martes, 5 de febrero de 2013

Mi voluntad es el destino

Mariló recupera su editorial en televisión después de provocar la hilaridad nacional con su teoría de la transmigración del alma en los trasplantes de hígado. Su compañera Ana Rosa no se queda a la zaga y compite con la singularidad mental de la Montero cuestionando el éxito del sistema educativo finlandés porque, en su opinión, es un país donde hace mucho frío para tomar cañas y tapas en las terrazas.

Supongo que estos dos exponentes de reflexión intelectual en prime-time explican que en España todavía estemos a la búsqueda de un sistema educativo eficaz, aunque cada vez que se retoca –van siete cambios en democracia: LOECE, LODE, LOGSE, LOPEG, LOCE, LOE y ahora la LOMCE (Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa)- misteriosamente va degradándose más.

Ahora, incluso, el señor Wert pretende obligarnos a estudiar lo que él diga, rehuyendo la vocación, aspiración y deseo personal. Primero -con la desaparición de la Selectividad, la subida de tasas y la reducción de becas-, ha logrado que a la universidad ya no vayan los más listos, sino los que pueden pagarla. Y ahora pretende que solo accedan los designados por el mandamás de turno, dependiendo de las necesidades laborales de cada momento.

“Hay que estudiar lo que se necesita, no lo que se quiere’, asevera Wert. Lo malo de esta grotesca teoría es que cinco millones de parados obligarían a suspender la educación, puesto que la demanda laboral es inexistente. Tendríamos, por tanto, que forzar una generación de analfabetos que solo necesitará saber cómo acudir cada tres meses a sellar la cartilla del paro, para mayor gloria de Wert y sus estridentes ocurrencias.

Hay dictaduras más flexibles que el ministro Wert, quien pretende ejercer el poder sobre la voluntad de los ciudadanos. Pero ya lo dijo Confucio, donde hay educación no hay distinción de clases. Y eso Wert&Company no lo pueden tolerar. Apuesto a que, en este reparto, ya sabemos todos a quiénes les tocará ser los carpinteros de esta absurda construcción educativa. No creo que sea a los hijos de los ministros, ni herederos de grandes fortunas y abolengo.

Es, además, un gran error suponer que aquello que se impone es más permanente que lo que se hace por amor. No existe el talento sin la voluntad y sin el entusiasmo. Y, a la vez, el objetivo de la educación no es solo encontrar un trabajo, sino abrir una ventana al mundo, agitar conciencias, saber para poder dudar –siempre que enseñes, enseña también a dudar, decía Ortega-, para hacerse preguntas, para buscar la verdad a través del escepticismo, para no limitarnos a aplaudir lo que otros piensan.

Confucio disparó una reflexión deliciosa sobre la educación: La naturaleza hace que los hombres nos parezcamos unos a otros; la educación hace que seamos diferentes. Y, por lo tanto, más difíciles de someter y controlar.

Hobbes enunció que un hombre libre es aquel que teniendo fuerza y talento para hacer una cosa, no encuentra trabas a su voluntad. Es decir, que no se le cruza en el camino un ministro imponiendo la suya, en base a un sistema de producción capitalista, para más señas, fracasado, como se puede constatar actualmente.

Yo, por más que insista Wert, jamás seré un obstáculo para mi misma. No creo en la necesidad, mi voluntad es el destino; como dijo Milton. Porque creo que la educación es la única defensa contra el mundo.