lunes, 8 de abril de 2013

La libertad sin hombres libres


Toda la historia del mundo es la historia de la libertad, defendía Albert Camus. Dice Esperanza Aguirre que la Thatcher y Churchill son los políticos europeos que más han hecho por la libertad en el siglo XX. Especialmente Margaret, que exaltó y abrazó al dictador Pinochet como el arquitecto de la democracia chilena –dijo textualmente-, desvelando así su contaminada y controvertida percepción del concepto.

Aguirre bucea en el error de equiparar la libertad al liberalismo siempre, por supuesto, desde el punto de vista económico, no civil. Que es lo que de verdad abanderan y defienden quiénes para ser libres, combaten la libertad de los demás.
 Para ellos la libertad es una carta en blanco a la medida de sus intereses económicos; abajo la regulación y la intervención del estado, fuera los sindicatos –Thatcher los diezmó sin compasión-, todo es negocio y mercado, por eso la iniciativa privada tiene que sustituir a la pública. Sin normas, sin problemas de conciencia, sin inconvenientes derechos laborales, con los menores costes de producción posibles y, por supuesto, todo ello aderezado con una exigua contribución fiscal. Incluso Locke advierte que donde termina la ley, empieza la tiranía.

Lo que hizo Thatcher como precursora del neoliberalismo más despiadado, fue hacer más ricos a los ricos, y más pobres a los pobres que, como escribió Voltaire, ‘en todas partes son siervos’. Dinamitar sindicatos, privatizar y recortar. Sacrificar ciudadanos en aras de un futuro incierto, que para colmo ha devenido en fracaso.

La errática circunstancia de que fue aliada del actor Ronald Reagan, quien trató de compartir sus brutales recetas económicas y sociales y que podría ostentar el disputado honor de ser el peor presidente que haya padecido Estados Unidos, no ayuda a quiénes se esfuerzan en evocar una prestigiosa biografía de una dirigente sin un ápice de sensibilidad, que es el ingrediente más ineludible en política.

El feroz pragmatismo capitalista del liberalismo Thatcher, que exalta Aguirre, nos ha conducido a donde estamos, por mucho que algunos aún lo aplaudan. A que el estado sea una mera marioneta de los mercados financieros, y de la avaricia de quienes los controlan. Con la receta de la insensible dama de hierro nadie defenderá a los más débiles de la desigualdad y de la injusticia.

En realidad, como enunció Marx, la libertad ha existido siempre, pero unas veces como privilegio de algunos, y otras veces como derecho de todos. Pero no tiene nada que ver con el liberalismo que, como criticó Amiel, es una abstracción, porque cree posible la libertad sin individuos libres.

Qué pequeña es la luz de los faros de quien sueña con la libertad, canta Sabina.