Lukashenko se gana a si mismo. El último dictador de Europa,
el presidente de Bielorrusia, ha vencido a la abstención, su único enemigo en
las elecciones legislativas -“aburridas y tranquilas”, tiene la cara de decir- celebradas
ayer con sus contrincantes políticos en la cárcel o fuera de circulación.
Para certificar el pucherazo hemos enviado 16.000 observadores nacionales, 350 de la CEI (la Comunidad de
Estados Independientes formada por las ex repúblicas soviéticas), 260
observadores de la Oficina para las Instituciones Democráticas y los Derechos
Humanos de la OSCE y 74 miembros de la Asamblea Parlamentaria de la misma. Es
decir, un observador por cada seiscientos bielorrusos certificará lo que ya sabíamos.
Punto final. Lukashenko está en sintonía con Putin -quien también defiende
el gobierno de otro tirano en Siria- personaje que cocina bien sus propios
pucheros electorales y al que hace poco se abrazó nuestro Borbón, por el bien
de las inversiones españolas, que –como todos los negocios- circulan en
paralelo a los escrúpulos y la dignidad, sin ni siquiera rozarse.
Poco sirve el aval de la razón
frente al dinero. Hoy dice la prensa que los bosquimanos son el pueblo vivo más
antiguo de la humanidad. Una humanidad que no conocen porque les hemos
condenado al destierro, víctimas de los depredadores europeos que colonizaron
sus tierras para exprimir su riqueza. Hoy quedan unos cien mil que malviven como
un ejército de parias, la mayoría de ellos en las arenas del Kalahari, como
apestados. En el año 2006 consiguieron que el Tribunal Supremo de Botsuana les
diese la razón y les permitiese vivir y cazar en la Reserva del desierto por el
que vagan. El Gobierno tuvo que tragar, pero les negó al acceso a los pozos de
agua.
Hoy, en esa misma tierra
conquistada, el Gobierno ha construido un hotel de lujo con piscina para
turistas. Qué casualidad. Antes de pasar a saludar a Putin, allí se estuvo
bañando hace poco el Borbón. Donde se ahogan de sed miles de personas.
Esa es la política
internacional que nos corresponde. Mirar hacia otro lado y cultivar relaciones
que supongan un rédito económico, no moral. Podemos negociar con Putin, disfrutar
de Botsuana, vender armas al tirano sirio. Nuestra cuota ética se limita a
lanzar dardos contra Chávez y Fidel Castro, por ejemplo.