viernes, 29 de junio de 2012

Contra el sentido común


El marido de la presidenta Cospedal finalmente entró por la puerta de atrás en una filial de Iberdrola y cobra 50.000 euros anuales por ir a una reunión al mes. Es decir, que recibe 4.166 euros cada vez que enciende el interruptor del despacho. Felipe González gana 126.500 euros como consejero de Gas Natural. Salgado cobra de Endesa, y Urdangarín y el marido de la vicepresidenta Soraya trabajan para Telefónica. Se reproducen los mismos errores que cuando dejamos las cajas en manos de políticos y asimilados.

Con esta política de fichajes que se mantienen en plena crisis, no extraña que hoy digan los periódicos que la luz ha subido un 70% en seis años, el triple que en la Unión Europea, y el Gas más de un dos por ciento. A este ritmo, en España cualquier día explotará un ciudadano sometido a una excesiva presión fiscal. De momento, además de la amenaza permanente de una disparada prima de riesgo en perenne peligro de detonación, lo acusa la isla de Hierro que se ha elevado cuatro centímetros en los últimos días, fruto de la presión del magma que, al parecer, también percibe la ebullición económica del momento.

Estalla hasta el consumo, que en este país ya está ya por debajo del griego. Revienta la candidez de las estrellas Disney que mutan en adolescentes pervertidas por la fama, como Britney Spears y Hanna Montana. Salta en pedazos de fotos por la red el álbum familiar de Obama al servicio de la maquinaria electoral, y el presidente nos da lecciones de cómo enamorar a una mujer: Paseando a Miss Daisy.

Revienta hasta el sentido común. La patronal bancaria –muda ante los desproporcionadas indemnizaciones económicas de quienes han gestionado las cajas- propone diez años de devaluación salarial, bajar los sueldos para aproximarnos a la competitividad europea; cuando hace años ya tenemos los jornales más bajos de Europa y nunca hemos logrado tal fin. Dicen que no somos capaces de progresar arrastrando el lastre de tres millones de empleados públicos. Por eso el gobierno ha anunciado su intención de despedir a contratados para reducir el sector público y, al mismo tiempo, e inexplicablemente, se plantea contratar guardias de seguridad privados en las prisiones para mitigar la escasez de funcionarios.

Precisamente ahora coinciden en las librerías dos ensayos sobre Napoleón quien enunció que para triunfar solo hace falta sentido común, un ingrediente que no es fácil de encontrar. En esta travesía hacia la pobreza el lujo ha encontrado un nuevo nicho de negocio en el sector canino: Spa, esmalte de uñas, collares, camas de cuento de hadas, tutús rosa y vestidos Chanel para nuestras mascotas. Que alguien nos conduzca a esta vida de perros.

jueves, 28 de junio de 2012

Un hombre sin corazón


Un hombre checo vive sin corazón, como una tangible y brutal alegoría del existencialismo que rezuma la insoportable levedad del ser de su compatriota Kundera. Podemos existir y ser sin corazón, sin ese motor de la vida que metafóricamente custodia los sentimientos. Este hombre ha sido desprovisto de él, respira sin pulso y siente sin corazón, adherido a un par de válvulas conectadas a dos baterías que funcionan con pilas. Un corazón artificial que no le ha desprovisto de sus emociones porque el auténtico motor sentimental es el cerebro, especialmente el de los médicos que han diseñado este ingenio mecánico transitorio, a la espera de poder ejecutar un transplante.

No somos quienes para cuestionar el existencialismo que abanderó Kierkegaard y que Unamuno destiló en su narrativa, pero llevado a su extremo nadie queremos dejar de vivir por más inútil que nos parezca la existencia, por más dudas y más preguntas que nos hagamos.
El propio Kundera se cuestiona si la casualidad condiciona la existencia, como si una concatenación de pequeñas cosas diese como resultado un fin ajeno, e incluso extravagante. Todo podría ser casualidad y, precisamente, esto convierte en absurda la existencia, la dieciocho edición de los Baños de Ola, las competiciones de canicross y hasta los planes para el fomento del empleo.

El azar quiere decir que no hay causa que lo determine, y en esta incertidumbre es precisamente en lo que podemos creer, necesitamos abrazar la duda. Por eso mañana ya se ponen a la venta los primeros billetes de la lotería de Navidad, porque confiamos en que la casualidad cambie nuestras vidas, que al parecer –y revisando las proposiciones existenciales- no están determinadas por nuestra propia naturaleza humana en general, sino por la de una influyente tropa de avariciosos.

En tiempos tan ásperamente prosaicos, donde la única filosofía es el dinero, algunos aún creen en un falso jeque, que ni existe ni es, pero que simula una falsa realidad tangible para estafar, entre otros, a los propietarios del Getafe. Otros viajan a Málaga para abanderar la corrupción aplaudiendo a la puerta de los juzgados a la imputada Pantoja, que sigue la tradición de La Faraona en el banquillo, exhibiendo sin complejos la inutilidad de su existir sostenida por la hipocalórica gastronomía del corazón de la prensa rosa.

Ahora que nos anuncian que podemos vacunarnos contra la nicotina, y a falta de un antídoto contra el olvido, la buena noticia es que con un poco de suerte dejarán de recetarnos pastillas para no soñar. Y podremos empezar a imaginar una esperanza, a fantasear una arquitectura existencial más allá del dogma de los mercados financieros.

miércoles, 27 de junio de 2012

A media luz


Caja Cantabria ya es basura. Lo certificó ayer esa fábrica de descalificaciones que nos somete a la tiranía de un escrutinio permanente que se apellida Moddy’s, el oráculo, una máquina de forjar malas reputaciones que poco importan a una entidad enfangada ya en un sainete, con un presidente cesado atrincherado en el despacho –como Ángel el de Paquita en La Pereda, pero con un motivo notablemente más innoble- y un cuadro de intoxicación por preferentes, que ahora el comisario Almunia, en un ataque de falta de lucidez, plantea que resuelva el estado, cuando quien disfruta de los fondos vitalicios de una manada de ilusos son los propios bancos.
En medio de este panorama, Caja Cantabria no desiste de vender porquerías financieras y se ha inventado otro fondo de inversiones Liberbank Campeones Garantizado de renta variable con una cesta de acciones de compañías que patrocinan los juegos olímpicos. Un salpicón bursátil más para atravesar tiempos turbulentos.

Caminamos por el descrédito a oscuras, porque la luz sube como la maldita prima de riesgo –ahora un cuatro por ciento más- porque todo es un fracaso, todos pierden dinero y no se sabe dónde está todo aquello que, al parecer, ganamos cuando éramos mejores. La ministra Mato dejará de financiar 456 medicamentos, entre ellos los laxantes, inútiles desde que todas las mañanas el paroxismo económico nos provoca el mismo efecto que una feroz concentración de bífidus.
Nos recomiendan volver a los remedios caseros y de paso nos empluman un impuesto ecológico sobre los carburantes, gravados ya con el céntimo sanitario, al que llaman céntimo verde y que, por supuesto, no es un céntimo sino mucho más. En realidad, es el Estado quien necesita combustible porque ha agotado en cinco meses su margen de déficit para todo el año.
Nos quitan hasta el tiempo. El ingenuo Gallardón, en la nueva ley de Enjuiciamiento  criminal, quiere limitar a un mes el secreto de sumario para evitar filtraciones, como si esta cláusula temporal fuese capaz de impedir la permeabilidad de las exclusivas judiciales.
Hasta el olvidado padre Apeles ha caído en el pozo de la desesperación y se ha atiborrado de pastillas, tras confesar hace unos meses que empinaba el codo más de la cuenta. No es de extrañar, el culebrón del Vaticano deja en ridículo los retorcidos guiones del ‘Sálvame’.

martes, 26 de junio de 2012

Solución fracasada


El diario francés Le Monde va a incluir a Belén Esteban en un reportaje sobre fenómenos televisivos del mundo. Disfrazada de musa gay en la portada de Interviu, el oráculo de San Blas también se traviste en lo político al afirmar: “Cuando he tenido que ser del PP lo he sido, pero también he sido del PSOE ¿eh?”. Como si esta bifurcación del ser y no ser, de a quien quieres más a Rajoy o a Rubalcaba, al Madrid o al Barcelona, a papá o a mamá fuese una imperiosa dicotomía intelectual en blanco y negro, que la Esteban resuelve el tablas. Cómo si la ausencia de matices fuera una constante y solo pudiésemos elegir entre el blanco y negro. Como si Paraguay solo mereciese escoger entre Lugo y Franco, y Egipto entre Mubarak y Mursi, sin posibilidad de recurrir a la gama gris, un espectro más amplio y menos polar.

