jueves, 31 de mayo de 2012

El perímetro inteligente


La duda es uno de los nombres de la inteligencia, decía Borges. Por tanto, debemos abordar con escepticismo esa obstinación de quiénes nos gobiernan por aspirar a constreñir geográficamente la inteligencia al perímetro, primero de Santander, y ahora de Cantabria, manipulando un concepto que, en ningún caso, puede limitarse a adjetivar un mero despliegue de cacharritos tecnológicos y redes wifi.

Tras fracasar la etiqueta de cultura imbricada a Santander, se recurrió a otro apellido, el de inteligente, más pomposo que el anterior. ¿Pero por qué limitar la inteligencia a Santander? ¿Por qué no extender el sueño del conocimiento al resto del mapa cántabro? Es sencillo, aún no sabemos si barato. Como ayer hizo el presidente, basta con decretar que Cantabria es inteligente, como antes fue infinita, gran reserva o simplemente verde, que a lo mejor es lo que sigue siendo.

Eso sí, para disfrazar la debilidad del concepto se adereza con una cadena de términos en inglés que disipan dudas y confirman que estamos en esa conjunción interplanetaria donde Zapatero sedujo a Pajín, o viceversa. Así, nos han dado Smart Santander, que ayer mismo sintió la imperiosa necesidad de sacar a concurso cuatro instalaciones tecnológicas más porque, al parecer, se necesitan sensores, actuadores y gateways; y ahora Smart Región, con una derivada: El Smart grid, para denominar a las redes telemáticas para gestionar energía.

Si en los ochenta las peluquerías se llamaban Joana´s y los bares Manolo´s, ahora se rebautiza el callcenter del PCTCAN que pasará a ser un Customer VoiceLab, y hoy se publica que un yate de 18 metros inaugura el travel lift del nuevo puerto de Laredo.

Destrozando las palabras de García Montero, si la inteligencia fuera solo cuestión de palabras, los políticos cántabros habrían creado un idioma. Pero es que además aspiran a dotarle de contenido, y aquí es donde el ciudadano se debate entre la hilaridad y el escepticismo. Nos vamos a hacer inteligentes ensayando fenómenos paranormales con una flotilla de vehículos aéreos no tripulados con base en La Lora, impulsando medios de pago telemáticos ahora que no compra nadie, construyendo una realidad aumentada –efectivamente, ya está bastante deformada-, forjando el nuevo paradigma del hogar conectado y creando redes inteligentes de distribución energética. Vamos a ser inteligentes sin una sola mención a la cultura o al conocimiento.

Nuevas propuestas para una sociedad acostumbrada a iniciativas provinciales -o directamente provincianas- mucho menos agresivas como abrir oficinas (de apoyo a la empresa familiar, del cambio climático) y centros de interpretación, o realizar campañas informativas, que también consumen buena parte de la vanidad de nuestros gestores.

En medio de este delirio, no es de extrañar que Gutiérrez Aragón haya dicho ayer que le gustaría poder filmar un mundo que se escapa y que se va a acabar, porque la cabaña pasiega se va a convertir en un chalet de verano. Con teleféricos, campos de golf y universidades privadas. Esa es la vida que nos espera. Eso, y el reto de que el alcalde consiga, como se ha propuesto, que los pasajeros de los cruceros cambien Santillana, Comillas y Bilbao por un paseo medioambiental por el Parque de Las Llamas o Mataleñas. Aunque más que una cuestión de inteligencia, es cuestión de tener fe en los milagros.

Ya lo dijo Kant, la inteligencia de un individuo se mide por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar. Y nos están sometiendo a prueba disparando fuegos artificiales.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Afianzar la desconfianza


En Cannes se ha llevado la Palma una película dura y triste como una jornada de Bolsa, como el periódico de mañana y las noticias de ayer, como las cuentas corrientes y los frigoríficos, como los mercados y el futuro. Tal vez sea otro síntoma del persistente desasosiego de este presente que enhebra un día con otro forjándonos, sin querer, a ser alistados en el permanente ejército de la zozobra. No sabemos muy bien que pasa y si, en realidad, la verdad ya suficientemente oscura que nos ofrecen es aún más opaca.

Si desde un vértice de la frontera de Europa mirásemos la imagen que proyectamos como país, probablemente cambiaría el pálpito de compasión con el que percibimos a Grecia o Portugal.

Criticamos a sus políticos que falseaban cifras económicas para burlar los controles, como han hecho en España algunas comunidades autonómicas escondiendo su déficit y facturas en el cajón.

Nos jactamos de la solidez de nuestras entidades financieras, cuando las cajas –gestionadas por políticos y aficionados sin experiencia- están podridas y envenenan el futuro económico de un país que camina al abismo de un rescate.

Nos burlamos de una sociedad poco madura, olvidando la picaresca española que nos ofrece cada día nuevos sainetes: 'Eres' fraudulentos, jubilaciones y primas escandalosas para los políticos metidos a banqueros, más de 10.000 sindicalistas liberados a sueldo del Estado que consumen 500 millones de euros anuales, un 94% de clase empresarial que se declara partidaria del soborno, un elevado índice de economía sumergida, paraísos fiscales para ricos como las Sicavs; inversiones millonarias en aeropuertos sin aviones y en AVES sin pasajeros; escándalos de financiación ilegal de partidos políticos; un poder judicial que gasta dinero público en hoteles y restaurantes sin justificación, y que incluso se jacta de ello; 62 diputados con casa en Madrid que cobran 1.823 euros más al mes en dietas por alojamiento; incluso un alcalde a sueldo de la mafia y el entremés de Urdangarín, Corinna, el elefante y el Rey.

Nos creemos pasajeros de la primera categoría democrática y despreciamos a los creadores tachándoles de titiriteros, tratamos como delincuentes a los indignados, reformamos las leyes para que los trabajadores tengan menos derechos, procesamos a un juez por intentar esclarecer los crímenes de la dictadura, subimos todos los impuestos posibles pero sin hacer pagar más a quien más tiene, permitimos que miles de familias pierdan su casa y tengan que seguir pagando la hipoteca al banco, abrimos juicio al canalla de Krahe por meter un crucifijo al horno, defendemos que en la Universidad pública estudien los más ricos y no los más listos.

En nuestro descargo, podemos decir que todo esto lo controlan cerca de 149.000 políticos, 78.000 de ellos con cargo directo, de los que 8.000 son alcaldes; un ministro de Economía, que antes trabajaba en Lehman Brothers, y un registrador de la propiedad pusilánime con pánico escénico. Y para afianzar la desconfianza la baronesa Thyssen vende un cuadro.

A los ciudadanos, nos aterrorizan todos los días con primas de riesgo disparadas, recortes y miserias. Nos conservan anestesiados porque así incubamos el miedo que nos paraliza. Aún así, acertamos a intuir que tal vez nos hemos precipitado compadeciéndonos de Grecia, país donde los médicos públicos han decidido seguir atendiendo a los 'sinpapeles'. O de Portugal, donde las familias en paro podrán estar año y medio sin pagar hipoteca o entregar la casa al banco y convertirse en inquilinos, con un alquiler que no supere el 45% del sueldo.

