lunes, 24 de septiembre de 2012

La cuota ética


Lukashenko se gana a si mismo. El último dictador de Europa, el presidente de Bielorrusia, ha vencido a la abstención, su único enemigo en las elecciones legislativas -“aburridas y tranquilas”, tiene la cara de decir- celebradas ayer con sus contrincantes políticos en la cárcel o fuera de circulación.

Para certificar el pucherazo hemos enviado 16.000 observadores nacionales, 350 de la CEI (la Comunidad de Estados Independientes formada por las ex repúblicas soviéticas), 260 observadores de la Oficina para las Instituciones Democráticas y los Derechos Humanos de la OSCE y 74 miembros de la Asamblea Parlamentaria de la misma. Es decir, un observador por cada seiscientos bielorrusos certificará lo que ya sabíamos. Punto final. Lukashenko está en sintonía con Putin -quien también defiende el gobierno de otro tirano en Siria- personaje que cocina bien sus propios pucheros electorales y al que hace poco se abrazó nuestro Borbón, por el bien de las inversiones españolas, que –como todos los negocios- circulan en paralelo a los escrúpulos y la dignidad, sin ni siquiera rozarse.  

Poco sirve el aval de la razón frente al dinero. Hoy dice la prensa que los bosquimanos son el pueblo vivo más antiguo de la humanidad. Una humanidad que no conocen porque les hemos condenado al destierro, víctimas de los depredadores europeos que colonizaron sus tierras para exprimir su riqueza. Hoy quedan unos cien mil que malviven como un ejército de parias, la mayoría de ellos en las arenas del Kalahari, como apestados. En el año 2006 consiguieron que el Tribunal Supremo de Botsuana les diese la razón y les permitiese vivir y cazar en la Reserva del desierto por el que vagan. El Gobierno tuvo que tragar, pero les negó al acceso a los pozos de agua.

Hoy, en esa misma tierra conquistada, el Gobierno ha construido un hotel de lujo con piscina para turistas. Qué casualidad. Antes de pasar a saludar a Putin, allí se estuvo bañando hace poco el Borbón. Donde se ahogan de sed miles de personas.

Esa es la política internacional que nos corresponde. Mirar hacia otro lado y cultivar relaciones que supongan un rédito económico, no moral. Podemos negociar con Putin, disfrutar de Botsuana, vender armas al tirano sirio. Nuestra cuota ética se limita a lanzar dardos contra Chávez y Fidel Castro, por ejemplo.