Peor está España, que solo puede conducirse en una dirección, por la solución fracasada de someterse al dictado del rescate -que ha disparado la prima de riesgos, ha rebajado a bono basura a casi todos los bancos- y a una Bolsa que ya solo fluye en vaivén negativo, contrariamente a la egipcia, cuyos valores se han disparado en positivo con el anuncio de la victoria electoral. Nadie sabe qué tecla hay que tocar para que dejen de sonar las alarmas bursátiles, que parecen funcionar al albur de la casualidad, o impulsadas por los vapores de una nueva variedad de marihuana, tal vez, oportunamente bautizada con el nombre de un orgulloso Charlie Sheen.

Tanta perplejidad está engendrando un tsunami de considerables dimensiones. La OLA de Santander engullirá 3.196 plazas de aparcamiento más. También contribuirá al maremoto el IVA de Mariano, que subirá un diez por ciento los impuestos de alimentos, hostelería y vivienda, dicen que como consecuencia del rescate a la banca.

Ayer mismo Chipre pedía auxilio y, pese a que Europa no hace más que avivar fuegos financieros con sus rescates, ahora invoca una intervención militar en Siria, un polvorín más complicado que las artimañas bursátiles a donde, por cierto, y como acostumbramos, los civilizados de occidente llegamos mal y tarde.

lunes, 25 de junio de 2012

La energía oscura


San Juan decidió tomarse a pecho la orgía de fuego nocturna y, ya vencido el solsticio, prendió mecha a la plaza de Abastos de Reinosa cuya vetusta estructura ardió con una fiereza inusitada hasta desnudar su esqueleto. Al mismo tiempo, un peatón dio positivo en la prueba de la alcoholemia tras ser atropellado por un autobús municipal en Santander, y en un nuevo delirio provocado por la magia de la noche, al día siguiente una anciana ha tenido que ser rescatada por la policía cuando circulaba por la S-20 en silla eléctrica.
Estamos a un paso de conocer los secretos más oscuros del universo, amenaza un científico desde las páginas de un periódico. Europa, que se dedica a asuntos más productivos que descontrolar el euro, amedrentar gobiernos y estrangular países, ha dado luz verde a una misión para estudiar la misteriosa energía oscura que compone el 73 por ciento del universo. Intentarán averiguar por qué la velocidad de expansión del universo aumenta, en lugar de desacelerar, que al parecer seria lo lógico. Algo equivalente a tratar de desentrañar por qué no somos capaces de superarnos como especie a la hora de organizar la distribución de recursos y de orquestar un sistema social de convivencia.
Algunas especies progresan aceleradamente por ese lado oscuro al que cada vez se adscriben más voluntades, como Urdangarín que cobró tres millones y medio de euros por organizar unos foros en Valencia que costaron 420.000 euros. No es de extrañar, por tanto, que una misión de la eurocámara viaje a España para verificar cómo se gastan las ayudas europeas, porque somos uno de los países donde se han detectado más errores en la gestión de las subvenciones comunitarias. No, no somos tan distintos de Grecia, donde el solsticio de verano también ha hecho estragos entre sus dirigentes, al primer ministro se le desprende la retina y al ministro de Economía le da un ictus. Si, por favor, investiguen esas energías negras, esos vórtices financieros, los esperpentos de ultragalaxias. Quizá por ese camino descubramos la esencia del sentido común.

viernes, 22 de junio de 2012

La conciencia artificial


Hoy, al fin, una estadística reconoce lo que todos sabemos, que el 76% de los estudiantes salen de la ESO sin saber inglés, después de haber aprobado esa asignatura durante diez años consecutivos. Es curioso que para cerciorarnos necesitemos recurrir a un estudio, cuando hasta ahora hemos convivido con este fenómeno de ignorancia con absoluta naturalidad.
La pregunta es, si una vez detectado ya oficialmente, alguien va a hacer algo por corregirlo, en paralelo a lo que ocurre con el escandaloso caso Dívar cuya dimisión no puede darnos por satisfechos. La renuncia del ya expresidente del Consejo General del Poder Judicial no cierra el círculo sino que abre la puerta a la solución de un problema que hay que atajar de raíz. Lo importante ahora es exigir que este órgano acuerde las iniciativas necesarias para que lo que ha hecho Dívar sea de ahora en adelante ilegal, y no solo amoral.
Como en el inglés, nos resignamos al fracaso con demasiada facilidad, y nos conformamos con un chivo expiatorio como si esta fuese la solución al problema, sin darnos cuenta de que el siguiente tiene la oportunidad e incluso el derecho a comportarse de la misma forma, a gastar dinero público sin necesidad de justificarlo.

Es más, una vez que ha caído el telón sobre el sainete Dívar, ya le ha salido un imitador, otro fanático compulsivo de pagarse caprichos viajeros con fondos públicos, el defensor del pueblo catalán se ha puesto gallito y anda voceando por ahí que le parece normal haber gastado miles de euros en una decena de exóticos viajes internacionales. Lo peor de ambos elementos es que lejos de avergonzarse se declaran víctimas, cuando deberían aplicarse las palabras de Asimov: Nunca dejen que su sentido de la moral les impida hacer lo correcto. Especialmente cuando la laxitud de lo moral, como normalmente ocurre, tiene una causa material.

Los españoles deberíamos hacer como la Universidad del País Vasco, que creará la figura del susurrante para traducir al oído a los que no entiendan la lengua vasca. Nosotros también deberíamos disponer de un ejército de susurradores que actúen como la conciencia artificial de nuestros cargos públicos y les vayan soplando lo que pueden y no pueden hacer, para enderezar su espíritu y preservar nuestros bolsillos de sus desmanes.

Mientras tanto, nos siguen tomando el pelo. Metidos en gastos, las auditoras que han calculado que el rescate bancario debe alcanzar los 65.000 millones de euros, cobrarán otros dos millones de euros más por llegar a esta conclusión basada, para más escarnio, en los datos de los informes que ellos mismos han realizado para el Banco de España. 
La adversidad es una prueba de principios. Sin ella, no sabemos si somos honestos o no, y los ejemplos que nos muestra la actualidad no invitan al optimismo. Aunque, probablemente, tampoco fuimos mejores.

jueves, 21 de junio de 2012

Los espejos rotos


Se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia. Ayer se presentó en Santander un catálogo de recuerdos marchitos, de la memoria quebrada de la ciudad, de ese patrimonio destruido de Cantabria; un libro cuyas páginas caminan por las estampas de ese olvido en el que se diluyen identidad y experiencia.

A juzgar por los vacíos que se resucitan en este tránsito gráfico somos una sociedad que constantemente se enfrenta a su memoria para destrozarla o reinventarla, como una y otra vez volvemos sobre el tópico excedido de los baños de ola, que no son más que una anécdota en nuestro pasado de pescadores y comerciantes, realidad demasiado prosaica para una biografía inventada que resucita la ciudad como mero escaparate acotado en este breve tránsito histórico, revestido de un engreído oropel.

