jueves, 27 de septiembre de 2012

La tentación de la Gran Manzana


Si es usted presidente de España, del Partido Popular y algo sosito debe extremar las precauciones cuando viaje a Estados Unidos, porque puede sufrir alucinaciones, ofuscamientos, delirios de grandeza y dismorfia muscular, también llamada vigorexia. Todo empieza fumando un puro, y a partir de ahí se suceden una serie de catastróficas desdichas.
Ayer Rajoy cayó en la tentación de la Gran Manzana y asomó a sus labios un generoso habano, mientras los indignados españoles volvían a tomar la calle. Esta falta de tacto y oportunidad confirma que puede haberse activado ya la mutación del registrador de la propiedad gallego; mutación que ya sufrió Aznar cuando ejercía de meritorio para el trío de Azores.

La precuela de esta comedia política tiene su origen en el deslumbramiento de Aznar acontecido tras pisar suelo americano, cuando también se fumó un puro con los pies en la mesa con el entonces inquilino de la Casa Blanca, George Bush. La desatinada postal fue el inicio de una delirante sucesión de gags y monólogos que ya quisieran para si los guionistas del show de Benny Hill, si continuaran produciendo una serie tan casposa. Aznar mutó. Acostumbrado al glamour de Oropesa, fue fulminado de inmediato por el oropel yanqui y dejó atrás a josemari –un gris funcionario de provincias- para refundarse en mister Aznar, como antaño su padre político Fraga hiciera con su propio ideario.
Fue un viaje apasionante para los atónitos electores españoles, un fenómeno de transfuguismo físico y mental inédito. Estalló un fenómeno, un superhombre. Viajó del yo al superyo, y lo superó con creces hasta fortalecer el superego del que presume en la actualidad. Se le disparó la autoestima por encima de la prima de riesgo, hasta tal punto que no dudó en expresarse –para regocijo internacional- en un ridículo acento tejano convencido de que realmente estaba hablando inglés. Invitado por unas bodegas, confesó -un poco piripi- que le gustaba tomar dos copitas de más cuando conducía a la velocidad que le daba la gana. Presumió ante Bush de correr diez kilómetros en cinco minutos veinte segundos. Se tatuó una tableta de chocolate en el cuerpo, a un ritmo de dos mil abdominales diarias. Se volvió una ratita presumida, cultivó una descuidada melena y se adornó con pulseras, en su frenética búsqueda de una nueva y –sobre todo- extravagante identidad; que llegó a su cénit en el congreso de Valencia que debía consagrar a Rajoy, cuando irrumpió exhibiendo moreno y un desenfadado vestuario, chocando palmas y agitando su melena con más frenesí que la rubia de los limones del caribe. Fue su momento de éxtasis.

Esta es su cara más inofensiva porque mister Aznar vivió su sueño americano, como ayer empezó a hacer Rajoy, hasta sus últimas consecuencias y nos llevó al fracaso y al dolor de una injusta guerra en Irak cuyas secuelas aún padece el desangrado país. Hay algunos apuntes incluso más miserables, pero nada importaba porque España era una, y fuerte económicamente, ¿a qué andar con remilgos morales?
Aznar ha vuelto. Reencarnado en Mariano. El juguete roto de la guerra de Irak lo designó sucesor a dedo, y eso imprime una huella. Como su mentor, ya ha aspirado las mieles del habano en suelo yanqui y ha creído rozar las estrellas de la enseña norteamericana. Tranquilos, que la mayoría silenciosa está en casa. Eso mismo pensó Aznar de las manifestaciones contra la guerra de Irak, y Nixon –que inventó el ya manido término ahora rescatado por Rajoy- de las protestas de Vietnam. Todo empieza así, cuando dejan de escuchar. Cuando se dejan seducir por delirios de grandeza. Cuando imponen. Cuando se esconden detrás de la policía.

La inmensa mayoría de los españoles no se manifiesta. Tampoco la mayoría de los españoles votó al Partido Popular. Solo lo hicieron 10.830.693 que, por cierto, han sido estafados con el programa electoral. Y a lo mejor no se atreven a salir a la calle por miedo a la feroz represión policial que hemos visto por televisión, aunque el Gobierno lo niegue. Lo dijo Groucho Marx: “¿A quién va a creer usted? ¿A mi o a sus propios ojos?