Los jueces tendrán que pasar un examen
psicológico para desempeñar el cargo, del que los ministros como Gallardón
quedan exentos. También, a partir de ahora, el Banco de España tendrá que
consultarlos acerca de la honorabilidad de los banqueros que quieran ejercer;
aunque la nueva legislación pasará por alto los antecedentes penales de los
dirigentes financieros, habida cuenta de que es un mérito compartido en la hoja
de servicios de muchos de ellos.
A la vista de cómo esta el patio, y lo poco que cotizan en
sociedad valores como la honradez e integridad, el Gobierno ha optado por
rebajar los requisitos para ser honorable, en vez de –como correspondería-
endurecer las exigencias de respetabilidad. Suavizar las condiciones, abrir la
puerta a que un banquero condenado por malas prácticas pueda seguir dirigiendo
instituciones financieras evidencia la irrisoria fortaleza de la lucha contra
la corrupción del Gobierno, y la escasa convicción en su propio discurso sobre
la transparencia. ‘Ya que
fingimos lo que somos, seamos lo que fingimos’, en palabras de Calderón.
Ser una persona respetable en España, será oficialmente más
fácil. Porque la condición la otorga el político de turno; como en el Vaticano
la infalibilidad papal, que es ahora de ida y vuelta. Mañana a las ocho de la
tarde Benedicto XVI se transforma en calabaza y será desposeído del hechizo.
Instantáneamente dejará de ser infalible, según han tenido que improvisar desde
la curia vaticana.
Lo mismo que las albondigas de Ikea, ese sucedáneo
alimenticio sueco, eran respetables hasta que ayer se descubrió que
relinchaban. Lo mismo que Depardieu era un reputado actor francés hasta que,
inflamado de vodka, ha anunciado que rodará una película en Chechenia.
Decía Groucho Marx solo hay una forma de saber si un hombre
es honesto: Preguntárselo. Y si responde si, es que está corrupto. Esta prueba
confirma nuestros peores temores: Que vivimos rodeados de ellos. Otra cosa es
que el gobierno de turno les aplique o no el certificado de honorabilidad.