Los profesores universitarios que han compilado este catálogo de patrimonio fracasado creen que la ignorancia y la especulación impiden que conservemos nuestros edificios, esculturas o paisajes. Fruto de una sociedad que se enfrenta al espejo del tiempo con demasiada frecuencia y que busca reinventarse a través de constantes cambios de pavimento, que como nuevos ricos no otorga valor al pasado sino al presente continuo que condiciona, y la vez condena, el físico de la ciudad que queda al desnudo en este libro cuyas páginas caminan por ese patrimonio perdido

Gracias a la memoria se da la experiencia, dijo Aristóteles. Quizá por eso, en ausencia de referentes del pasado, el paisaje urbano de Santander está salpicado de errores, de tachaduras, de repuestos, de traspiés que la desvisten de identidad, que la sacuden de sus raíces. Así es como Santander, desprovista de esencia propia, solo aspira a copiar otros escaparates urbanos mientras, perezosa y presumida, se solaza mirándose en el espejo de esa bahía que exhibe como tierra conquistada, que achica y que ahora quiere invadir para conquistar otro futuro. Siempre destruyendo para volver a crear, o forzando rehabilitaciones fallidas –barbaridades, dicen los autores del libro- que se esconden bajo la etiqueta de centros de interpretación, como la recuperación de la Batería de San Pedro del Mar, o la del Palacio de Pronillo.

El paseo por el libro es desasosegante. Es un relato de oportunidades perdidas para la ciudad y la región que ahora se tiene que reinventar, allí donde antes arruinamos nuestro pasado, con teleféricos, campos de golf, parques temáticos del motor y de espeleología, centros de interpretación de delirantes temáticas y muchos más hoteles.

Somos raros. Escondemos en el sótano los fondos de nuestro museo de Bellas Artes para vestir sus paredes con instalaciones contemporáneas de cuestionable agrado, modernizamos el interior de la casa de Menéndez Pelayo para borrar lo que fue, condenamos a chatarra la draga de Gamazo, derribamos edificios con demasiada ligereza, cambiamos una y otra vez las losetas de las calles principales.

Luchamos contra el tiempo con la misma fogosidad con que Isabel Preysler se aplica botox, toda vez que ha consagrado su vida a morir estirada. No se por qué no podemos ser la ciudad que fuimos, con las arrugas del tiempo envejeciendo el mapa urbano de nuestra memoria, lamiendo las piedras, desgastando las fachadas, forjando nuestra historia.
Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos. Dijo Borges.

miércoles, 20 de junio de 2012

Los platos rotos del fracaso


La verdad es que montar un banco, y hasta gestionarle mal, es un negocio seguro. Si la entidad, podrida hasta el tuétano, está a punto de derrumbarse y propagar su fétido balance, ni sus dueños ni sus empleados tienen que salir a la calle a reclamar que les salven, golpeando las sartenes que antaño nos regalaban a los ingenuos que firmábamos créditos sin solvencia alguna.

Al sector financiero le llueven los millones casi sin abrir la boca y hasta Europa exige que se les salve, algo que no sucede con el resto de las empresas. Ya pueden caer compañías, cadenas de establecimientos comerciales, aerolíneas o importantes constructoras. Ni sus accionistas ni sus trabajadores serán tratados con el mimo exquisito con el que se trata a los bancos. Así, la reducción de las ayudas a la poca actividad minera que queda en este país, supone una enorme sangría para muchas familias que viven de ella y que no pueden reciclarse en medio del torbellino de la crisis. Solo piden 200 millones de euros, que con las magnitudes que nos chupan los bancos no es más que el aperitivo de Bankia. Pero proceda o no el rescate a los mineros, el Gobierno ha decidido ignorarles. No son nadie, no son accionistas de entidades financieras, no son gestores políticos al frente de cajas, y en Europa tampoco a nadie le importa el estado de miseria que puede generar el fracaso de las explotaciones mineras.

Los mineros y sus familias, como el resto de ciudadanos que tampoco serán rescatados, no solo perderán su trabajo sino que encima pagarán los platos rotos del fracaso del negocio bancario.
Ayer las mujeres de mineros acudieron al Senado a protestar coincidiendo con el debate para recortar un 63% las ayudas al carbón. A algunas de ellas las obligaron a quitarse las camisetas negras de protesta a la entrada, arrebujadas en un rincón. Otras accedieron a la tribuna de invitados, pero fueron expulsadas cuando empezaron a protestar, porque ya se sabe que en estas tribunas las algaradas solo son democráticas cuando las protagonizan los legítimos representantes del pueblo. Como ese senador popular de León, Juan Morano, quien, elegido para defender los intereses de los leoneses, ayer votó en contra de ellos siguiendo esa cautiva e inútil disciplina de partido, cuando horas antes había anunciado que apoyaría la reivindicación minera. Lo peor fue la justificación, que debería haberle costado un abucheo mayúsculo: “Ha sido un lapsus, no me he enterado. Mañana votaré a favor”.

Y entonces, una vez más quedó en evidencia que los senadores, como los congresistas, no representan los intereses de los ciudadanos, sino los de sus partidos que, por desgracia, no son coincidentes.

Adidas debería rectificar y no dar marcha atrás en su idea de sacar al mercado esas polémicas zapatillas esclavas, con grilletes, para que señores como éste puedan pasearse con ellas por el Senado, haciendo su propia penitencia o exhibiendo su propia prisión, esa falta de libertad de pensamiento y de obra que le reivindica como monigote de un baldío sainete político. 

martes, 19 de junio de 2012

Fluye el descrédito


Aunque dicen que lo que distingue al hombre de los animales son las preocupaciones financieras, cien foniatras han pasado el fin de semana en Cabárceno estudiando el rugido del tigre, que puede escucharse a ocho kilómetros de distancia sin recurrir a la vuvuzela, para aprender cómo potenciar la voz de los cantantes de ópera.
La técnica, de resultar eficaz, podría aplicarse a quienes nos gobiernan que encontrarían asi el altavoz necesario para difundir sus argumentos sin necesidad de desperdiciar el papel de los periódicos que, a su vez, liberado de esa tiranía, podría emplearse en dar voz a los ciudadanos y a sus preocupaciones y problemas reales, y no a esa suerte de comunicados oficiales que nos vemos obligados a digerir.
Me pregunto cuándo será el día en que los periodistas volvamos a decidir qué es noticia, sin esperar a que las máquinas de fabricarlas se activen todas las mañanas en los despachos oficiales. Entonces, tal vez más ojos se posen sobre la lectura de la actualidad, cuando se hable de realidad y no de esa ficción bautizada de polémicas inútiles, debates sutiles, argumentos de laboratorio de ideas, frases descafeinadas e intereses. Especialmente, intereses.
Extrapolando el diálogo de sordos entre ciudadanos y poder a la minúscula partícula de lo local, dicen hoy los periódicos que ayer, en una reunión, el alcalde habló en ese peculiar argot de hojas de ruta, de algunos hitos ‘ilusionantes’, del frente marítimo, del Plan General de Ordenación Urbana y de las inversiones por valor de 65 millones de euros. Los vecinos respondieron preguntando por el ruido que hacen las gaviotas, el campo de fútbol de Cueto y el mal funcionamiento de la recogida neumática de la calle Castilla, que al parecer, es lo que les preocupa, no los discursos de quienes les gobiernan.
Han conseguido minarnos trasladándonos su preocupación, arrastrándonos al abismo de la Bolsa, las primas, los riesgos, los mercados y toda esa parafernalia diseñada para fabricar dinero artificial que les ha hecho ricos y de la que, ahora, formamos parte.
Intentan que hablemos su lenguaje, que nos comportemos como si todos hubiésemos jugado en la ruleta de la especulación y hubiésemos abusado del dinero público, que nos sintamos víctimas de un sistema que nunca amparamos y del que nunca nos beneficiamos.
Y ahí estamos, suministrando con ardor el ibuprofeno para que le baje la fiebre a la prima de riesgo, asumiendo recortes, pagando más por las medicinas, por la gasolina, la luz, los impuestos. Nunca estuvimos flotando en la abundancia dentro de su burbuja, y si alguna vez nos cobijamos de una llovizna bajo su paraguas, eso no nos convierte en cómplices de la tormenta financiera que desató su ambición, ni de las plagas que ahora nos envían los mercados que utilizaron para fortalecer su patrimonio.
Nos niegan lo que somos, ciudadanos mucho más decentes que ellos. Y nos quieren conducir otra vez por las mismas carreteras secundarias, ahora a menos velocidad. Un anuncio en la prensa declama triunfante que podemos tener un Lexus por 175 euros al mes, como en los viejos tiempos, con una letra pequeña que hipoteca hasta el aire que respiramos. Otra publicidad ofrece préstamos instantáneos de hasta seiscientos euros solo con el DNI, sin vender ni empeñar nada. ‘Los que se anticipan llegan más lejos’, nos seduce un anuncio de una agencia de viajes. Hasta rebajas del 50 por ciento para casos de impotencia sexual y eyaculación precoz. Parece que, nuevamente, ha empezado a fluir el descrédito. 

