 de septiembre de 2012

El tuerto es el rey


Una prueba del desatinado capitalismo que nos asfixia es que la ‘restauradora’ del Ecce Homo quiere cobrar derechos de autor a quienes visiten su obra, a la vista de la expectación que ha provocado el adefesio que, inexplicablemente, sigue colgado de la pared de la iglesia del pueblo; al menos, hasta que la mujer del ex senador Bárcenas se interese por él, ya que, al parecer, es aficionada a comprar y vender cuadros sin pagar el correspondiente peaje fiscal.
Su marido se ha apresurado a exculparla pero, de cara a la opinión pública, son muchos los tropiezos de los populares con el arte, teniendo en cuenta que en Cantabria, a los dos días de empezar a gobernar, descolgaron el mural de Orallo de la Biblioteca Central, atemorizados por el daño moral que les podría causar. Ahora, en su peculiar política de alcayata, coleccionan estampitas de santos y buscan desnortados la colección Norte, que nunca exhibirán porque considerarán sin duda demasiado procaz.

La reacción de Cecilia, mater de este Ecce Homo inspirado en Paquirrín, no hace más que imitar los peores vicios de ese pragmático liberalismo económico mal entendido que predican los poderosos: Lucrarse sin vergüenza, ni pudor, ni escrúpulos. Cristina García Rodero ha pasado de fotografiar a la España pobre y costumbrista a retratar a la familia real y no se atreve a confesar cuánto ha cobrado. Y Leticia no hace otra cosa que poner en práctica la lección bien aprendida de que por dinero todo vale, que es algo así como el abc del libre mercado emocional de la casquería rosa en la que se han enredado dos de nuestros dirigentes locales. El alcalde echa humo en la parrilla mediática de un desvaído Sálvame local, enfurruñado como un niño castigado sin recreo en el patio del Gobierno regional a cuenta de los retrasos del Plan General de Ordenación Urbana. Un documento que llevan cocinando ocho años y que no satisface a nadie, pero que todos quieren aprobar para empezar a dar licencias.
Diego y De la Serna se llevan igual de bien que Mariló e Igartiburu, abrazadas ayer en plató y chorreando almíbar suficiente como para confirmar su desencuentro. Menos mal que la televisión pública, para fortalecer audiencias, ha fichado al rey, a la pareja de Wert y a Bertín Osborne.
TVE dedicará doce personas a producir un programa de media hora sobre la actualidad de la casa real, que si decidiera ahondar más allá de lo institucional emularía el éxito de Falcon Crest. Me temo que se limitarán a reproducir las cartas de Juan Carlos a los españoles, misivas con las que ayer empezó a aleccionarnos en ese lenguaje manido y tópico que acostumbra. 
Resulta inoportuno y jocoso que el rey venga ahora a rubricar homilías a su pueblo, cuando si algo le hemos agradecido durante décadas es precisamente su prudencia y silencio. La torpeza es aún mayor cuando en vísperas del rescate, el Borbón se preocupa por las recurrentes ansias de independentismo catalán que cada cierto tiempo brotan con mayor o menor virulencia y que no es, ni de lejos, el principal problema de España, ni la preocupación de los ciudadanos.
Es lo que hay. Los referentes político-doctrinales de este país se llaman Juan Carlos de Borbón y Mario Conde. De los dos, el tuerto es el rey.