martes, 2 de octubre de 2012

Bendito sea el caos


Hay que ver lo que nos hemos reído en este país de Berlusconi, cuando cambiaba las leyes a su antojo para superar ilegalidades. Ahora que ya somos como aquella Italia de pandereta, me temo que no nos hace tanta gracia. El Gobierno español coincide con Putin en que Rusia y España tienen demasiada libertad de expresión. El líder ruso ya está corrigiendo el vicio limando con dureza, desde hace años, cualquier intento de excesiva democracia. Tan equivocado está el libre albedrío del pueblo que ha tenido que intervenir para forjar un resultado electoral favorable a su persona.
El Gobierno de Rajoy –o al menos su portavoz para asuntos internos, la delegada Cifuentes- ha advertido hoy que sopesa hacer cambios legales para ‘modular’ el derecho de manifestación. Porque, al parecer, es la única manera de legalizar los métodos represivos que obliga a utilizar a la policía en las concentraciones contra el Gobierno.

Fue Noam Chomsky quien dijo que si no creemos en la libertad de expresión para la gente que despreciamos, no creemos en ella para nada. Ahora que ha tocado poder, Cifuentes cree que la Ley es muy permisiva con el derecho de reunión y manifestación que disfrutó para sí cuando ejercía la oposición. Pero ya lo advirtió ayer Lassalle. Según su teoría, las leyes están por encima de la voluntad del pueblo, y también por tanto de la de esta señora.

Aún así, resulta sorprendente el protagonismo de la delegada del Gobierno en Madrid que, por la soltura con la que se conduce y los silencios de Rajoy, parece haber tomado las riendas del país. En realidad es como un tres en uno, porque además de su cometido parece capaz de fagocitar las competencias de los ministerios de Interior y Justicia. Al menos solo cobra un sueldo, no como Cospedal y su obsesión por no pagar a los diputados mientras ellas percibe tres salarios y enchufa al marido en un consejo de administración.

Legislar a la medida de los intereses políticos del gobierno de turno –en este caso para intentar reprimir manifestaciones- no es precisamente democracia. Son prácticas abusivas que tienen cabida en otro tipo de sistemas políticos o, cuando menos, que evidencian un notorio deterioro del mismo. El efecto, además, es contraproducente. Obligará a los ciudadanos a sumar una nueva causa para salir a la calle.

Lo que es terrible es que los fanáticos dibujen los límites de la libertad de expresión. “Bendito sea el caos, porque es sinónimo de libertad”, decía Tierno Galván.