lunes, 18 de junio de 2012

El camino de vuelta


La vida está llena de incertidumbre y no tenemos agencias para calificar todos estos riesgos, ha reconocido en Santander el premio Nobel de economía Thomas Sargent. Ni la inestabilidad política griega, ni el agujero de Bankia, ni el posado veraniego de Ana Obregón, ni la falta de credibilidad de Zapatero. Se han agotado las excusas y la prima de riesgo continua ascendiendo con la fuerza de un cohete en un viaje hacia la incertidumbre y la desolación.

Grecia seguirá sufriendo en Europa, como Dívar hoy confiesa que su corazón sangra “por los jueces sencillos que trabajan en las mismas condiciones en las que yo he trabajado durante muchos años”. Imagino que se compadece de quienes nunca saborearán las mieles de los fines de semana gratis en Marbella. Incluso ahora que el Papa acaba de reconocer que los pecados de los sacerdotes han minado la credibilidad de la iglesia, Dívar se mantiene atrincherado en la soberbia de justificar lo injustificable, que son esos dispendios gastronómicos y hosteleros; como la inmortalidad estética de Álvarez Cascos, que nos va costar 190.000 euros, el precio del retrato que encargó al pintor Antonio López para que ilustre la galería de ministros.

¿Dónde está el error? Nos decían que en la burbuja de la construcción, ayer se culpó a los bancos, y hoy solo nos queda cuestionar a quienes nos gestionan en todos los ámbitos, en un desesperado intento por obtener alguna certeza. Un estudio desvela que España es el país con más políticos por habitante de Europa, una dilatación perfectamente inútil a la vista de los resultados.
Si ponemos la mirada sobre el propio aparato administrativo descubrimos enteleridos que los sueldos de los tres millones de empleados públicos que hay en España son mayores que lo que se recauda en impuestos. Para pagar a funcionarios, políticos y asesores se necesitan 123.000 millones de euros, la totalidad de los ingresos por IRPF e IVA, más la cuarta parte del impuesto de sociedades.

Pero todo puede ir a peor. Además del asedio al Peñón nos está próximo a invadir el pez conejo, un nocivo ejemplar herbívoro –voraz como los mercados financieros- que arrasa el Mediterráneo y avanza desde Sicilia para conquistar España, mientras el jefe del estado se ausenta a los emiratos para ir a un funeral, en gratitud a los dos Ferraris que guarda en su real garaje, e intenta colocarles 300 tanques militares con tecnología española.

Si hemos superado un camino plagado de mejillones cebra y mosquitos tigre, podremos también con la temible amenaza del pez conejo, sobre todo si dejamos en manos de los más inteligentes las riendas del país. Y el Nobel de Medicina Sidney Brenner ha dicho que el pulpo –además de tener la habilidad de elegir al ganador del Mundial de fútbol- es el primer organismo inteligente de la Tierra, que además tiene el mismo número de neuronas que un ratón, lo que al parecer garantiza cierto nivel de eficacia cerebral. Podemos invocar a que otros organismos con genomas más complejos que el nuestro resuelvan este jeroglífico financiero, político y social. 
Mientras tanto, Siria estalla en sangre, Grecia guarda el dinero bajo el colchón, Rusia se enfrenta a un nuevo zar y Europa trata de recorrer el camino de vuelta a casa a través del sendero de migajas que ha dejado el capitalismo salvaje que hemos alimentado. Solo queremos volver a ser lo que éramos, para volver a caer en lo que somos.
Hoy un historiador rescata estas palabras en la prensa. “Sí que existe una lucha de clases”, comentó Warren Buffet, el hombre más rico del mundo. “Y gana la mía”.

viernes, 15 de junio de 2012

Prisioneros de la libertad


Cuando las palabras pierden su significado, la gente pierde su libertad. He pensado mucho acerca de esta cita de Confuccio en los últimos tiempos, cuando parece que hay que disfrazar con eufemismos la realidad para atravesar escenarios complicados por encima de la crudeza de los términos.

De repente en un periódico me he tropezado con un científico, determinismo en estado puro, que dice que el hombre no es libre, no porque haya perdido su condición, sino porque no lo ha sido nunca. No lo dice un filósofo, ni un jurista, ni un político, ni un sociólogo. Lo afirma un hombre de laboratorio que es, donde, al parecer, después de tanto proteger y reivindicar las libertades individuales, se ha certificado que no existe el libre albedrío, aunque no por un vacío de significado de las palabras, sino por una cuestión menos filosófica de pura física y química.

Algo de eso habíamos notado ya con la influencia de los medios de comunicación y la publicidad, factores externos muy potentes a la hora de condicionar nuestra voluntad con la misma firmeza que el Eurogrupo influye en la política económica nacional.
Pero el neurocientífico Gazzaniga habla de algo muy distinto, llega a defender que las personas tomamos decisiones de la misma forma que el cuerpo nutre nuestra piel; de forma inconsciente y predeterminada. Como Spinoza opina que las decisiones de la mente no son más que deseos, y que nos creemos libres porque no somos conscientes de nuestras voluntades y deseos; pero ignoramos las causas por las cuales somos llevados al deseo y a la esperanza. Para Schopenhauer la causa está en el carácter, que determina nuestra conducta durante toda su vida y que no podemos cambiar. Hobbes va más allá porque añade que la voluntad no es algo libre o no libre.

Pero al parecer, aunque queramos hacer una cosa, acabaremos haciendo aquello que está escrito en nuestro código genético, bien sea por herencia o por experiencia. Aunque Locke –que no creía en el libre albedrío y tampoco en el determinismo- consideraba que la capacidad de actuar voluntariamente consiste en que las personas antes de tomar una decisión deliberamos sobre las consecuencias de tomar o no esa alternativa. Precisamente lo que defiende este científico en el periódico, que aunque no existe el libre albedrío nuestras decisiones vienen en gran parte influidas por la reacción que intuimos al interactuar con otras personas, lo que quiere decir que calculamos los efectos que va a generar antes de tomarlas.

Para Pitágoras no es libre el hombre que no puede dominarse a sí mismo, para Horacio quien no domina sus pasiones y para Montaigne la verdadera libertad también consiste en el dominio absoluto de sí mismo. Si nosotros pensamos por nosotros, es decir, si nuestro cerebro decide milésimas de segundo antes que nosotros, no somos libres. La buena y la mala noticia es que entonces tampoco somos tan influenciables.

Albert Camus dijo que la libertad no es más que la oportunidad de ser mejor. La libertad está unida a los principios de igualdad y justicia cuando, en realidad, no es más que la capacidad de elegir según voluntad propia. Pero nada asegura que esa voluntad obre de acuerdo con grandes valores universales como la verdad y el bien. Grandes defensores de la libertad, como Obama y todos los que inician una guerra, la acaban utilizando como licencia para matar; igual que los mercados defienden la libertad de ganar dinero de los ricos a costa del alto precio que pagan los más pobres.

