En lugar de declinar su carrera
como jurado de algún concurso televisivo de nuevos talentos, Julio Iglesias
retorna a la actualidad como analista político proponiendo recetas a lo Mario Conde
para salvar la España de Rajoy, a quien considera un estoico capaz de dormir
sobre una piedra. Pero su pensamiento se resume en una frase: “Soy muy español
pero no tengo porqué pagar mis impuestos solo en España”, ha dicho. Esa es la
casta de patriotas que arriman el hombro para levantar el país.
Pero tal vez lo
más delirante es su reflexión sobre el movimiento 15M: “A veces miro esta casa
en la que vivo y pienso que sería susceptible de ser invadida”. Retrata sus
verdaderas y tal vez miserables preocupaciones y, a la vez, nos libera de la necesidad
de ponerle en evidencia, porque ya lo hace él solo estupendamente, delante de
un país con tres millones de parados de larga duración y otros tanto en vías de
compartir etiqueta.
Julio Iglesias representa a esa
clase social económicamente privilegiada que necesita que exista España –una,
grande y de libre mercado- como referente territorial de pandereta sobre el que
proferir todo su ardor patriótico, inversamente proporcional a la alegría fiscal
que provoque en su cuenta corriente.
Para esa estirpe de españoles de
primera, España va bien si ellos ganan dinero, como hacían antes, sin
controles, sin reproches. Hasta que consumieron nuestro futuro. El sacrificio, el esfuerzo de
austeridad que nos pide Rajoy y el dinero para sostener la sanidad y la
enseñanza gratuita que lo pongan otros, que el cantante, los banqueros y
quienes más tienen lo custodian en paraísos artificiales donde se multiplica
como panes y peces en una bienaventuranza fiscal a la medida de los intereses
de su bolsillo. Luego nos hacen una declaración de amor para forjar un matrimonio
de conveniencia con separación de bienes, claro.
Algunos dirán que el amor que
profesa Julio Iglesias por España es más místico que fiscal, como el de Jesús por
María Magdalena. Al menos, eso defiende el Vaticano a raíz del descubrimiento
de un papiro del siglo IV escrito en copto que afirma que Jesucristo estuvo
casado. Los célibes próceres de la Iglesia reconocen la autenticidad del
documento pero prefieren interpretar que fue un matrimonio místico, al estilo
de Santa Teresa de Jesús. Es una interpretación más complaciente que la verdad.
En realidad, toda religión peca
de lo mismo. Los judíos ultraortodoxos de Israel han llegado al extremo de
graduar mal sus gafas para cegarse a la tentación femenina. Utilizan lentes con
menos dioptrías para difuminar los provocativos contornos de las mujeres. Siempre
que se ha dicho que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y,
efectivamente, este refrán le cumplen con la misma ortodoxia que su integrismo
religioso. Al pie de la letra.