Tenemos que reflexionar acerca de la imagen que estamos proyectando como país. Y asimilar que si alguna vez nos creímos mejores que otros, fue un error.

martes, 29 de mayo de 2012

Delirios gastronómicos


En España se utiliza mucho la fórmula “pasa hasta la cocina”, para explicar al invitado de turno que tiene abierto el camino hacia el corazón de la casa. Aunque, ahora, la intimidad que se fragua entre fogones también se está juzgando públicamente. En el caso de Javier Krahe, el expediente judicial se ha cocido a fuego lento, lo cual no siempre garantiza un buen guiso y menos, si éste se horneó hace treinta años sobre una sociedad mojigata y santurrona que al parecer aún subsiste y sigue empeñada en dictar qué debemos creer y qué debemos respetar a golpe de lapidación pública.

Dedicarnos a juzgar este tipo de episodios, o las portadas satíricas de El Jueves, nos asoma al balcón del ridículo internacional, máxime cuando el presidente del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Dívar, tendría también que aplicarse penitencia por los festines gastronómicos celebrados con el dinero de todos en esos injustificables fines de semana en Marbella y Puerto Banús. Siendo lo más reprobable, que lejos de enmendarse o dimitir aún se pretende linchar al compañero que lo denunció.

Si el poder judicial entra en asuntos gastronómicos, no le quedaba otra a Arguiñano que opinar, como el gran cocinero mediático que es. Y entre plato y plato, en lugar de perejil ofreció a los televidentes de su programa una receta para aliñar el país que ha avinagrado las esencias del sistema financiero. Ha exigido respeto para los inmigrantes, ha aconsejado a los jóvenes que emigren al extranjero en busca de trabajo; ha criticado que se recorte en sanidad y educación para dar dinero a los bancos. Y toda la culpa se la echa a los gánsteres de la economía mundial.

Como reacción al discurso de Arguiñano, Rajoy emergió ayer de su burbuja monclovita para enviar un mensaje a los mercados –financieros, no de alcachofas-. Inconsciente de que –como dice la viñeta de Ricardo en El Mundo- es el único presidente que genera más confianza cuando se queda callado.

La indignación reina entre fogones. La política se nos ha colado hasta la cocina. Porque, como dijo Gandhi, todo lo que se come sin necesidad se roba a los pobres. 

viernes, 25 de mayo de 2012

El bulevar de las letras


La primavera estalla en Madrid cuando se inaugura la feria del libro. Cuando en las veredas del Retiro las casetas orquestan un seductor bulevar de letras, abrigado con el ir y venir de miles de personas que cimbrean el alma de esta verbena literaria.

Entonces, Madrid huele a papel. Los libros embriagan una ciudad que de ordinario respira por los tubos de escape, como si todas las librerías abriesen a la vez sus puertas para inflamar con incienso literario la geografía urbana y gris de una ciudad que enardece con este festival de letras.

Supongo que ejerce un influjo arrebatador, tal vez porque al recorrer el esqueleto de letras que se teje en el Retiro todos soñamos con encontrar un libro que nos de aliento, que nos estimule, que nos enamore. Siempre hace sol, no recuerdo que la lluvia estropee ese desfilar acalorado e impaciente entre cientos de editoriales.

Resulta inevitablemente placentero descubrir los rostros de las plumas de narradores y poetas entre los libros, en las casetas. Especialmente aquellos autores a quien nadie reclama, que exponen su vanidad en este gran escaparate editorial a la espera de poder rubricar una edición rescatada del olvido que, finalmente, siempre alguien les ofrece con generoso entusiasmo.

Retales de conversaciones que se filtran en el recorrido emocional por las casetas, que saltan de las páginas de los libros, que penetran a través de todos los poros de la piel. Lo conté una vez. Uno de mis placeres favoritos es releer fragmentos de libros, párrafos y frases que acostumbro a señalar y que componen un fascinante puzzle literario. A veces, dedico una tarde a repasar esas pequeñas fracciones escogidas.

La feria siempre es, además, un recorrido vital en el que uno se tropieza con lecturas gastadas que ahora descubren otros más jóvenes y que nos transportan -es imposible sustraerse a esa nostalgia- al intenso pretérito, al escenario en el que recorrimos esas palabras. Abro las páginas de ‘El amor en los tiempos del cólera’, es una edición barata, gastada por la curiosidad de las manos de quienes transitan esta vereda, y de inmediato brotan los recuerdos, las sensaciones, caricias, presencias, aromas. Recupero la memoria de una tarde en una playa de una ciudad del norte, abrazada a esas palabras. También estallan los sueños rotos; y las amargas gotas de lluvia de pena nos envuelven en una deliciosa melancolía.

Me hace feliz recorrer estas veredas que, en el atardecer de Madrid, mientras el sol se desliza en silencio tras las azoteas, susurran palabras de Borges y suspiran versos de Ángel González. 

jueves, 24 de mayo de 2012

Interpretar el vacío


Hace mucho que no se creaba un centro de interpretación. Extrañamente, quizá a afectos de la crisis, parecía haberse frenado ese inútil fervor de exponer el vacío de cualquier instalación de la nada articulado –decían los afectados discursos 'ilusionantes'- en un inconsistente itinerario visual y didáctico.

Esta especie invasora ha proliferado en todos los rincones de Cantabria para justificar edificios restaurados sin ningún fin; es decir, para evidenciar la carencia de ideas y el exiguo recorrido cultural de quienes han sembrado Cantabria con estas vacuas instalaciones, consistentes en una infraestructura elemental y recurrente: Paneles gráficos dosificados, en la mayoría de sus casos, con la cantidad exacta de información que puede devorar un ser humano sin que por ello permanezca en él efecto secundario alguno. Supongo que son un territorio perdido en el tránsito entre exposición y museo que se sustancia en una mera ambición de llenar un contenedor. Un formato híbrido que no convence.

Ejemplo de ellos son el afamado Centro de Interpretación del Litoral de Santander –deslumbra su potente capacidad didáctica y cultural improvisada para llenar un vacío tras una rehabilitación que costó 2,4 millones de euros-; el que interpreta los Picos de Europa en Tama –solo el edificio ya merece un amargo debate-; o aquellos, dos, a falta de uno, al parecer indispensables para estudiar la complejidad el Ebro (en Fontibre) y el embalse del Ebro (en Corconte). Los hay del románico, del rupestre, de un molino en Escalante, de la cuenca del Río Asón, del parque natural del Saja-Besaya, del Monte Hijedo, de la piedra en seco en Valderredible, de las marismas de Santoña, e incluso algunos que ya han perecido víctima de su propio éxito, como el de La Lastra, gestionado por la Fundación Alto Ebro.

Acechan por todos los rincones. Así, en los último años se inauguraban con desencantada reiteración en todos los pueblos de Cantabria, en las antiguas escuelas recuperadas, en cada edificio público rehabilitado, incluso allí donde nada necesita explicación.

