lunes, 1 de octubre de 2012

Los que aplaudimos poco


Precisamente hoy que ha muerto el historiador Eric Hobsbawm ya es urgente resucitarlo. Para corregir la equivocada ligereza con la que José María Lassalle, el peón ministerial del amargo ministro Wert, hoy, en una tribuna de opinión, censura y desacredita las manifestaciones ciudadanas que su partido ha disuelto a golpes, muy lejos del talante democrático que predica para protegerse de ellas.

Cuando, por mucho que se ha leído y memorizado, se confunde la mayoría absoluta con el absolutismo es normal que el señor Lassalle defienda que los ciudadanos (pueblo, lo llama él) únicamente puedan abrir la boca cada cuatro años en las urnas, donde con frecuencia se les da a elegir entre lo malo y lo peor.
En esos periodos valle, de cuatro años de legislatura, no podemos protestar, ni exigir dimisiones –como por cierto hacían ellos, día si día no, con el anterior Gobierno socialista-, ni manifestarnos contra las instituciones del Estado, ni discrepar de sus decisiones. Estamos obligados a ejercer de mudos espectadores, ese es el concepto de la democracia participativa que se ha forjado Lassalle en sus horas de biblioteca.

La voluntad del pueblo –sostiene- no está por encima de las leyes. La frase queda muy redonda, mientras se pase por ella solo de puntillas. Porque, en realidad, a su vez las leyes emanan de la voluntad del pueblo. Aunque, en realidad, las leyes las hace y deshace a la medida de sus intereses el gobierno de turno y algunos, como el suyo, a golpe de decreto ley, sin ni siquiera permitir que se debatan en el Parlamento, que es ese sitio tan respetable que custodia la soberanía popular, que a su vez les sirve de escudo para justificar que son intocables. Demasiada subordinación de conceptos concatenados para un político, Lassalle, que formula ecuaciones más simples a la medida de los intereses políticos que representa, en un nivel muy inferior –es una lástima- a su alcance intelectual.

Apocalípticamente, teme –así-, el joven profesor, que la masa “derribe la arquitectura institucional que sustenta nuestra civilización democrática”; lo cual es una pretensión demasiado petulante porque, además, de eso ya se están encargando el ministro del Interior, el responsable de la Policía y la delegada Cifuentes, con su bochornosa y escandalosa represión de la libertad de expresión reflejada en el escaparate de los medios internacionales.
Se lamenta, además, el secretario de Estado, de que los políticos sean caricaturizados como una casta parasitaria. Resulta difícil rehuir el calificativo cuando se piensa en el clan de los Fabra –padre y Andreíta-; el alcalde de los Rolex, el ex diputado Bárcenas, el Camps de los trajes, la familia Gurtel, los escándalos de Matas, los viajes y cenas de Dívar, las cacerías en África, los ERES fraudulentos, el agujero de Bankia, la ministra ama de casa que nunca cotizó a la Seguridad Social, el ministro de Leman Brothers… y así en un lamentable y crispante infinito –muy democrático, eso si- donde muchos de los representantes de los ciudadanos hibernan treinta años –como Esperanza Aguirre-, y se van con el futuro resuelto en forma de pensiones o sueldos vitalicios, sin que penalicen las chapuzas realizadas.

Se cuestiona la política representativa, clama Lassalle. No. Se cuestiona a los políticos que nos representan, que es otra cosa. “Podemos cuestionarnos y echar abajo todo lo bueno que ha traído la democracia”, sentencia al final. Podemos cuestionarnos –señor Lassalle- y echar abajo todo lo malo, que de eso se trata.

Hobsbaw decía que a la democracia se la utiliza para justificar las estructuras existentes de clase y poder. “Ustedes son el pueblo y su soberanía consiste en tener elecciones cada cuatro o seis años. Y eso significa que nosotros, el Gobierno, somos legítimos incluso para lo que no nos votaron”, formula.

Contra el apocalíptico Lassalle, el mensaje de Hobsbaw. El mundo necesita recuperar los valores de la Ilustración, para afrontar el futuro. Aquellos que creen en el progreso humano, de toda la humanidad, a través de la razón, la educación y la acción colectiva. Porque sin desobediencia civil, en Estados Unidos los negros seguirían viajando en la parte trasera de los autobuses. 
Lo que nos pide Lassalle es imposible; que traguemos y miremos para otro lado. Eso si que no soluciona nada más que su futuro político.