viernes, 5 de abril de 2013

Los demócratas que no amaban la democracia


Varios opositores rusos fueron detenidos hace unos días en Moscú y San Petersburgo por participar en mítines no autorizados. Se congregaron, como hacen cada 31 de marzo, para defender el derecho de reunión que ampara la constitución rusa y que el Gobierno soslaya, en un reiterado ejercicio de falta de democracia a los que Putin nos tiene, desafortunadamente, acostumbrados. Lo publicaron los periódicos con un halo de lógica reprobación, y los lectores españoles lo calificaron de escándalo en sus comentarios de las ediciones digitales.

Es curioso porque la escena es, por desgracia, demasiado mimética a las que se suceden en España, aunque aquí, al parecer, se interpreta al revés: Los antidemócratas no son quienes reprimen –el Gobierno-, sino los que protestan ante procesos de desahucios ilegales (como ya ha sentenciado el Tribunal de Justicia de la Unión Europea), brutales recortes o simplemente corrupción, causa que por si sola ya merece enérgicos reproches, especialmente cuando está instalada incluso dentro del gobierno y no se ataja. Véase el caso Mato.

Así, dos gobiernos que actúan con la misma saña a la hora de reprimir manifestaciones ciudadanas, se perciben y califican de forma diferente según el protagonista sea ruso o español. Añadiendo el hecho de que aquí, el gobierno del Partido Popular ha reprimido con reprobable violencia incluso concentraciones ciudadanas que autorizó previamente.

Si un ruso toma la plaza roja para reivindicar justicia, es un demócrata. Si un español se manifiesta delante del Congreso es lo contrario, antidemócrata, y no solo eso, sino que además se apellida perroflauta, filoterrorista, etarra, libertino y desestabilizador. A todo ciudadano español que ejerce su derecho a manifestarse, a todo aquel que no piensa como el Partido Popular se le desprecia y descalifica con alguno de estos epítetos.

La democracia es la necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás, proclamó Churchill. Pero, en la era Rajoy, ser demócrata consiste en oir, ver y callar, y a ser posible aplaudir con entusiasmo al gran líder que ya, como en el imaginario orwelliano se nos aparece en forma de holograma en las pantallas de televisión.
Las discrepancias, como en la Rusia de Putin, en la Cuba de Castro, o en la Meca saudí, son un acto de insurrección contra la patria. Todo el que protesta es terrorista, porque seguimos enganchados a aquella delirante cantinela de la conspiración judeo masónica.

El Gobierno cree que puede actuar por encima de las leyes, y ordenar a la policía y a los jueces a quién tienen que detener y porqué. Y cuando un juez no hace lo que ellos quieren -encarcelar y procesar manifestantes- le insultan, como al pijo ácrata de Pedraz. El Ministerio del Interior no deja de dar instrucciones para amedrentar a los ciudadanos. Porque ingenuamente consideran que todo lo que a ellos les parece antidemocrático es también ilegal. No fuera malo.
Que un banco se quede con tu vivienda después de años abonando plazos de la hipoteca y que aún, sin casa, tengas que seguir pagando, es claramente antidemocrático, amén de notoriamente injusto. Pero no ilegal. Por culpa de partidos políticos como el PP que teniendo mayoría absoluta se niega a prohibirlo. Pero eso sí, que no les peguen pasquines en la puerta de sus casas.

Infinitamente más escandaloso que una cacerolada debajo de casa resulta que, ayer, una concejala del PP de Madrid haya sido capaz de paralizar un desahucio en Madrid después de conseguir que lo ‘ordenara’ la alcaldesa, Ana Botella, quien –al parecer- tiene el insólito y preocupante poder de actuar por encima de los jueces y de la justicia. Vamos, que con dos llamaditas se pasa la sentencia de desahucio por el palo de golf y las burbujas del spa portugués.

A ver si va a resultar que la diferencia entre una dictadura y una democracia, como decía Bukowski, consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes.

Debemos buscar para nuestros males otra causa que no sea la indignación y la impotencia de los ciudadanos. Solo así nos protegeremos de los salvapatrias que no hacen más que pervertir la democracia para que sirva a sus intereses.