El recurso de la banderola y el panel gráfico es reiterado y frustrante. Despachamos a Menéndez Pelayo en cuatro paneles a la puerta del Ayuntamiento y guardamos la artillería económica para subvencionar cuestionables performances sobre el espíritu perdido de los Baños de Ola o el cumpleaños del Palacio de la Magdalena, que al parecer merece un desfile real como el del emperador Carlos V en Laredo. Qué explosión de júbilo en los periódicos porque se va a peatonalizar el 33% de la calle Lealtad. Qué gozo ciudadano la inauguración de un campo de béisbol en Santander que ha costado 365.000 euros. Qué exaltación nuestro hermanamiento con Bilbao y con Miami, todo en la misma semana. Qué capacidad social, la de esta sociedad cultivada en centros de interpretación, para implicarse en asuntos como la recuperación de la Horadada o, el otro debate de gran calado que se avecina sobre las vidrieras del Casino.

Pues bien, mientras nos entretenemos con los entremeses, ya nos están preparando el postre. Hoy el espíritu transgresor y decidido de esta ecléctica corriente de acción contracultural llega a su culmen. El Gobierno de Cantabria va a abrir un centro de interpretación del tudanco en Lamasón y estudia implantar otro dedicado a la producción lechera.

Lástima. Nadie nos pregunta a los ciudadanos si someteríamos a debate la posibilidad de incorporar al patrimonio cultural cántabro un centro de interpretación de la realidad. Mientras, la música suena desde los balcones del casco viejo de Santander aunque no hay fieras que amansar.

miércoles, 23 de mayo de 2012

El ecosistema podrido


Compraron una casa hace cuatro años por 100.000 euros en un barrio modesto de una ciudad modesta. Perdieron el trabajo y dejaron de pagar la hipoteca en noviembre. Ahora el banco se queda con ella y les reclama, además, 161.000 euros. Quedarán de esta manera encadenados de por vida a la pobreza, esclavos de un banco. La mayoría de los ciudadanos de este país no podrían ahorrar esta cantidad ni en dos vidas, eso suponiendo que puedan trabajar y puedan comer, que en esta oscuridad, no esta al alcance de todos.

La historia ha saltado hoy a la portada de un periódico local, pero todos los días un banco llama a la puerta de alguna familia para cobrar con usura su envenenado préstamo; con el amparo de quienes nos gobiernan, que no han prohibido tan reprobables prácticas. Más bien, se han limitado a poner un patético paño caliente con una iniciativa que, de puro ingenua, resulta insultante: Que los bancos sean buenos y que, voluntariamente, se den por satisfechos con la dación en pago; esto es, con la entrega del piso para saldar la deuda.

Los resultados de tan necia iniciativa saltan a la vista. Es tan ilusa como pretender que los ciudadanos paguen impuestos de forma voluntaria. Pero establece a las claras la amoralidad de muchos de nuestros dirigentes políticos que prefieren consentir estas repugnantes injusticias, antes que legislar para prohibirlas.

La codicia y la ambición de los bancos no tienen freno, y campa a sus anchas en un país con políticos pusilánimes incapaces de defender los derechos de los ciudadanos. Las páginas de los periódicos están llenas de ejemplos. Caja Cantabria llegó al extremo de vender preferentes a una anciana con alzheimer que se presentó en el banco con su cuidadora.

No se escandalicen. Es legal. Esto ocurre en un país democrático y civilizado. Pero estos son los inconvenientes de vivir en el estado de bienestar que, unos y otros, dicen que habitamos. Son los daños colaterales de una libertad financiera extrema que ningún político se atreve a acotar. El precio del desarrollo económico. Nos han convencido de que es imprescindible acatar estas reglas inmorales para que el ecosistema podrido en el que vivimos continúe fabricando cada día nuevos esclavos. A eso, algunos, lo llaman vivir.

martes, 22 de mayo de 2012

Símbolo y realidad


Los ultrajes a la bandera y al himno de España son un delito, dice Esperanza Aguirre. Tan preocupados estamos por lo simbólico que no acertamos a ver lo real. Visto como está España, que hinchas del fútbol piten al principito cuando suene el himno español en un partido de fútbol huele a anécdota, atufa a oportunismo, es enemigo fácil.

Se comprende que es más incómodo entrar a fondo en el perjuicio que provocan, entre otros, los propios negocios futbolísticos, como los del presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, que en 2009 solo pagó 49 euros en su declaración de la renta porque a pesar de ser una de las grandes fortunas de este país tiene bien guardado el dinero en una SICAV, un paraíso fiscal que se ampara en una fórmula jurídica para pagar solo el 1% de los impuestos. Con el beneplácito, no olvidemos, de los socialistas.

Lástima que se pueda actuar para frenar una pitada en las gradas del Bernabeu, y no para evitar que se coloque a un imputado por falsedad contable, político socialista, al frente de Bancaja. O, curioso, que la mayoría de los miopes de este país, no eleve la voz para exigir que el pez gordo del Consejo General del Poder Judicial deje de ser un intocable más. Un elemento que puede permitirse el atrevimiento de pagar con dinero público fines de semana en Marbella en hoteles de hasta 850 euros la noche sin justificación, como así certificó ayer el informe fiscal que le exoneró.

Qué decir de aquellos que asisten sin inmutarse al asombroso caso de la exdirectora general de la Caja de Mediterráneo (CAM), María Dolores Amorós, que después de arruinar la entidad se puso un sueldo de 370.000 euros para toda la vida.

La lista es infinita, como aquella Cantabria de Marcano. Tenemos el caso Maquillaje, el caso Gurtel, el caso Noos; un delegado de la Asociación de Víctimas del Terrorismo acusado de tráfico de armas, el director del Teléfono de la Esperanza imputado por abusos sexuales y, entre otros fenómenos paranormales, el alcalde de IU de un pueblo de Málaga trabajando para la mafia rusa.

Y, el colmo de los colmos. Los directivos de la oficina antifraude de Cataluña que en ocho meses han hecho diez viajes internacionales a destinos como Hong Kong, Tanzania, Eslovenia, Albania y Ecuador, no se sabe muy bien a qué.

De remate, en Cantabria se suscita un conflicto con la matanza de unas cabras villanas, operación –al parecer- en manos de un comando chapucero de los GAL; porque los autores, indiscriminadamente, se han cargado también a las que tenían dueño. Como para salir a conquistar Gibraltar.

Tras este breve paseo por la realidad, da la sensación de hay muchas conductas, sino delictivas, al menos, deleznables, que combatir. Cuaja la certeza de que la palabra delito se ha utilizado con demasiada ligereza en el asunto de la pitada de la grada. Es más, hace tres años el Juzgado de Instrucción número 1 de la Audiencia, que dirigía Santiago Pedraz, dictaminó que no es delito pitar al Rey porque está amparado por la libertad de expresión. Algunos políticos desayunan demasiados bífidus.

lunes, 21 de mayo de 2012

La reina de África


Rajoy y Merkel han tenido su peculiar travesía fluvial en Chicago a bordo del ‘First lady’, emulando así ese recorrido emocional que Bogart y Herpburn dibujaron a bordo del ‘Reina de África’; aunque en esta ocasión los protagonistas no sorteaban meandros huyendo de las tropas alemanas, sino que el actor masculino protagonizaba un codiciado encontronazo con el máximo mando alemán mecido en el cascarón de una góndola contemporánea.