Tal vez lo más sorprendente del discurso del neurocientífico del periódico es que dice que una persona no es más que un relato sobre si mismo urdido por el hemisferio izquierdo en su cerebro. Una interpretación de nosotros mismos que va creciendo con el tiempo. Ya lo avanzó Sartre, el hombre está condenado a ser libre, a hacerse a sí mismo, por eso nadie llega a ser nada que no haya elegido ser. Por eso cada uno de nosotros alimenta las páginas del cuaderno del hemisferio izquierdo de su cerebro.

jueves, 14 de junio de 2012

Sin vacunas contra el optimismo


Dicen que estamos al borde del bono basura. Por eso, ayer, algunos de los cuatro mil afectados cántabros por las llamadas preferentes -a quienes les tienen secuestrado su dinero en un complejo timo financiero en algunos casos vitalicio- fumigaron veinte oficinas de La Caixa con un preparado líquido de pescado de podrido rescatado del cubo de los despojos en el que dicen que habitamos.

El fétido sabotaje es probablemente una metáfora pestilente de la vieja Europa construida sobre los pies de barro de la especulación financiera que crea fondos buitre para cazar activos tóxicos o vende hipotecas morosas, casquería mercantil más abrasiva que las armas biológicas de Sadam Hussein.

No hace falta que ninguna agencia de calificación venga a ponernos el sello de la basura, en un mapa donde antes prosperaron los de calidad. Hace años que los ciudadanos menos favorecidos bucean en los contenedores de las calles para rescatar yogures caducados y fruta podrida. Aunque, antes y ahora, algunos se crean demasiado mejores que Grecia y Uganda, ignorando que somos una potencia en comedores sociales, por cierto, desbordados.

Anoche dijeron en un programa de televisión que el valor de las cosas aumenta cuando estamos tristes y que, por lo tanto, las emociones influyen en los precios. Es una consideración tan extravagante como la propia dinámica económica mundial, como el hecho de que Zara, inmune a la crisis, ha aumentado un 30% sus beneficios; como que Rato ha renunciado bajo presión a cobrar 1,2 millones de euros de Bankia; o como que el portavoz de justicia del PP en el Senado ayer pidiera respeto para las instituciones, cuando no se respetan ni a sí mismas.

Pero si la receta funciona y la felicidad destruye la inflación y fagocita el déficit, hoy estamos de suerte. Porque cuatro décadas más tarde, el espíritu Love Story sigue vivo. Y si anoche los protagonistas –Ryan O’neal y Ali McGraw- evocaban aquella corriente de pasión con un beso ante miles de espectadores, hoy, los secundarios de la película, Ángel y su enferma enamorada Paquita, reivindican una historia de amor que conmueve a todo el país, excepto al corazón de los obtusos responsables de su traslado, enfrascados en otras prioridades, como financiar parques temáticos.

Afortunadamente, como dice Benedetti, no hay vacunas contra el optimismo. Aún hay personas que cultivan sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de la realidad. 

miércoles, 13 de junio de 2012

Sombrero de paja con guarnición de flores marchitas


Cuando dicen que 19 millones de viajeros van a ver todos los años en la tele de los autobuses municipales de Santander los videos sobre emprendedores que van a proyectar para favorecer la actividad empresarial, me pregunto cuántos de esos ciudadanos soy yo. Calculo que entre semana cojo un autobús todos los días, en trayecto de ida y vuelta por lo que, si hago cuentas, me temo que robo a la estadística 480 viajeros al año. Casi quinientos avatares de mí mismo que al cuarto viaje soportando el mismo video serán impermeables al efecto propagandístico pretendido. Pero el impacto de una cifra tan grandilocuente aspira a generar la pedantería de tratarnos de convencer de que uno de cada dos españoles se sube al autobús en Santander al menos una vez al año, como si la flota municipal fuese un Ryanair al paraiso.  

El autobús no es un espacio para ver la televisión cuando hay tanta fauna urbana que lo habita, diversidad que resulta cautivadora y extravagante para el viajero. Mi preferida es la señora que, cuando el autobús se desliza entre Cazoña y El Alisal, toma la línea a Corbán en una de sus paradas. Se atusa con coquetería su deslucida media melena color humo, acariciada siempre por un gastado sombrero de paja con guarnición de flores de tela marchita. 
Habla despacio, desparramando lentamente las palabras a su alrededor imprimiendo en cada frase un discurso orgulloso, soslayando el engreimiento. “¿Pero no ha leído usted mis memorias?”, reconviene invariablemente al conductor la anciana de dulce apariencia. Tras una pausa, en la que esboza una sonrisa beatífica, prosigue con paciencia: “Sabrá usted que soy escritora. Mis relatos son muy famosos, todo Santander me conoce”, dice mientras rebusca el libro que nunca encuentra en el carrito de la compra que siempre le acompaña a modo de bolso de Mary Poppins y donde, mucho me temo, cabe toda su vida que transita de una parada a otra del autobús. 
Allí esconde un infantil bolso, un paraguas de largo y retorcido mango, un rollo de burbujitas de plástico para embalar y un cuaderno sin tapas lleno de letras desordenadas, de trozos de versos sueltos y de palabras bonitas que, alguna vez, muestra con petulancia a los viajeros más escépticos como prueba de su talento.

Ya no me pregunto donde habita porque la veo bajarse del autobús, con trabajoso esfuerzo, y cuando arranca de nuevo y echo la vista atrás se ha fundido ya en mi memoria, y en toda la avenida no hay rastro de la deslucida media melena color humo acariciada siempre por un gastado sombrero de paja con guarnición de flores de tela marchita.

Entonces vuelvo mi mirada hacia los buzones donde antes se almacenaron algunos ejemplares de poesía y relatos para acompañar los desplazamientos. Pero ahora siempre están vacíos, porque los libros están prisioneros en las estanterías y los cajones de alguno de los 19 millones de viajeros que los secuestran para que sus páginas no respiren, para que no se escapen las letras.

Por tanto, no me queda más remedio que conectarme los auriculares y escuchar la radio. Pero mientras el autobús sortea la complicada orografía urbana ascendiendo hacia Miranda, escucho que el humo del diesel ha sido declarado cancerígeno, que desde hace quince años el CSIC desperdicia dinero en conseguir un coche sin conductor que sirve para que no nos aburramos en los atascos, que el Ayuntamiento de Santander va a inspeccionar los parques y jardines con bicicletas eléctricas; o que el exgobernador del Banco de España, Miguel Ángel Ordóñez, iba a comprar al mercado para cotillear los precios de las gambas y el pollo travestido de ciudadano normal con vaqueros y gorra, como Cristina Cifuentes en las asambleas del 15M, que se calzó unas deportivas y ya se creía investida de la estética perroflauta.

Y entonces siento un desaforado deseo de leer el cuaderno de la mujer de la deslucida media melena color humo acariciada siempre por un gastado sombrero de paja con guarnición de flores de tela marchita.

martes, 12 de junio de 2012

Que el amor nos salve de la vida


Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida. El último inquilino de la residencia La Pereda se ha aferrado a las palabras de Neruda y se ha atrincherado en su habitación para impedir que le trasladen a vivir a Laredo, desde donde no podrá compartir sus tardes con Paquita, porque con los cien euros que le quedan de pensión no podrá ir y venir todos los días en el autobús.

La administración dice, con su imperturbable flema tecnócrata, que Ángel, ahora que cierran La Pereda, no puede trasladarse a la cercana residencia de Cueto porque no es una persona dependiente. Pero eso no es cierto, porque depende de Paquita. De esas confidencias y preocupaciones compartidas en los paseos y entre abrazos, de la corriente de emoción que desata por todo su cuerpo el roce de la punta de sus dedos, del tembloroso verbo con el que se susurran al oído palabras de amor, de intercambiar esas miradas enganchadas con las que alimentar el corazón, de encontrarse en el aliento de un café.

