Si
es usted presidente de España, del Partido Popular y algo sosito debe extremar
las precauciones cuando viaje a Estados Unidos, porque puede sufrir
alucinaciones, ofuscamientos, delirios de grandeza y dismorfia muscular,
también llamada vigorexia. Todo empieza fumando un puro, y a partir de ahí se
suceden una serie de catastróficas desdichas.
Ayer
Rajoy cayó en la tentación de la Gran Manzana y asomó a sus labios un generoso
habano, mientras los indignados españoles volvían a tomar la calle. Esta falta
de tacto y oportunidad confirma que puede haberse activado ya la mutación del
registrador de la propiedad gallego; mutación que ya sufrió Aznar cuando
ejercía de meritorio para el trío de Azores.
La
precuela de esta comedia política tiene su origen en el deslumbramiento de
Aznar acontecido tras pisar suelo americano, cuando también se fumó un puro con
los pies en la mesa con el entonces inquilino de la Casa Blanca, George Bush.
La desatinada postal fue el inicio de una delirante sucesión de gags y monólogos
que ya quisieran para si los guionistas del show de Benny Hill, si continuaran
produciendo una serie tan casposa. Aznar mutó. Acostumbrado al glamour de
Oropesa, fue fulminado de inmediato por el oropel yanqui y dejó atrás a
josemari –un gris funcionario de provincias- para refundarse en mister Aznar,
como antaño su padre político Fraga hiciera con su propio ideario.
Fue
un viaje apasionante para los atónitos electores españoles, un fenómeno de transfuguismo
físico y mental inédito. Estalló un fenómeno, un superhombre. Viajó del yo al
superyo, y lo superó con creces hasta fortalecer el superego del que presume en
la actualidad. Se le disparó la autoestima por encima de la prima de riesgo,
hasta tal punto que no dudó en expresarse –para regocijo internacional- en un
ridículo acento tejano convencido de que realmente estaba hablando inglés. Invitado
por unas bodegas, confesó -un poco piripi- que le gustaba tomar dos copitas de
más cuando conducía a la velocidad que le daba la gana. Presumió ante Bush de
correr diez kilómetros en cinco minutos veinte segundos. Se tatuó una tableta
de chocolate en el cuerpo, a un ritmo de dos mil abdominales diarias. Se volvió
una ratita presumida, cultivó una descuidada melena y se adornó con pulseras,
en su frenética búsqueda de una nueva y –sobre todo- extravagante identidad;
que llegó a su cénit en el congreso de Valencia que debía consagrar a Rajoy,
cuando irrumpió exhibiendo moreno y un desenfadado vestuario, chocando palmas y
agitando su melena con más frenesí que la rubia de los limones del caribe. Fue
su momento de éxtasis.
Esta
es su cara más inofensiva porque mister Aznar vivió su sueño americano, como
ayer empezó a hacer Rajoy, hasta sus últimas consecuencias y nos llevó al
fracaso y al dolor de una injusta guerra en Irak cuyas secuelas aún padece el
desangrado país. Hay algunos apuntes incluso más miserables, pero nada
importaba porque España era una, y fuerte económicamente, ¿a qué andar con
remilgos morales?
Aznar
ha vuelto. Reencarnado en Mariano. El juguete roto de la guerra de Irak lo
designó sucesor a dedo, y eso imprime una huella. Como su mentor, ya ha
aspirado las mieles del habano en suelo yanqui y ha creído rozar las estrellas
de la enseña norteamericana. Tranquilos, que la mayoría silenciosa está en
casa. Eso mismo pensó Aznar de las manifestaciones contra la guerra de Irak, y
Nixon –que inventó el ya manido término ahora rescatado por Rajoy- de las protestas
de Vietnam. Todo empieza así, cuando dejan de escuchar. Cuando se dejan seducir
por delirios de grandeza. Cuando imponen. Cuando se esconden detrás de la policía.
La
inmensa mayoría de los españoles no se manifiesta. Tampoco la mayoría de los
españoles votó al Partido Popular. Solo lo hicieron 10.830.693 que, por cierto,
han sido estafados con el programa electoral. Y a lo mejor no se atreven a
salir a la calle por miedo a la feroz represión policial que hemos visto por
televisión, aunque el Gobierno lo niegue. Lo dijo Groucho Marx: “¿A quién va a
creer usted? ¿A mi o a sus propios ojos?