Alemana y español se han repartido los papeles de aquella fascinante aventura en la que dos seres antagónicos forzados a convivir derriten su carácter en uno de los duelos amorosos más potentes de la pantalla grande. Ángela era Bogart y Rajoy la Herpburn. Rudo capitán y puritana misionera. Y el final no ha sido el mismo, aunque en la travesía de Michigan alguno haya querido tratar de cambiar los papeles.

Todos esos hombres que dirigen el mundo no son más que polichinelas mariposeando como juveniles pretendientes el corazón de Ángela, blindado tras un acerado estoicismo ultraliberal. Pero nuestro Mariano, poco ducho en el papel de galán, ha tenido que suplicar una cita a su amada a lo antiguo. Durante hora y media navegaron por el río Michigan. Más tradicional, imposible. Rajoy trató de tranquilizar a Merkel pronunciando una de sus inquietantes frases: “Haremos lo que hay que hacer”, una de esas sentencias que nos dejan sometidos al limbo de incertidumbre en el que habitamos desde hace ya demasiados meses, aún siendo conscientes de que los pronósticos económicos son como la meteorología en el norte. Impredecibles.

Rajoy trata de rentabilizar la travesía en el ‘First Lady’ presentándole a la germana sus credenciales, le dice que España ya ha hecho los deberes y que, ya que sigue sus recetas al pie de la letra, debería corresponderle con más cariño. Pero, ella, como una jovencita caprichosa, desdeña las ofrendas económicas del amado. Y a lo mejor le viene a la mente esa ley de transparencia, por ejemplo, que hace Rajoy cuya principal cualidad es ser opaca. O esa negativa, que tanta confianza inspira a los mercados, de no depurar responsabilidades en Bankia. O el hecho de que Rajoy haya dicho que va a someter a los bancos a controles profundos, confirmando así que hasta ahora no se ha hecho, por cuanto todavía nos pueden esperar algunos desagradables rescates más.

El hecho de que con otros se reúna formalmente y, con Rajoy, de paseo por el río, acentúa el papel del español como el pretendiente que corteja a la gran dama y le suplica que le permita declararse, mientras aquellos aspirantes con mayores posibilidades confabulan alrededor de una mesa –redonda- concibiendo nuevas torturas para los esclavos de la parodia financiera europea.

En cualquier caso, se hace tarde, y más allá de las conclusiones cortesanas –que diría Peñafiel- sobre el resultado del paseo fluvial de algunos diarios españoles, ya va siendo hora de que la maestra apruebe al aplicado alumno, y de que el servilismo económico financiero de España hacia Alemania reciba, al menos, unas palabras de aliento de su mentora.

“Si tienes un mensaje para alguien no se lo das en un barco”, comentó un diplomático al acabar la travesía. A menos que sea de amor. Esperemos, pues, que el paseo de Katharine y Humphrey fructifique. Ya lo dice Gandhi, hay que tener paciencia. Primero te ignoran, después se ríen de ti, después te pegan, y al final ganas. Solo nos queda por resolver en qué fase se encuentra la relación entre los tripulantes del Reina de África. 

viernes, 18 de mayo de 2012

Artillería gramatical


Hace siglos Quevedo se preguntó por qué se ha de sentir lo que se dice y nunca se ha de decir lo que se siente. La respuesta, entonces y ahora, es que no resulta conveniente. Los ataques de sinceridad se consideran peligrosa artillería gramatical. Es más cómodo y rentable aplicar la tibieza, la moderación, la respuesta mecánica que menos moleste, no importa lo alejada que esté de la razón y la verdad. Decir lo que se piensa nunca es útil, y a la vez explica que frecuentemente se diga una cosa y luego se haga la contraria.

Hoy nos dicen que la debacle griega dispara la prima de riesgo, ayer la disparaba la falta de confianza en el gobierno socialista. Hoy los indignados están manipulados por la izquierda, ayer eran descontentos con el gobierno del PSOE. Hoy el paro crece merced a una reforma laboral que garantiza la supervivencia de las empresas españolas, ayer era culpa del inútil de Zapatero. Hoy es imprescindible subir el IVA para salvar al país de la ruina económica, ayer Esperanza Aguirre emprendía una campaña de insumisión para no pagar este impuesto. Hoy estamos construyendo un campo de hockey olímpico en Santander y ayer nos llamaban la atención por la escandalosa deuda municipal. Hoy tenemos 10.000 millones de euros para sanear bancos y ayer estábamos tan arruinados que no había más remedio que subir los impuestos, recortar en educación y en sanidad. Hoy es nulo despedir por motivos políticos a quien ayer fue lícito contratar por la misma causa. Hoy hay que cerrar una residencia en la que ayer se invirtieron cuatro millones de euros para reformarla.

Los ciudadanos soportamos explicaciones contradictorias sin inmutarnos. Ni ellos se creen lo que dicen ni nosotros lo que nos cuentan. Pero todos queremos tener opiniones, aunque no todos seamos capaces de pensar.

jueves, 17 de mayo de 2012

El tiempo que nos queda


Ahora que se ha descubierto que comer garbanzos genera felicidad, al parecer unos investigadores españoles han conseguido detener el tiempo. Se trata de una terapia génica que rejuvenece y, a la vez, nos permitiría vivir más. Además de hacerlo sin arrugas -como ya ha demostrado la Preysler- y con más salud que los struldbrugs, los ancianos inmortales aquejados de achaques con los que se tropezó Gulliver en sus viajes.
El elixir de la vida, la pócima más buscada a lo largo de la historia de la humanidad, ha sido probada con éxito en ratones adultos que, al cumplir el año, vivieron de media un 24 por ciento más. La terapia consiste en estimular a las células para que produzcan telomerasa, la enzima que ralentiza el reloj biológico y que se convertirá en nuevo objeto de codicia.
Los griegos, los chinos, los árabes, monjes ingleses, filósofos alemanes, todos han aspirado a la inmortalidad tratando de hallar una piedra filosofal, un salvoconducto sin fecha de caducidad para burlar y alterar el destino mortal del ser humano. Los alquimistas fracasaron al intentar transmutar en oro al resto de metales que consideraban imperfectos, siguiendo el postulado aristotélico de que todas las cosas tienden a alcanzar la perfección.
Hoy se abren otros caminos distintos que nos hacen más longevos, aunque no inmortales. Los científicos dicen que con esta terapia se retrasa, además, la aparición de la osteoporosis –mal negocio para los fabricantes de lácteos con calcio- y, así, las caderas del Borbón podrían acometer nuevos embates sin temor a desagradables consecuencias quirúrgicas.
Si nos damos prisa en consumirlo, y nos asiste la suerte, a lo mejor podremos ver acabado Valdecilla y construida La Remonta. El AVE lo dejo para otra generación, que aún estirando artificialmente la vida, me temo que no llegamos al 3.000. ¿Funcionará también en Torrelavega donde un día sí y otro no se superan los límites de sulfuro de carbono? ¿Cotizará en Bolsa la telomerasa? ¿Quiénes tendremos acceso a la pócima? Desde luego, no parece probable que se recete en los ambulatorios. A lo mejor nos llevamos hasta una sorpresa y descubrimos que hay quienes no quieren vivir más, porque este tránsito ya les parece suficiente penitencia.
Permanecer más en este mundo se hace insostenible, dirán los estadistas. Supondría un caos para la sanidad pública y quebraría la seguridad social. De hecho, con la cabeza fría, es la peor noticia que podría recibir un gobierno: Financiar investigación para que le fabriquen ciudadanos más resistentes, capaces de cobrar pensión durante cinco décadas. Un cataclismo para el estado del malestar.
Prefiero deslizarme a un lado más emocional. Si viviéramos más, nos daría más tiempo a enamorarnos, viajaríamos más, nos equivocaríamos más. Y todo eso es delicioso, porque es vivir.
Como dice Caballero Bonald, somos el tiempo que nos queda.