Todos nos reconocemos en esa agitación continuada, en esa efervescencia, en ese estado de anhelo, en los suspiros. Escuchar una y otra vez la misma canción que sonaba cuando nos besamos por primera vez. Mirar el teléfono cada minuto con la esperanza de no haber oído la llamada. Sentir que nos tropezamos con él al girar cualquier esquina, e imaginar que se aparece en el reflejo de los escaparates. Sonreír sin motivo, respirar con más ansia, dejar caer todas las barreras, los prejuicios y los miedos. Caminar más ligeros y más alegres. Probarnos todo el armario antes de cada cita. Ser capaces de iluminar un día gris, de adivinar el sol envuelto en la bruma, de estallar en carcajadas sin motivo. Acariciar lo que han tocado sus manos, recorrer las páginas del libro que él ha leído antes intentando arrancar otro sentido a las mismas palabras. Estallar dentro de nosotros mil sensaciones cada vez que nos cruzamos por la calle con alguien que comparte su colonia. Encontrar sentido a los domingos por la tarde. Repetir su nombre por el mero placer de pronunciarlo.

El amor no se puede alegar como causa de dependencia emocional en las casillas de los formularios oficiales, demasiado rígidos como para contemplar una variable sentimental tan poderosa.

Pero ya era hora de la que pasión se convirtiese en noticia empujando a la trinchera de la letra pequeña la insuficiencia del rescate financiero de España, que nos obligará a subir el IVA y a adelantar la reforma de las pensiones; el convenio de acreedores del Racing, el patético apego de Ambrosio al trono de Liberbank o la insoportable levedad del caparazón de Valdecilla.


Desdentados, artríticos, solos y condenados a soportar animadores y gimnasias de mantenimiento, tejiendo objetos imposibles y hasta sin nombre con hilos de plástico de las bolsas de supermercado recicladas, o soportando talleres de recuperación del suelo pélvico. Sin más aliciente que sobrevivir al puré sin sal un día tras otro, yo también me rebelaría para exigir que el amor me salve de la vida. 

lunes, 11 de junio de 2012

La manzana envenenada


Veinte horas antes del rescate el Casino de Santander estallaba en un jubiloso espectáculo de luz y color azotado con fuegos artificiales, discursos políticos y copas de cava; una metáfora estética de una ciudad que sigue mirándose el ombligo mientras el país es absorbido por el vórtice financiero del todopoderoso eurogrupo. Suena la música mientras el océano de hielo acecha nuestro transitar por el bosque oscuro de las manzanas envenenadas.

Mientras todo se derrumba, aún nos quedan los eufemismos –operación de crédito,  ‘lo de ayer’, fortaleza del euro- de los que se ha abusado en exceso este fin de semana para tratar de ocultar una realidad incómoda: Que Europa tiene que salvarnos de la ruina con 100.000 millones de euros, más de lo que suman juntos los rescates de Portugal e Irlanda. Y que ese dinero -que necesitamos por culpa de la mala gestión de la banca- nos salpica a todos los españoles, a quienes nunca nos salpicaron los beneficios ni los sueldos de 400.000 euros ni los blindajes de catorce millones de euros que están en el bolsillo de los gestores de las cajas de ahorro. Y que no van a salir de ahí, porque el presidente del Gobierno, un débil y temeroso Rajoy -a cuyo nombre ya no puede unirse la cualidad de líder- no se atreve a exigir el retorno del dinero perdido ni las correspondientes responsabilidades. Tampoco se atrevía a dar la cara, hubo que forzarle desde el sentido común, aunque finalmente su comparencia resultó peor que el silencio.

Podemos elegir negar el rescate, como algunos antes se aplicaron a negar la marea negra del Prestige, o la autoría de los atentados del 11-M con catastróficos resultados desde el punto de vista de la evidencia.

Pero ya que no nos salvan, por lo menos que no nos mientan. Que se pongan a trabajar para que esta ayuda financiera, como ha pasado en Grecia, no se convierta en una soga al cuello de los españoles por el brutal esfuerzo económico que puede suponer a partir de ahora las condiciones para su devolución –dicen que 30 años al 3%- y, sobre todo, para dominar el déficit que genera esta inyección.

De España han huido en un mes más de 60.000 millones de euros; los pasajeros de primera clase ya tienen bote salvavidas. A los de segunda, nos van a entretener con la reposición en la televisión de ‘El hombre y la tierra’ mientras nos llega el agua el cuello. 

viernes, 8 de junio de 2012

Tiritas contra la hemorragia


Como dijo Montaigne, nadie está libre de decir estupideces, lo malo es decirlas con énfasis. Aplíquese la receta al líder Rajoy que ayer ironizó sobre la cifra de rescate a la banca que está barajando, “son elucubraciones. Pregúntenme a mí”. Y cuando lo hicieron respondió que no lo sabía. Hace bien, porque saber mucho da ocasión para dudar más, y de vacilaciones, titubeos e incertidumbres ya tenemos sobrada experiencia, especialmente en cuanto a la escéptica utilidad de algunas de nuestras instituciones.

El Gobierno ha designado un nuevo gobernador del Banco de España, Luis Linde. Pero independientemente del nombre la pregunta es si éste -como otros organismos presuntamente tan importantes- es realmente necesario, a la vista de que no ha acertado a ver ni a atajar la putrefacción de algunas instituciones financieras que ya llevaban tiempo atufando desde las páginas salmón de la prensa. Si su misión es someter a vigilancia a los bancos, regular y supervisar se puede colegir con generosos argumentos que han fracasado hasta el escándalo. Por tanto, un recambio al frente de su cúpula no nos asegura más que seguiremos pagando otro sueldo millonario a otro gobernador sin exigirle resultados ni productividad alguna. De momento, pese al mutismo del presidente, al parecer ya se requieren otros 9.000 millones de euros más para Catalunya Banc y Novogalicia.

Este contratiempo obliga a hacer algunos ajustes más, como suprimir los moscosos de los funcionarios confiando en que subirá su productividad; multar a los sinpapeles en vez de expulsarlos del país porque sale más barato; o cobrar diez euros a quien se apunte a una bolsa de empleo público, como ha hecho Esperanza Aguirre en Madrid.

Aquí, en Cantabria, se bajarán las tasas para que se vendan más automóviles, sin tener en cuenta que para comprarles antes habrá que tener trabajo y sueldo, o más sueldo y no menos, como ocurre en este periodo de mermas salariales donde empresas, como hoy Sniace, amenazan a sus trabajadores con despidos si no se rebajan el sueldo.
Otra iniciativa destacable, casi roza la categoría de hito, es que el Seprona ha decomisado ayer dieciséis jargos, ocho pulpos, tres centollas y un chicharro en una macrooperación contra la pesca furtiva, cuyo testimonio gráfico aparece hoy en la prensa expuesto -chorreando- sobre una mesa con la misma escenografía que un alijo de droga.

En paralelo a esta realidad, el presunto estafador rumano de Paloma Lago se dice descendiente del conde Drácula y Elvis Presley resucita sobre el escenario gracias a una recreación digital a través de la técnica del holograma, como aquel entonces futurista mensaje de la princesa Leila que reprodujo el androide R2D2.

Lo cierto es que hay indicios de que la galaxia ficticia de George Lucas habita entre nosotros y que los caballeros Sith del lado oscuro de la fuerza han ganado la partida a los Jedi. 

jueves, 7 de junio de 2012

El pesimismo apocalíptico

Un señor ruso dice hoy en los periódicos que la ciberguerra puede acabar con el mundo que conocemos. Al parecer a consecuencia del letal virus Flame -que sospecha que han inventado los judíos-, un gusanito maligno que ya ha empezado a infectar ordenadores de países musulmanes. Como describió Eco, ese tal Kaspersky descubridor del asunto, es un heredero apocalíptico de Adorno, aunque desde su atalaya de integrado director de una empresa informática. 

