Petrita no salió a aplaudir a la hora del ángelus
y los niños de los aviones de papel empezaron a gritar su nombre pero su
aliento, insuficiente, no movió un visillo. Las Pérez, asiduas a la ovación matinal
a Petrita, convertida ya en otro clásico del encierro, también la echaron en
falta y trataban de comentarlo con otros balcones por medio de mímica. Los
gestos eran muy graciosos. Sobre todo porque cada una de las tres hermanas iba
por libre, así que el galimatías era considerable. Tampoco se limitaban a mover
las manos como intérpretes de signos, ellas componían muecas, levantaban los
brazos y hasta una de ellas, en plena efervescencia, dio algunos saltitos. Por
supuesto, absolutamente indescifrables para el matrimonio que estaba enfrente, Marisol
y Juan, que se encogían de hombros y negaban con la cabeza divertidos. Las
Pérez también se defendían a voces, pero estas se perdían en la distancia. Las
Ruten –como no- salieron a mirar detrás de los cristales del mirador y también
movían la cabeza, pero en continua señal de reproche.
Al poco, las Pérez entre
risas decidieron organizarse mejor. Se repartieron turnos. Empezó Juani
simulando atusarse un invisible peinado cardado, dobló el brazo por el codo
como si llevase prendido el bolso y empezó a caminar a pasitos cortos y rápidos
con el singular balanceo de Petrita. Entonces Marisol y Juan sonrieron
complacidos. Todos volvimos la vista hacia su ausencia en la ventana. Entonces,
al poco, Florita –la Pérez mediana- hizo el gesto de hablar por teléfono y se oyó
con nitidez chillar a Pepita “ring, ring…”.
Desde enfrente Marisol lo cazó al vuelo
y trató de dibujar con gestos los números del teléfono de Petrita. Los niños de
los aviones de papel jugaban a adivinarlos mientras la chica morena del moño
que se hace selfies por la ventana lo estaba grabando todo.
Las Pérez estaban
en alegre ebullición tratando de adivinar la mímica. Al final, todo fue -por
supuesto- esperpénticamente inútil. Las Pérez cantaban números como en el bingo
derrochando entusiasmo, eso sí. Después de disfrutar un rato con la escena yo
misma llamé a las tres hermanas para facilitarles el teléfono de Petrita.
Siempre hacen lo mismo. Se ponen las tres a la
vez, cada una desde un aparato. Se forma un simpático guirigay pero hay que
esperar hasta que desciende la intensidad del vivaracho parloteo para meter
baza. Les comento que ayer Petrita se metió en la cama pronto. Escalofriada,
como dice ella. Entonces han empezado a enumerar una descacharrante retahíla de
remedios caseros. Florita me dice que tienen algo que contarme y las tres
estallan en risitas. Yo les sigo el juego y les ruego varias veces que me lo
cuenten. Entonces Juani, al fin, como si desvelase un gran secreto, sentencia: “Entre Rebeca y Damián está naciendo algo”.
El candor de la frase me desarma. Al parecer, anoche se asomaron a la azotea,
que entra dentro del perímetro de visión de las Pérez.
Nada más colgar le pongo un mensaje a Rebeca: “¿Qué pasó anoche en la terraza?”.
Responde: “Qué fuerte lo de Paco”. Esa
es otra. Esta mañana, al desayuno, las pertenencias de Paco seguían allí, en el
patio. Cada uno hemos rescatado de los tendales las prendas que quedaron
enredadas. Yo tengo una camisa de rayas. Los vecinos quieren rescatar sus cosas
antes de que llueva. El niño de Pepe y Conchita ha mirado la predicción del
tiempo y dice que las tres de la mañana hay un veinticuatro por ciento de
posibilidades de que llueva. Se discute el asunto y se decide que a pesar de que
el riesgo de precipitaciones parece bajo hay que iniciar la operación.
La bajada al patio en complicada. Hay una puerta
de acceso directo desde el primero derecha, pero como ahí no vive nadie no hay
más remedio que utilizar la ventana de la escalera. Primero hay que ir a la antigua
portería y coger una escalera de tijera de madera. Desde ella alcanzamos la
ventana y, desde ésta, hay que precipitarse de un salto al vacío del patio, desde
una altura de metro y medio. Se necesita un cómplice que para volver meta la escalera
al patio, para desde allí poder trepar a la ventana.
Damián el
platas y Pulcro se ofrecen
voluntarios. Emilio impone que lleven mascarillas y guantes y Matilde se une al
grupo con guantes de fregar y el flis de la lejía para pasar el trapo desinfectante.
Los demás tenemos que vigilar el patio por si Marichelo aparece por la ventana.
Damián dice que es capaz de lanzarles un cubo de agua sucia. Se queda en que don
Ramón dará la señal de alerta. Se pondrá a cantar a viva voz si aparece la
susodicha. El operativo empezará a las tres de la tarde, porque Marichelo come
pronto y a esa hora ya la vence la siesta, con la nana de la sintonía del
telediario.
Entre tanto, llamo a Petrita. Tiene la voz débil.
Me dice que está en la cama y que ha llamado al hijo, porque no se encuentra
bien. Ya lo saben las Pérez, me avisa. La noticia me provoca a mi otro
escalofrío como los que dice tener ella desde ayer. Me causa un profundo
desasosiego. Luego pienso que será un simple resfriado, que la mujer no sale de
casa desde el 13 de mayo.
Cuando cuelgo se precipita todo. Me llaman las
Pérez y organizamos un envío humanitario para Petrita de sobaos y un termo de caldo
casero –cocinado por Pepita esta mañana- a través de Paco el invisible. Pero,
al poco, hemos visto llegar al hijo. Se bajó apresuradamente de su coche grande
azul. Nos hemos quedado en las ventanas. Cualquiera diría que esperamos a que
el muchacho se asome al mirador y nos dé el parte médico.
Mientras tanto don Ramón se arranca a cantar
una zarzuela a pleno pulmón y he corrido por el pasillo pequeño hacia la zona
sur. Damián está en el patio recogiendo veloz las pertenencias de
Paco mientras Marichelo echa maleficios por su boca. Don Ramón canta cada vez
con mayor brío, se une Matilde y después Salvador. Las voces del coro suenan como
truenos y silencian los gritos de Marichelo. Es un momento de apoteosis. Hemos
vencido a la fiera. Pulcro lanza la escalera al patio, Damián escala por la
ventana. De repente se acerca el sonido de una sirena. Cesan los cantos y
mudos, con el corazón encogido, corremos a las ventanas de la calle. La
ambulancia se detiene delante del portal. Paco el invisible les espera a la
puerta. Se me agita el corazón, palpita de tal modo que creo que voy a perder
el sentido. Pero ahí estoy, agarrada a la cortina, aterrada. Pasa mucho tiempo,
me llaman las Pérez por teléfono y se ponen a sollozar. Cuelgo casi sin
despedirme. Salen del portal. Petrita en la camilla. El hijo al lado cogiendo
su mano. Se santiguan las Pérez y las Ruten. Lanza un beso Marisol. “Se la llevan”, gime desde
el balcón uno de los niños. El cielo se llena de pájaros de papel y los
cristales de lágrimas.