miércoles, 16 de mayo de 2012

El viaje a ninguna parte de Carlos Fuentes


La memoria es el deseo satisfecho, decía. El viaje a ninguna parte de Carlos Fuentes me devuelve el eco de sus palabras, de una mañana de verano en el Paraninfo de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en 1992, aquel año en que la crisis fue también conversación. Ya existía Rubalcaba, que entonces era ministro de Educación, y al entrar acompañando al escritor fue abucheado por un grupo de padres indignados con algún problema de escolarización.

Era 3 de julio, mi cumpleaños. Yo llevaba un vestido verde aderezado con un foulard de colores, sutil, gaseoso, agitado por mi respiración emocionada. Porque el discurso penetró hasta los huesos de un auditorio paralizado por la fuerza y el tacto de sus palabras. No fue difícil escribir la crónica del día siguiente porque ni una sola de sus frases transgredía a un lugar común.

En aquella UIMP de Ernest Lluch, donde recogía el Premio Menéndez Pelayo, disertó acerca de los devastadores efectos de la conquista española de América. Ante aquel auditorio de políticos y mandamases llegados de Madrid y en plena efervescencia de la Expo de Sevilla, Fuentes no se arredró. Desgranó con intensidad la violencia con la que Europa desató su poder en América en un discurso sobrio y cálido a la vez, ausente de reproches pero firme. Turbador.

La emoción me venció. Quedé absolutamente prendida de sus denuncias, de su humanidad, de su extraordinaria capacidad de reflexión. De una voz crítica absolutamente seductora que se expresaba con el aplomo del caballero que siempre fue. La generosidad de sus ideas desparramadas con sosiego y contundencia, su discurso perturbador, sus palabras tranquilas capaces de agitar conciencias.

Siempre defendió que la función del escritor no es aplaudir a los políticos, sino criticar y ofrecer soluciones. Lamentablemente, el engolado Vargas Llosa, que pronto confundió la escritura con la política, consiguió ser merecedor de un Nobel que, inexplicablemente y en un acto de vergonzosa injusticia, no tuvo Carlos Fuentes, cuya humanidad y poderosas y soberbias capacidades intelectuales y narrativas supera con creces. Fuentes nunca necesitó hablar de sí mismo para convertirse en una poderosa referencia intelectual, literaria y humana. Sostenía que un artista no invita solo a mirar, sino a imaginar.

Sin Fuentes, sin Saramago, sin Bobbio nos vamos quedando huérfanos de esas referencias intelectuales con las que crecimos. Se van apagando las plumas de quienes nos enseñaron a pensar. Pero tenemos un pasado que debemos recordar, y un porvenir que podemos desear, como nos ha dejado escrito.
La memoria es el deseo satisfecho, por eso aún recuerdo sus palabras. Veinte años después.

martes, 15 de mayo de 2012

La estadística del absurdo


Un estudio de la Universidad de Harvard dice que los seres humanos hablamos de nosotros mismos, evidentemente, por la satisfacción que nos produce. Somos nuestro propio tema de conversación. Al parecer, cerca del 40 por ciento de nuestra plática gira en torno al ego y, el resto, es fácil imaginar que queda reservado al fútbol y a despotricar de la política, la crisis y la televisión, no se sabe muy bien en qué orden.
La familia Real se reunió ayer en la Zarzuela pero no celebró las bodas de oro de los reyes. Ni falta que les hacía, con lo animado que habrá estado el capítulo de reproches. Esos si que ayer cumplieron la estadística y hablaron de sí mismos.

En las redes sociales el porcentaje de conversaciones que se dedican a hablar de uno mismo asciende hasta el 80 por ciento, lo que demuestra a las claras una actitud exhibicionista desde el punto de vista emocional y personal. No computan a efectos estadísticos los políticos, que siempre prefieren hablar de lo mal que lo hace otro y no de lo suyo.

Lo cierto es que hasta ahora se daba por cierto que éramos más aficionados a hablar de lo ajeno que de lo propio; pero esta constatación científica lo desmitifica: Nuestra vocación al cotilleo es un segundo plato. Está el ejemplo de Santander, una ciudad –como acertadamente definió un cantautor uruguayo- donde todo el mundo se conoce y hace como que no se conociera. Y cuando alguno saluda, lo hace con algún insufrible tópico del tipo: “Hola, ¿qué tal?, ¿cómo va todo? ¿Bien, no?”, lo que corrobora su absoluta indiferencia hacia nosotros. No da opción ni a pronunciarse.

Pero el arte de la estadística es prolijo en minuciosos estudios extravagantes, inverosímiles y, en cualquier caso, rematadamente inútiles. Otra encuesta internacional de cultura científica patrocinada por un banco español asegura que el 54,3 por ciento de los españoles no habla nunca de ciencia en sus conversaciones. Si cruzasen datos con Harvard, sabrían que es porque están muy ocupados hablando de sí mismos.

De todos modos, a lo mejor somos nosotros los que cuando mentimos en las encuestas forjamos sin quererlo estadísticas absurdas y, lo que es más grave, generamos los políticos, los productos y los contenidos televisivos que tanto deploramos.

En todo caso, el colmo de un sociólogo es quedar el último en las encuestas. Como le ha pasado al ministro Wert, soberbio ejemplar de raza neoliberal y cerril defensor a ultranza de las clases más favorecidas. El gurú de Demoscopia no es más que un herrero que se come con cuchara de palo un suspenso en las encuestas, que antes sazonaba, desde su despacho, para no destrozar el corazón de sus clientes. 

lunes, 14 de mayo de 2012

Todo apesta a nuestro alrededor


En las cartas al director de un diario una señora de Santander se queja de que en hora punta el autobús huele a pescado y sudor. No es novedad. Probablemente sea una de esas damas que gustan de hacerse las remilgadas porque gastan el privilegio de tener quien las compre las sardinas y pretenden, por tanto, que el resto de personas no comentan la ordinariez de atufar a los viajeros del transporte público. Me la imagino peliteñida, de exuberante cardado, con las bolsas de los ojos camufladas detrás de unas gafas oscuras.