En la misma línea, un grupo de científicos españoles -también apocalípticos- advierten de que el impacto humano sobre la Tierra puede conducir a un punto de no retorno y, por si acaso, han redactado un plan de emergencia minimalista. Menos población y menos consumo de recursos, y así más se prolongará nuestra existencia sobre el planeta. Aunque también recomienda colonizar las tierras que no han sido aún invadidas por el hombre, que serán un desierto y algunos cascotes de hierro polar. La profecía advierte que si el mundo no se pone a dieta, estallará en 2045. 

En realidad hace ya cuatro años que los periódicos publicaron que la humanidad necesitará dos planetas para el año 2030, es decir, quince años antes de reventar ya tendremos que expandirnos a Marte; porque según un informe de WWF/Adena la demanda mundial de consumo superará la capacidad de abastecimiento de la Tierra. 

Hace escasamente un año Lars von Trier proponía una catastrofista apoteosis cinematográfica para el fin del mundo con la potente literatura estética del planeta Melancolía impactando contra la Tierra. Pero es que según los mayas, el próximo 22 de diciembre se acaba el mundo de odio y materialismo que habitamos, que además será el fin del miedo.

Afortunadamente, frente a todos los pesimismos apocalípticos, la NASA ha quitado hierro al asunto y ha desmentido que ese día vayamos a estallar. Pero a lo largo de la historia nos hemos regodeado en vaticinar la catástrofe mediante cientos de profecías fracasadas. En nuestra memoria queda el ridículo del modisto Paco Rabbane que abandonó la costura en 1999 convencido de que la estación espacial MIR caería sobre su cabeza. Habría que estudiar por qué la humanidad se recrea en augurar plagas peores que aquellas con las que nos hemos acostumbrado a convivir, y que son el hambre, el dolor y la enfermedad. 

Quizá las plagas contemporáneas son más sutiles que la lluvia de langostas. El periodo negro de la prima de riesgo, el incómodo fenómeno político Esperanza Aguirre, el planeta Intereconomía y las portadas de La Razón, la academia de policía de la mujer del jefe de gabinete de Cosidó, el anticristo de Eurovegas, las intervenciones artísticas en la rotonda de Menéndez Pelayo o los fastos de los Baños de Ola. ¿Acaso no vemos que los capítulos de Cuéntame vienen pisándonos los talones? En cuanto nos alcancen nos disolvemos.

miércoles, 6 de junio de 2012

La barrera del disparate


Un hombre se cuela en el Congreso de los Diputados, atraviesa sin preguntas controles y puertas; se sienta en un escaño antes de empezar el pleno del pasado martes. Alguien se da cuenta de que es un intruso. Se levanta sin ofrecer resistencia. “Fue un acto de normalidad ciudadana”, espetó al salir. Con la misma naturalidad que Julita, la secretaria de Urdangarín, preguntó el otro día ante el juez Torres “¿qué hay de malo en tener una cuenta en Suiza?”.

En realidad es la clase de paranormalidad política a la que nos han acostumbrado los mayores que un día si y otro también nos hacen comulgar con ruedas de molino, pretenden hacer del error virtud y se han convertido en expertos de las justificaciones injustificadas.

Me pregunto, por ejemplo, a quién se puede uno quejar si el propio defensor del pueblo catalán ha hecho 50 viajes oficiales en dos años a destinos internacionales como Bermudas, Canadá o Zambia, lógicamente muy acordes geográficamente con su ámbito de actuación. El primer impulso de denunciarlo a la Generalitat se desinfla tras comprobar que al parecer están muy ocupados elaborando una base de datos de prostitutas y clientes.

El ímpetu de recurrir a la justicia es absolutamente inviable, ¿cómo van a censurar que este señor emule a Willy Fog con dinero público cuando el propio Dívar se va de cena y hotel a Marbella a la primera de cambio?
Recurrir al fiscal general del Estado es otra misión inútil, porque éste también rechazó la denuncia contra el jerifalte del poder judicial en un acto ya, por desgracia, de acostumbrada cobardía.

Esperar que el Gobierno de España de un paso al frente y ataje la corrupción es otra utopía, teniendo en cuenta que el ministro Guindos cree que investigar Bankia sería ejercer un “espíritu vengativo” contra sus gestores, sus hermanos políticos.

Ni siquiera podemos pedirle amparo al rey, ¡qué va a hacer su alteza real por nosotros, cuando él mismo se fuga a África en compañía de su escopeta y de algunos otros alicientes!

Más allá de las fronteras, tampoco hay margen para la esperanza cuando la directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, va por ahí exigiendo a los griegos que paguen impuestos y ella gana 380.000 euros anuales y no paga tributo alguno por su cargo diplomático.

Si cometemos la ingenuidad de mirar más allá, podemos tropezarnos con un Premio Nobel de la Paz, mister Obama, que una vez al año decide a quién hay que matar. Primero fue Ben Laden y ayer mismo el número dos de Al Qaeda, ataque que causó otros quince muertos más que a nadie le importan ni le escandalizan, ni siquiera a la academia sueca que le impuso la medalla de la precipitación.

Los más desasosegante es que hemos llegado a percibir como actos de normalidad las corruptelas de quienes nos gobiernan y representan. Como los préstamos de verano de Liberbank que –no es ninguna broma- ofrece créditos instantáneos de entre 3.000 y 15.000 euros a devolver en seis años para que las familias afronten el incremento de gastos que supone el verano.

Alguien dijo que en todos los hombres está presente la corrupción, que solo es cuestión de cantidades. Y hemos superado la barrera del disparate.

martes, 5 de junio de 2012

Los hijos de Adam Smith


Cuando un ciudadano llega a la cumbre de la pirámide social se encuentra a Botín en bermudas, disfrazado del ‘chapulín colorao’, con un manual de capitalismo salvaje bajo el brazo. Es un libro único para gobernar el mundo, como ya nos avanzó Tolkien, que extrae lo peor de nosotros mismos, que nos incita al imperio del egoísmo y la avaricia.

Pero no hay alternativa ética. Sumidos en el pozo de la derrota del régimen capitalista que veneramos, solo queremos recuperarle con toda su crudeza para poder volver a someternos a su tiranía de fabricar dinero para gastar más del que generamos, en una inercia infeliz en la que hemos girado sin timón en las últimas décadas y fuera de la cual, ingenuos de nosotros, nos creemos que no anida libertad.

Es tal el poder de la esencia capitalista que hasta se ha apropiado de la bandera de la izquierda. Los hijos de Adam Smith se han teñido de rojo. El color que enarbolaron los republicanos españoles, la enseña comunista de la hoz y el martillo símbolo del proletariado, hoy es el emblema del poder del dinero. El ‘rojo Santander’ ha abducido toda connotación político-social de un color hoy asociado a la especulación bursátil y a ese dios supremo que es el dinero representado el icono de Tio Gilito.

Prueba de ello es que ayer, en Brasil, Emilio Botín se apareció ante el rey Juan Carlos en bermudas y polo rojo, escenificando así que el dinero está por encima de la sangre real y las genuflexiones, del estado y de quienes gobiernan y hasta del Papa, acostumbrado a ser el único que se presenta sin corbata en sociedad, y acosado –ahora- por la única religión verdadera que es el dinero que le han pagado a su mayordomo traidor por vender sus secretos de alcoba.

La perversión del liberalismo, el envoltorio ideológico bajo el que Locke avanzó los principios del sistema productivo capitalista, es un escaparate de injusticias e incertidumbres que nos conduce a que –entre los últimos ejemplos- Bankia se cuestione pagar 1,2 millones a Rato para que no fiche por la competencia (allá ella si se quiere arruinar), soportar indultos para los billetes de quinientos euros, subidas de los honorarios de los notarios para cancelar hipotecas en plena crisis o escuchar como Botín dice que esto se soluciona si entre todos pagamos los platos rotos y ponemos 40.000 millones de euros para sanear bancos.

