martes, 2 de abril de 2013

El porvenir que no viene nunca


Baltasar Gracián decía que lo único que realmente nos pertenece es el tiempo, incluso aquel que no tiene otra cosa cuenta con eso. Pero la gente vulgar, advierte Schopenhauer, solo piensa en pasar el tiempo, y el que tiene talento en aprovecharlo. Si amas la vida, no desperdicies el tiempo, porque la vida esta hecha de él, dice un proverbio francés.

Un chino ha pasado seis años jugando en un cibercafé, del que de vez en cuando salía para darse una ducha. Mientras tanto un español, de apellido Bárcenas, ha viajado en un continuo bucle de ida y vuelta a Suiza para ir construyendo un fabuloso castillo de euros, que fermentó entre vapores de chocolate junto a las fortunas de Pujoles y Borbones. Son dos maneras de malgastar el tiempo. Quien lo desperdicia en el hedonismo esclavo de un estúpido juego, o quien no ha creado nada más que montañas de dinero para poder comprar hasta los abrazos, que solo son gratis entre los pobres. Porque no puede comprar más tiempo, solo más espacio. Más metros cuadrados de casa y más hectáreas de limonares.

El mundo es tan raro que mide el éxito de una persona por su capacidad de ganar dinero. Algo que nunca necesitaron, e incluso despreciaron, algunos de los filósofos, escritores y científicos más brillantes de la historia, apasionados por crear y descubrir, y no por acumular.

Ahora la vida no es tiempo, sino dinero. Todas las noticias de los periódicos cuentan cuánto tiene, gana o pierde cada cual y, últimamente, cuánto nos roban a los ciudadanos que no tenemos. Incluso pagamos por estar al día de estos tránsitos mercantiles.

Un vecino de Retuerta del Bullaque, en Ciudad Real, ha estado treinta años usando un meteorito de cien kilos para prensar jamones, sin saber que el peculiar siderito había caído del cielo y que podían haber obtenido algún rédito económico por él. Han aparecido setecientos kilos de cocaína en el avión de Affelou, rey del dos por uno en gafas, y alguien pretende que nos escandalice que Alberto Núñez Feijoo se relacionaba hace veinte años con un potente narcotraficante, cuando el mismo Borbón con absoluto descaro se proclama hermano del dictador de Arabia Saudí que ejecuta a homosexuales y corta las manos a los ladrones, o del monarca de Marruecos que no conoce la palabra democracia.

Quienes nos gobiernan siempre están dispuestos a ceder a los deseos del dinero, que se multiplica en los tráficos de influencias, de armas y de drogas; en la mayoría de las operaciones financieras e inmobiliarias a gran escala y hasta en las compañías eléctricas. Para crear más riqueza y más empleo, justifican. Y para que ellos tengan más, nosotros tenemos cada vez menos, y así nos quieren convencer de que se restaura el podrido sistema que a ellos les hizo ricos y a nosotros pobres y que, por tanto, no conviene modificar.

Te llaman porvenir porque no vienes nunca, recitaba Ángel González. Pero entre las noticias de los periódicos el otro día se coló, presumiblemente por error, un rayo de esperanza. Una mujer alemana lleva dieciséis años viviendo sin dinero. Dejó su trabajo de funcionaria y empezó una vida ajena a las primas de riesgo, las obligaciones fiscales y las vicisitudes de los mercados financieros. Fue una liberación, confiesa. Pasa el mismo hambre que nosotros, pero es dueña de su dignidad.
Como ya avisó Ernesto Sábato, al parecer la dignidad de la vida humana no estaba prevista en el plan de globalización.