Es la misma señora que el otro día, en la sesión de manicura, escupió: “Yo en esta vida he trabajado muchísimo, fíjese usted que he tenido que criar a seis hijos sin más ayuda que la de dos interinas”. O la de esa otra que espera en la cola de Zara y que –en un frustrado intento de parecer que tiene más clase que el resto- desdeñosamente espeta en voz bien alta para que el eco llegue al último de la fila: “Igual me voy a chupar unas patas al Marucho”.

Hablar de marisco con desdén, afectarse por el olor a pescado o presumir de haber sido señora de, son tres estados vitales de la tipología santanderina femenina popular. No deja de ser peculiar comprobar que cada uno se indigna con lo que quiere. A unos les molesta el tufo a pescado con la misma furia que otros reniegan del capitalismo o llenan las plazas de España desesperanzados exigiendo una democracia real. 

Quedamos pocos ciudadanos vivos, la mayoría hemos pasado a un estado latente de resignación. Somos meras marionetas indiferentes. Si hace un año clamábamos por un cambio, hoy es peor, sabemos que no hay alternativa. Aunque a quienes nos gobiernan no les importa si estamos o no indignados, porque no nos escuchan. Solo les preocupa que salgamos muchos en la foto, por eso nos tratan como a delincuentes y no como a ciudadanos. Y sofocan la rebelión de un peligroso comando integrado por ancianos en tacatás y sillas de ruedas con toda la artillería policial de Cantabria. En unos días, pedirán refuerzos al ejército para impedir que los habitantes de La Pereda, vigilados por seguridad privada, cuelguen pancartas en este pequeño trozo del Santander inteligente. 

El país se derrumba y todo apesta a nuestro alrededor, señora. 

viernes, 11 de mayo de 2012

Un mundo imperfecto


El mundo no cambia, pero se hace raro. Los no votantes se hacen con la mayoría en Argelia porque en las elecciones parlamentarias solo ha participado el 35 por ciento de los ciudadanos. Como en la desasosegante fábula de Saramago que parece cobrar vida en este complejo escenario político. Un año después del terremoto ninguno de los 7.000 vecinos de Lorca que perdieron su casa la ha recuperado. Nadie les ha rescatado. Los periódicos publican hoy que Ruiz-Mateos estafaba a Hacienda corriendo los puntos de las cifras en los impresos oficiales. Para qué invertir en maquillaje contable o ingeniería financiera cuando basta con una burda manipulación para engañar a la que pensábamos era la administración más lista de España.

Hasta los indignados del 15M se han convertido en accionistas de Bankia, como certeramente reflexiona hoy Ricardo en la viñeta de El Mundo. Aún así la delegada de Gobierno de Madrid, la ínclita Cristina Cifuentes -empeñada en considerarles la amenaza fantasma- se disfrazó de perraflauta para camuflarse en las asambleas del 15-M, como no se ha resistido a desvelar la propia Mata-hari de pacotilla que ha vivido su papel de infiltrada como si se hubiera empotrado en el corazón de Al Qaeda.

Mientras tanto Rajoy nacionalizando a lo Evo, haciendo caso a Cayo Lara. Los ‘neocon’ se tiran de los pelos y, a este paso, van a ser ellos los indignados que tomen las calles, ante el estupor de la Cifuentes,  para reclamar que hay de lo suyo, de esa filosofía ultraliberal que se está acomodando –para lo que conviene- al ala izquierda de la socialdemocracia.

Aquí en la ínsula de Barataria vamos a poner otro teleférico entre Vega de Pas y Castro Valnera. Política de altos vuelos. Una idea desechada ya hace veinte años y que ahora cobra actualidad. Imagino con disgusto que se trata de convertir las escasas cabañas pasiegas en otro parque temático, donde los turistas, suspendidos por un hilo del cielo, puedan solazarse echando cacahuetes a los pasiegos. Como en Cabárceno. Cuando ya tienen bastante con los domingueros locales, que creen pisar selva virgen cada vez que pierden cobertura en el móvil.

Se derrumba la Pontificia, una plaga de insectos invade el centro de Cabezón de la Sal, se hunde la carretera en Cérdigo, el acantilado de Langre se viene abajo, Cantabria se ahoga a 35 grados, Leonardo Dantés actúa hoy en Santander… no me extraña que Parayas pulverice récords de pasajeros. Solo nos queda huir. Buscar otro lugar en el mundo.

jueves, 10 de mayo de 2012

Despertar del letargo


Cuando sale el sol después de nueve meses de tinieblas, es noticia en Santander. La ciudad se transforma en un gigantesco ascensor, en un espacio donde el tiempo es la única conversación. Parecemos un poco más alegres y salimos a la calle a alimentarnos de luz. Los bancos de la plaza del Ayuntamiento, lugar de tránsito hacia el Mercado de la Esperanza, se hacen más insuficientes que nunca. Todavía hay algún señor que se hace un gorro de cuatro picos con el pañuelo, y una señora que se protege del sol con el periódico, con la página que dice que el Ayuntamiento ha empezado a plantar 60.000 flores en los jardines de la ciudad, una primavera artificial que aún se verá marchitada por más aguaceros y brumas antes de que llegue el verano.
También reverdece el Sardinero con riadas de santanderinos paliduchos y ojerosos, llegados de un luengo invierno, ansiosos por hacer la fotosíntesis; los más impacientes se lanzan a la arena y pasean por la orilla del mar con los pantalones remangados y los zapatos en la mano, tocados con una visera de propaganda. La terraza del bar del Faro –esa espectacular atalaya sobre un Cantábrico más bravo y seductor que la mansa bahía santanderina- se llena a mediodía de pandillas ávidas de sol y picoteo que aprovechan la pausa de la comida para congraciarse con Santander.

Ya, por la tarde, se forman colas en las heladerías del Paseo Pereda que la gente recorre, también el muelle, con obligada veneración en una y otra dirección saludando a diestro y siniestro, como pavos reales exhibiendo las secuelas del letargo y sus primeras galas de verano. Si además sopla sur a todos se nos prende la mirada de Peña Cabarga, en esa estampa de postal que enternece hasta a los más caústicos y se percibe más nítida y más cerca del muelle que de costumbre. Los niños saturan los columpios de Pereda con un bullicio de estorninos insoportablemente feliz. El paseo de Reina Victoria rebosa de paseantes ávidos de luz y calor en un ir y venir entregado a disfrutar hoy, con urgencia, por si mañana al levantar la persiana descubrimos que todo fue un espejismo. La gente sonríe.

Nada cambia. Así una primavera tras otra, sacudiéndonos del letargo como perezosas cigarras en una ciudad hasta ayer triste. Mañana los periódicos publicarán la misma foto de todos los años con santanderinos al sol, como si fuera una rareza en vez de un ritual que llega todos los años con el primer día de luz y calor.  

