lunes, 15 de abril de 2013

La mente desnuda


Alguien dijo alguna vez que la memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados. Pero ahora unos científicos estadounidenses han creado un gel que transparenta el cerebro para poder estudiar con detalle cómo funciona. El hidrogel es un cóctel químico a base de plástico y gas que mediante hidroforesis, un tratamiento de complicado nombre, consigue desnudar nuestra mente.

Es violento, como las máquinas de la verdad, como esa posibilidad diabólica de que también penetren en nuestro pensamiento, que es ya el único rincón íntimo en el que nos encontramos. Siempre que hayamos conseguido salvaguardarlo de las consignas oficiales sobre qué debemos pensar, libre de manipulación. Siempre que hayamos ejercitado la duda y aplicado el escepticismo para tamizar las verdades que nos son dadas, y que en realidad son puntos de vista o una mera defensa de determinados intereses.

Sampedro, hacia quien ahora hay un viaje constante como referente intelectual, defendía que sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor. Un librepensador es más libre en la cárcel que el carcelero que le custodia, decía. Primero se libre, luego pide la libertad, recitaba Pessoa.

Pensar no es suscribir lo que dice un individuo o un medio de comunicación simplemente porque éste pertenece a determinada órbita ideológica –si es que aún alguno de los grandes partidos políticos destila alguna-. Libertad es decidir, lo más opuesto a dejarse llevar, explica Savater. La oportunidad para ser mejor, defiende Camus.

Pero nos quieren hacer creer que la libertad de expresión se limita a expresar lo que piensa el que manda, y quien se sale del guión es un proscrito, o incluso un nazi. Chomsky sostiene que si no creemos en la libertad de expresión para la gente que despreciamos, no creemos en ella.

Todo nuestro conocimiento, según Kant, arranca del sentido, pasa al entendimiento y termina en la razón. Pero algunos llaman razonamiento a encontrar argumentos para seguir creyendo lo creen.

Saramago decía que hemos pronunciado millones de veces la palabra libertad pero que no sabemos lo que es porque no lo hemos vivido, y la estamos interpretando como permisividad.

Para qué ser libres, si no ejercemos la libertad de pensar. Ramón y Cajal reivindicaba que todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro. Aún nos queda ese refugio, libre de distancias y de multas, de consignas y reproches.