Los Leticios
se exhibieron ayer en el país naranja como si la vida fuese un cuento de
princesas. Algunas de ellas persisten, incluso, en la atávica costumbre de
lucir corona. La nuestra, para menos acierto, hoy es portada de la prensa
porque ha resucitado del baúl de los recuerdos la que fue forjada por Franco, para
lucirla en un país donde sintonizar con dictaduras penaliza, no como en España donde
los crímenes de la misma nunca han sido juzgados, y verdugos y víctimas fueron
y son obligados a convivir.
Con la que está cayendo, llevar sobre la
cabeza la marca Franco no parece la mejor propaganda para la marchita España;
mucho menos indicado, además, en un país que ni siquiera permite que el padre
de su nueva reina, Máxima Zorreguieta, exministro de la dictatura argentina de
Videla, pise suelo holandés.
Claro que hace solo unos días, la
gran defensora de las libertades individuales, María Dolores de Cospedal, se ha
ido, en representación del PP, de viaje a China, país por todos sabido extremadamente
respetuoso con los derechos humanos y la democracia. Viajó en compañía del ideólogo
González Pons que compite con Floriano como instructor intelectual de un
partido que, paradojas de la vida, combate el bolivarismo mientras se abraza al
comunismo amarillo. Al viaje lo califican de ‘intercambio institucional’ con un
país muy necesario para España, justifican. Pasa con demasiada frecuencia, que
se nos acaban los escrúpulos en cuanto nos enseñan la cartera.
Ayer, además, nos permitimos otros dos
lujos: Presumir ante el mundo de tener el mejor restaurante del mundo y jubilar
con una generosidad sin precedentes al mandamás del banco rojo de Botín, condenado
por estafa, Alfredo Sáenz, a quien se agradecen los servicios prestados con un
fondo de pensiones de 88 millones de euros.
También ayer Bruselas vetó tres pesticidas
que afectan a la población de abejas. Solo es de desear que la Comisión Europea
tenga la misma sensibilidad con los ciudadanos y vete muchas prácticas que nos
hacen cada día más pobres e indefensos. Al fin y al cabo, como dice el escritor
Ramiro Pinilla, somos hormigas bajo sus pies.