Particularmente me gusta ese Santander gris, brumoso, triste, con su mar enfermo de furia, y en cuanto el termómetro se dispara empiezo a desear el otoño, la estación más cálida y melancólica que existe. Pero, hoy, además, es primavera en Santander porque Luis García Montero está aquí y, como él dice, la poesía es un esfuerzo por descubrir todos los matices del mundo. Todos los colores y las sensaciones que hoy destila el cielo azul sobre Santander. El poeta ha dicho que “vivimos en una sociedad de usar y tirar que llena de basura la realidad”, aunque, hoy, Santander, está llena de flores y de sol, los símbolos más almibarados de esa primavera que siempre llega al norte con retraso. Pero hay días que se admite hasta la cursilería.

miércoles, 9 de mayo de 2012

La burbuja retórica

Hace tiempo que resulta prácticamente imposible rescatar un discurso ético elevado. Los políticos, aconsejados por quienes redactan sus soflamas y cada vez menos duchos en el arte de la retórica, nos repiten una y otra vez la consigna del día. Una frase repetitiva y corta, a la medida –creen ellos- de nuestra capacidad mental. Lo llaman mensajes y suelen ser fáciles, ligeras y hasta cursis.
Los discursos están vacíos de contenido, son huecos. Simplemente plantean lo contrario al enemigo político, sin argumento ni razón; solo responden a la partícula de un instante, nunca enuncian más allá del dato inmediato o de la cuestión del día. No disparan artillería ideológica, porque eso supone compromiso y los políticos, ya se sabe, tienen que tener la lengua libre para traicionar a su propia memoria si la ocasión lo requiere.

Son productos descafeinados, uno se da cuenta de ello cuanto relee los discursos y las ardientes y elucubradas intervenciones de los políticos de hace casi un siglo. Sin apenas parafernalia propagandística protagonizaban encendidos debates en las tribunas que dejan en evidencia a los protagonistas de la sesión de control de nuestros miércoles.

En realidad, no tenemos ni exigimos opinión sobre las grandes cuestiones de la humanidad, ni del país, nos conformamos con que alguien trate de solucionar –arrimando el ascua a la sardina de sus intereses- pequeñas diatribas cotidianas que se quedan en meros debates superficiales.

Los discursos son ligeros, se evaporan nada más ser consumidos, utilizan términos ambiguos; no son más que meras repeticiones de un estribillo con estrofas de un soneto medido en lugares comunes, vaguedades y referencias a la inoperancia del enemigo político. Algunos se bañan en términos como iniciativas sostenibles, políticas transversales, acciones de innovación, hojas de rutas eficientes, hitos ilusionantes o generación de sinergias; y pronuncian frases recurrentes como ‘mi único compromiso es con los ciudadanos’, ‘la única encuesta válida es la del día de las elecciones’, ‘estoy a disposición de mi partido para lo que considere conveniente’ o ‘no haré declaraciones sobre un proceso judicial en marcha”.

No hay discurso teórico. Se declaran partidarios del Estado de bienestar sin practicarlo, o asumen los principios liberales o socialdemócratas en una amalgama a la medida de los intereses que marca la actualidad, sin tener muy claro que quieren decir en su fondo. Confunden el discurso con las declaraciones. Y viceversa.

Por eso los ciudadanos nos vamos haciendo cada vez más sordos, somos día tras día un poco menos porosos a sus mensajes; crece nuestro escepticismo al ver que se alternan en los gobiernos sin ser capaces de ofrecer una alternativa ética, creíble, real. En su carrera por llegar al poder se van desprendiendo de su pátina ideológica y se van haciendo más abiertos para obtener más votos, lo que equivale a renunciar. Sus propuestas acaban siendo tan generalistas que apenas se encuentran diferencias reales entre ellos. Acaso esta desazón explique que los desesperados ciudadanos griegos se dejen vencer por otros discursos peligrosos. Pero diferentes. Algunos no están haciendo bien su trabajo.

Aquí, en España, tenemos soberbios ejemplos de retórica política. “Haré lo que tenga que hacer, incluso lo que he dicho que no iba a hacer”

martes, 8 de mayo de 2012

Defender la primavera


No podemos dejar que nos hurten la esperanza, que en lenguaje laico equivale a optimismo. No podemos pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, pese a que estemos condenando el futuro de una generación de jóvenes a la emigración laboral.

No podemos caer en el pesimismo aunque leamos en los periódicos que el director del teléfono de La Esperanza ha sido imputado por abusos sexuales, que Urdangarín y su suegro no se comportan con la debida ejemplaridad, o hace tiempo que hayamos constatado que los políticos son incapaces de sacarnos del agujero porque en realidad a ellos también les manejan los mercados.

No podemos permitir que nos quiten hasta el derecho al pataleo, especialmente cuando vamos a dar 10.000 millones de euros –que nos decían que no había en España- para tapar la escandalosa e ineficaz gestión, fruto de la avaricia y la especulación, de quienes  perciben jubilaciones y primas de oro para las que, por cierto, siempre hay dinero en caja. Aunque sabemos que nadie nos rescatará a nosotros cuando no podamos pagar la hipoteca.

No podemos desconfiar de todos los políticos, por más que todos los días nos den sobrados motivos para ello. Aunque tememos que Hollande, como antes Obama y después Rajoy sea solo un espejismo de cambio; y sospechamos que sus buenos propósitos y sus recetas para el cambio se verán arrolladas por un cambio de rumbo. Sabemos que las promesas electorales no duran ni una legislatura, como los matrimonios que se juran  amor eterno ya no son para toda la vida. Hasta los tatuajes ya pueden borrar su hasta ahora huella imperecedera. Todo es reversible. Pero aún así, no podemos permitir que nos ataque el desencanto; hoy tenemos que confiar en Hollande, porque es la última esperanza de que suavice la tiranía económica del ultraliberalismo Merkel que nos conduce al abismo.

No podemos dejar que nos roben la primavera. No podemos resignarnos. Hay que confiar en el futuro. A pesar de esa equipación española para los juegos olímpicos de Londres, con esa estética propia de los extras albaneses de las películas de Kusturica. Es cierto, hemos de reconocer que un país con semejante vestuario no genera confianza ni en el Mercado de la Esperanza.

lunes, 7 de mayo de 2012

Cuentos chinos


Con un poco de retraso, y aunque no lo parezca, ya ha llegado 1984 a Santander. Tras un sonoro fenómeno de implosión, 2016 y el sueño de aquella capitalidad cultural europea reventó en el ego de la ciudad que somos y que queremos cambiar. Rápidamente recompusimos los pedazos rotos de nuestro corazón pseudoburgués y elegimos un nuevo hito -al decir de los cursis- para conducir a la manada hacia un nuevo El Dorado con el ‘ilusionante’ –tómese este término inexistente como un sarcasmo - motivo de acoger la celebración del Mundial de Vela en 2014.

