martes, 7 de abril de 2020

DÍA 23: Llegada de las hermanas Pérez



A la hora del ángelus mi vecina Petrita se asomó al mirador y empezó a dar palmas. Se despertaron persianas y cortinas. Se llenaron las ventanas. Nos asomamos deprisa, temiendo que se tratase de una llamada de auxilio, pero al verla aplaudir con entusiasmado alborozo al ritmo de las doce campanadas de mediodía nos quedamos quietos, mudos de estupor. Nadie acertó a dar una explicación de la escena. “¡Si no son las ocho!”, protestó una niña rubia desde un balcón. 

Ajena al desconcierto, Petrita había dejado de dar palmas y nos saludaba con la mano. Algunos vecinos empezaron a corresponderla. Ella respondió haciendo leves reverencias con la cabeza, lanzando sonrisas y besos al aire con notable regocijo. Por un momento me pareció que la reina de Inglaterra se había asomado al mirador de Petrita. Poco a poco nos fuimos escondiendo y pronto quedó allí sola, de pie, detrás del cristal.

De repente, me di cuenta de que ha forrado con papel celofán las petunias del balcón. En la ventana de la sala, los geranios también están tan protegidos como doscientos gramos de jamón york envasados al vacío. Me pregunto si pensará que el coronavirus es una especie de pulgón que puede fulminar sus plantas. Pero como no las facilite pronto un respirador no habrá remedio, fallecerán por asfixia.

Petrita, que tanto fingir menos edad ya ha perdido la cuenta de los años que tiene, me desveló el otro día el remedio contra el coronavirus, además de las vitaminas de los sobaos. Cuando la gripe del 18, alguien les dijo a sus hermanas mayores que era muy bueno tomar coñac. Así que antes de acostarse se tomaban un generoso vaso de antídoto cada una. La primera noche, las muchachas se marearon tanto que les costó llegar a la cama. A la segunda, invirtieron el orden: primero se acostaron y después bebieron. Supongo que durmieron estupendamente durante el tiempo que duró la fatal epidemia. Pero como su casa fue la única de todo el pueblo en la que no entró la gripe, me faltan razones para desmentir el milagro.

Sospecho que tal vez Petrita está tirando del mismo remedio para exorcizar esta nueva pandemia. Quizá eso explique su conducta de hoy. Todo lo que puedo decir es que la señora parece extraordinariamente alegre y, eso, en este patio ceniciento de impacientes y quejosos, es toda una victoria.

Hoy es martes y la primavera vuelve a intentar vencer este invierno. Anoche vi que habían llegado de Madrid las hermanas Pérez. Puntuales, aún en esta excepción,  a la costumbre de residir en el norte entre abril y noviembre. Salieron al balcón a las ocho y nos saludaron con efusivas muestras de júbilo. Me pregunto con mayúscula intriga cómo habrán conseguido viajar hasta aquí. Nos explicaron, entre voces y gestos, que se han tenido que hacer mascarillas con prendas viejas de algodón que “ya traen de serie los dos agujeros para meterlos por las orejas”, contaban entre carcajadas. Dicen, también, que los taxistas que las trajeron eran muy simpáticos, que no paraban de reírse. Tuvieron que coger tres taxis, uno cada una, en caravana hasta nuestra calle. “Es que era muy gracioso”, repetían anoche.

Juani, Flori y Pepita, son casi centenarias, hablan atropelladamente las tres a la vez. Locuaces, simpáticas, arrolladoras. Para nosotras -las Agüero- siempre serán Flora, Fauna y Primavera. Hemos crecido convencidas de que son la fascinante reencarnación de las hadas del cuento de la Bella Durmiente. La dulce hermana mayor, la rechoncha pícara mediana y la ingenua pequeña.

De niñas, cada vez que las tropezábamos, mirábamos con enorme expectación sus bolsos, profundos como los de Mary Poppins, a ver si sobresalían las varitas. Las hermanas Pérez –descubrimos más tarde- irradian su magia en dosis ilimitadas de alegría y bondad. Mejoran el humor de todo aquel que las frecuenta. Eran amigas de mamá, compartían oraciones y canciones. Las cuatro juntas derrochaban dulzura y candor. Cuando mi madre se apagó las tres hadas buenas me dijeron que la seguían escribiendo mensajes de cariño al móvil. “Por si acaso la llegan”, dijo Flora. Me desarmó de tal manera que todavía me pregunto cómo pueden seguir vivas en un mundo tan hostil. Estoy convencida de que también tienen el extraordinario don de disolver la maldad a su alrededor.