El capitalismo es una fiera que nunca se da por satisfecha, pero que hemos adoptado como el único sistema posible de libertad para el hombre, aunque vivamos encadenados y prisioneros de los bancos, del trabajo precario, de las compañías telefónicas, de las eléctricas y de la Agencia Tributaria. El tránsito de la sociedad estamental a la sociedad de clases ha sido un paso neutro; ahora el señor feudal es un hombre de rojo. Aunque hay algo de Marx, de esa alternativa fracasada, que no ha muerto y que es la responsabilidad colectiva. Aquí los beneficios se reparten entre los accionistas y las pérdidas se socializan para que las paguemos todos.

El mayor dislate de su odisea ultraliberal es que nos culpan a todos del fracaso del modelo –aquí también se contaminan con el socialismo-, y tratan de convencernos de que todo se desmorona porque hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Sin comprender que ellos no se resignan a vivir por debajo de las suyas y que, a lo mejor, ese el problema.

lunes, 4 de junio de 2012

La neurona voluble


Un proverbio árabe dice que los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego. Pero una filósofa sueca de nombre Kathinka Evers ha refutado el axioma y defiende que el cerebro es muy influenciable a los estímulos externos. Es decir, que lo que entra por los ojos modifica rápidamente nuestro pensamiento, en el sentido moral, proporcionando lucidez a un cerebro yermo.

Investigar la naturaleza moral del cerebro humano ha sido siempre una constante en la filosofía y, ahora, esta señora vende como nuevo que el cerebro es un órgano plástico y variable, voluble, cuya arquitectura está sujeta al impacto social.

Es algo que ya habíamos notado porque, en realidad, casi todo el mundo comparte las mismas opiniones y sensaciones fruto de la superlativa influencia de los medios de comunicación, que ya razonan por nosotros propagando, a la medida de los intereses políticos que defienden, las verdades absolutas.

Pero más allá de la conciencia colectiva, puede ser que individualmente esta debilidad ética del cerebro nos conduzca a alterar la realidad, a cambiar los parámetros morales en función de las circunstancias ambientales. Será por eso que, supuestamente, dictadores como el sirio Bashar Al-Assad considera  aceptable moralmente, dentro de su código cerebral influenciado por la realidad, justificar que el terrorismo internacional que ataca a su país es responsable de la matanza de Hula. Y ve un ejército de gigantes donde no hay más molinos que la rebelión social y política contra su sanguinario régimen.
Igual mal, el del cerebro camaleónico que se adapta al medio, padecen los censores chinos que 23 años después aún siguen queriendo silenciar la matanza de Tiananmen, argumentando que la represión de aquellas protestas contrarrevolucionarias se hizo en nombre de la estabilidad del país.

Parece, no obstante, que todos los cerebros no son tan maleables y que los parámetros morales de muchos ciudadanos se mantienen firmes y no se dejan influenciar por la realidad social en la que habitan, aunque en determinados escenarios lo estén pagando con su vida.

En todo caso, la cuestión no es si, bajo determinada influencia, el cerebro puede o no alterar sus valores éticos. Es más bien, dilucidar si ese cambio es inconsciente o voluntario. Dicen que las neuronas toman las decisiones diez segundos antes que nosotros, por lo que hemos de concluir que no podemos enfrentarnos a nosotros mismos y por más que deseemos admitir una conducta o una idea, ésta chocará con el veredicto de nuestro influenciable cerebro.

Igual todo es más simple, y resulta que solo quien tiene cerebro puede cambiar de idea.

viernes, 1 de junio de 2012

Verde y gris


Las leyes están para cumplirlas, independientemente de la satisfacción personal que nos produzcan. Pero resulta controvertido decidir cuándo hay que demoler una vivienda que sus dueños compraron con todas las garantías legales y que, años después, la justicia declara ilegal, simplificando los términos, porque ensucia el paisaje.

Estas cosas siempre se solucionan burlando la ley, que para algo está. Se hace otra nueva, se pone un parche aquí y otro allá, y ya podemos dejar en pie las casas ignorando el veredicto del juez, que tan molesto resulta, en pura lógica, a los afectados.

La solución es, de largo, la más conveniente para sus dueños y, por tanto, la más humana. Aunque habría que determinar si es a la vez la más justa para el interés de todos. Es decir, si el promotor avispado que consigue que un político avispado permita construir en parajes prohibidos mucho más atractivos y alentadores y a veces conseguidos a un precio más barato, ha de ganar la partida a la ley compitiendo de forma descarada con los promotores honestos, contaminando parajes protegidos, destrozando estéticamente zonas a preservar, cargándose encinares o masificando montes. Y que, encima, a ambos, les salga gratis.

Además, habrá que establecer si este tipo de amnistías inmobiliarias no son más que un desafortunado acicate para seguir construyendo donde a cada uno le da la gana, siempre que firme el alcalde o la CROTU de turno quienes, por cierto, nunca son responsables de nada ante la justicia. Ellos no pierden ni dinero, ni vivienda.

La amnistía que prepara el Ministerio de Fomento, y que hoy es noticia nacional, podrá salvar de la piqueta a la mayor parte de las 663 viviendas con sentencia firme de demolición que hay en Cantabria. Al resto, por el error urbanístico –voluntario o involuntario- de los políticos de turno, tendremos que indemnizarles con dinero público. Nadie irá a reclamar responsabilidades a quienes firmaron las licencias.

Los cambios introducidos por el Ministerio en las leyes del Suelo, de la Propiedad Horizontal e incluso en la de Economía Sostenible, al parecer, son para proteger los intereses de los compradores que actuaron con buena fe. Se diría que solo los más confiados, entonces, tienen derecho a mantener en pie su vivienda ilegal; y esto es precisamente lo más discutible, qué grado de ingenuidad asiste a cada uno de ellos, cómo se va a calibrar, y si la ingenuidad es una atenuante que merece el indulto inmobiliario. Cuando, en realidad, y en la mayoría de las ocasiones, son las autoridades urbanísticas las que se han hecho las tontas para validar legalmente lo ilegal.

Cierto es que la amnistía contempla algunas excepciones, como el hecho de que las viviendas no estén levantadas sobre terreno público o que su volumen no exceda de lo permitido por la licencia o el plan de urbanismo correspondiente, suponiendo que también este sea legal. Excepciones que, seguramente, y a no mucho tardar, también encontrarán el modo de pasar desapercibidas y burlar la sentencia mortal. Porque en realidad, interesa buscar atajos para que únicamente salgamos perjudicados todos y ninguno en particular. Y, cuando no llega el indulto, las indemnizaciones y el derribo lo paga la administración pública, que parece que así, a escote, no nos duele tanto.

Pero lo peor de todo es que hemos cerrado los ojos ante una realidad incómoda y es que, dado el elevado número de viviendas ilegales, nos hayamos ante un mayúsculo escándalo de corrupción urbanística que se va a despachar por la puerta de atrás.

Mientras tanto, aquí, en la Cantabria de prados verdes, hemos traído un césped desde Australia para alicatar el nuevo campo de hockey, que se suma a otro de béisbol, esa disciplina que tanto ímpetu deportivo arranca entre nuestros jóvenes, recientemente bautizado. La túnica verde ha viajado en contenedores y barcos en una intrépida travesía, sin duda venturosa y necesaria en estos tiempos de crisis. Será que la tiranía urbana del cemento, en aquel estallar de la construcción, además de sembrar Cantabria de despropósitos urbanísticos, nos ha robado ese barniz verde en el que hasta ahora nos reconocíamos y nos distinguía de la gris densidad mediterránea.