Pero en este tránsito, Santander –nos repiten machaconamente- se ha convertido en inteligente, en un paraíso orwelliano donde el gran hermano controla nuestras vidas mediante una red de dos mil sensores escondidos a nuestros ojos que adivinan hasta el pensamiento. Y que, juraría, están controlados desde el otro lado de la bahía por el faro rojo del búnker del Santander. No se entienden de otra manera ciertos excesos lumínicos y –éstos ya más preocupantes- de envergadura, que han concebido el encumbrado totem capaz de eclipsar el impacto ambiental y visual de cualquier aerogenerador.

Al parecer, vivimos rodeados de sensores que detectan y controlan nuestros movimientos y que son capaces de enviar señales, de momento no se sabe muy bien a donde. Cientos de ellos -llevan años instalándose- bajo las aceras, en lo alto de las farolas, camuflados en las señales de tráfico; controlados por ese ojo de Sauron, esa llama rojiblanca -cromáticamente idéntica a la enseña cántabra- que parece estar diciéndonos: ¡Cuidado, que te estoy vigilando el Euribor!

Ahora nos incorporamos al mundo virtual, sensual (de sensores) y otros cuantos adjetivos de moda más. Nos confunden con palabros como smartcity y outsmart, probablemente inventados para tratar de atemorizar a una población que no se pasea por Reina Victoria con el smartphone y el ipad bajo el brazo, porque bastante le estorba cargar ya con la cachava.

El problema es que después de que hemos enterrado centenares de cacharritos nos hemos dado cuenta de que no sirven para nada. Las posibilidades de los sensores son tan infinitas como las aspiraciones de Enrique Ambrosio de seguir sentado en el consejo de administración de Liberbank. Aunque dicen que en Seattle colocan sensores hasta en las basuras, para saber cuándo y donde los ciudadanos se deshacen de ellas. Esta red de conexiones probablemente será innovadora, sostenible e incluso transversal; es un proyecto de conectividad ilusionante, un hito para la ciudad que colocará a Santander en otra galaxia. En la de los cuentos chinos.

viernes, 4 de mayo de 2012

El efecto mariposa


Ayer mismo alguien bautizó los brotes verdes como rayos de esperanza. Y entonces un relámpago se coló por los pantalones de un señor de Tres Cantos que veía la tele en su casa y le salió por el pie. Dicen que la fortuna hizo que la trayectoria del rayo apuntase a la zona escrotal, que ha quedado severamente chamuscada.

El efecto mariposa de la teoría del caos. Fue evocar los rayos y responder la naturaleza con una brutal descarga que parece desafiar al voluntarioso optimismo dialéctico de quienes nos gobiernan. La naturaleza se revela mediante una reacción cargada de simbolismo que invita a suplicar prudencia a la hora de componer ciertas metáforas, que con frecuencia se vacían de contenido con el simple acto de pasar la página del periódico.

Así fue. Ayer mismo alguien nos decía que los brotes verdes se han convertido en rayos de esperanza. Y ayer mismo también nos decían que el turismo ha dejado de impulsar el PIB y que ha entrado en recesión, y que los efectos secundarios de la primavera árabe, de la que presuntamente se iba a beneficiar España, se han esfumado. El salvavidas de la economía española también hace aguas, enunciaban pesarosos los expertos.
Mientras, aquí, en la ínsula de Barataria, vamos a construir nueve campos de golf más y otro hotel que compita con los que ya tenemos y no consiguen llenar sus plazas. Vamos a volver, con nostalgia y buena letra, a practicar el enésimo ensayo de una experiencia agotada de modelo de desarrollo regional basada en el turismo, ahora que también está en recesión.

Un hombre es atravesado por un rayo, Falete intenta otra vez sacarse el carné de conducir, Cantabria apuesta por el turismo. Todos los días los periódicos publican noticias ridículas o hasta imposibles. Leo, no sin asombro, que algún periodico alaba que Rajoy ha celebrado el día de la libertad de prensa –que también fue ayer- “departiendo durante cinco minutos con los periodistas”. Muy ufano, alguno de ellos cuenta hoy que fue una oportunidad de conversar con un Rajoy “cercano, abierto a una catarata de preguntas”. Algunos compañeros confunden fuente informativa con un manantial seco. Aunque la realidad no equivale a la verdad, porque ésta –ya se sabe- se fabrica a medida en determinadas rotativas. O al revés.

jueves, 3 de mayo de 2012

Entre el cielo y el suelo


En medio del drama, de una catástrofe o incluso del horror siempre se puede rescatar una imagen de belleza y de esperanza, aun cuando ésta sea lo bastante efímera como para desaparecer mientras se pronuncia. Hoy leo que la urbanización La Condesa, de los Corrales, se está hundiendo y que las casas se están despegando del suelo. Me imagino esa potente imagen, la he visto en alguna otra parte. La he contemplado con asombro y deleite en la pantalla del cine, en la película ‘Up’, en esa escena imposible que ahora imagino que se hace carne en las raíces de las casas de los habitantes de este barrio. Aquel hombre que en su vejez quiso volar, que no renunció al sueño de su vida, que rompió los cimientos de su casa con la fuerza de cientos de globos que la elevaron en el aire como un fantástico dirigible. Hoy las casas de los Corrales quieren soltar amarras, sus raíces empiezan a desasirse de los cimientos en los que hasta ahora permanecían enroscadas. Se tambalean. En su huida hacia las nubes crujen los anclajes que les unen a la tierra y revientan las tuberías.

Las casas de La Condesa levantan el vuelo para huir de un barco sin capitán, de la tiranía de una vida que dirigen otros desde algún despacho, de los viernes de malas noticias, del oscuro porvenir, del sinvergüenza que les dio licencia para habitar sobre un suelo de cristal. Para huir de eso que algunos llaman vivir, y que sin pudor añaden el adjetivo ‘civilizadamente’ y incluso en estado de gracia, es decir, de bienestar.

En mi delirio particular, imagino que las casas de La Condesa se han atrevido a cortar los hilos que les convierten en marionetas de un mundo triste, y que se encumbran hacia el cielo, hacia la libertad, prendidas de un espectacular racimo de globos de colores. Imagino que viajan hacia la aventura, sin hipotecas, ni seguros, y que se dirigen a un lugar donde no llegan los recibos del IBI, donde no hace falta curarse de ninguna enfermedad y donde los pobres no tienen que ser más listos que los ricos para estudiar en la Universidad.

Los técnicos, que tienen por pragmática costumbre reventar los sueños, tratan de contradecir la metáfora con una desagradable dosis de realidad. Al parecer, el efecto óptico es una estafa –otra más- y las casas no se elevan del suelo, sino que es el suelo el que se hunde bajo sus pies. Adiós a mi sueño. Adiós a la esperanza.

Mientras tanto algún político, desconcertado ante semejante ejercicio de libertad, susurra: “No huya, paciencia, que todo volverá a ser como antes”. Esa es la equivocación, pensar que dentro de esa burbuja se vivía mejor. ¿No es usted capaz de ver que se abre un abismo bajo los pies y que nos alejamos cada vez más del cielo?