jueves, 20 de septiembre de 2012

Españoles en el mundo


En lugar de declinar su carrera como jurado de algún concurso televisivo de nuevos talentos, Julio Iglesias retorna a la actualidad como analista político proponiendo recetas a lo Mario Conde para salvar la España de Rajoy, a quien considera un estoico capaz de dormir sobre una piedra. Pero su pensamiento se resume en una frase: “Soy muy español pero no tengo porqué pagar mis impuestos solo en España”, ha dicho. Esa es la casta de patriotas que arriman el hombro para levantar el país. 
Pero tal vez lo más delirante es su reflexión sobre el movimiento 15M: “A veces miro esta casa en la que vivo y pienso que sería susceptible de ser invadida”. Retrata sus verdaderas y tal vez miserables preocupaciones y, a la vez, nos libera de la necesidad de ponerle en evidencia, porque ya lo hace él solo estupendamente, delante de un país con tres millones de parados de larga duración y otros tanto en vías de compartir etiqueta.

Julio Iglesias representa a esa clase social económicamente privilegiada que necesita que exista España –una, grande y de libre mercado- como referente territorial de pandereta sobre el que proferir todo su ardor patriótico, inversamente proporcional a la alegría fiscal que provoque en su cuenta corriente.

Para esa estirpe de españoles de primera, España va bien si ellos ganan dinero, como hacían antes, sin controles, sin reproches. Hasta que consumieron nuestro futuro. El sacrificio, el esfuerzo de austeridad que nos pide Rajoy y el dinero para sostener la sanidad y la enseñanza gratuita que lo pongan otros, que el cantante, los banqueros y quienes más tienen lo custodian en paraísos artificiales donde se multiplica como panes y peces en una bienaventuranza fiscal a la medida de los intereses de su bolsillo. Luego nos hacen una declaración de amor para forjar un matrimonio de conveniencia con separación de bienes, claro.

Algunos dirán que el amor que profesa Julio Iglesias por España es más místico que fiscal, como el de Jesús por María Magdalena. Al menos, eso defiende el Vaticano a raíz del descubrimiento de un papiro del siglo IV escrito en copto que afirma que Jesucristo estuvo casado. Los célibes próceres de la Iglesia reconocen la autenticidad del documento pero prefieren interpretar que fue un matrimonio místico, al estilo de Santa Teresa de Jesús. Es una interpretación más complaciente que la verdad.

En realidad, toda religión peca de lo mismo. Los judíos ultraortodoxos de Israel han llegado al extremo de graduar mal sus gafas para cegarse a la tentación femenina. Utilizan lentes con menos dioptrías para difuminar los provocativos contornos de las mujeres. Siempre que se ha dicho que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y, efectivamente, este refrán le cumplen con la misma ortodoxia que su integrismo religioso. Al pie de la letra.