miércoles, 31 de octubre de 2012

Mientras haya otro peor


Sicilia 2012. Las urnas electorales acusan el descrédito y la inutilidad de los políticos frente a la crisis. Sólo el 47 % de los ciudadanos se presentó a votar, ni siquiera la mitad. Por primera vez tampoco la mafia se presentó a las elecciones; lo que certifica su inoperancia. Sus vecinos griegos y el efecto Amanecer Dorado saborean las hieles de este estigma. Y en Ucrania, los ciudadanos han tirado la toalla y arremeten contra el sistema despreciando su democrática oportunidad de elegir a sus dirigentes, ya que un elevado porcentaje de la población ha renunciado a luchar contra la corrupción haciendo causa común con ella y han vendido su voto por dinero al mejor postor.
En Estados Unidos el huracán Sandy fagocita la campaña electoral y viven pendientes de cómo una catástrofe natural puede influir en los resultados, dada la escasa confianza en la superioridad de ninguno de los contrincantes a quienes puede tumbar el avieso viento del oeste que amenaza Nueva York en plena celebración de Halloween, que ya ha comenzado la matanza de calabazas y este año triunfa el disfraz de Ecce Homo marca España. Donde el dubitativo y perplejo Rajoy desmenuza la eterna margarita del rescate, y la visionaria Báñez padece alucinaciones para digerir las perversas cifras de paro en las que cree atisbar los adulterados brotes verdes de Zapatero.

En los últimos juegos olímpicos el norcoreano Om Yun Chol levantó tres veces su propio peso y se llevó la medalla de oro en halterofilia. Le preguntaron cómo puede levantar 168 kilos un hombre. “Creo que ha sido el gran Kim Jong II quien me ha dado su ayuda”, respondió. Eso es confianza en un líder. En política los positivos por totalitarismo o corrupción no penalizan como en el deporte. A Amstrong le han borrado de la historia del Tour y, en cambio, al comisario europeo de Salud que dimitió forzado por un escándalo de corrupción relacionado con las tabaqueras le seguirán pagando 8.550 euros durante tres años, que luego menguarán a una pensión vitalicia de dos mil.

El otro día la viñeta de Ricardo en El Mundo preguntaba a Rajoy: Mariano, no te preocupa lo de los desahucios? Respuesta: No, con lo debilitado que está el PSOE van a tardar mucho en sacarnos de la Moncloa.
Esa es la cuestión. Mi triunfo es que hay otro que lo hace peor. 

martes, 30 de octubre de 2012

Allí termina el hombre


Ayer falleció Antonio Meño, un nombre que no representa a nadie y que somos a la vez todos. Un ciudadano que entró en un quirófano para operarse la nariz y salió en coma, por la negligencia de un anestesista que ha quedado impune.
Llevaba veintitrés años en coma atendido por sus padres. Una familia que cuando puso el asunto en manos de la justicia solo recibió más dolor, más miseria y más desamparo. El feroz instinto de protección de algunos profesionales sanitarios implicados impidió demostrar la verdad. Pero no contentos con eso, después de casi veinte años de pleitos, la familia agotó la vía civil y la penal para reclamar una indemnización, y en 2009 el Tribunal Supremo decidió que no tenía derecho a nada y la condenó a pagar 400.000 euros en costas. Les embargaron la vivienda. Confiar en el sistema judicial español les costó todo. Se quedaron sin nada, abrazados al cuerpo vegetal de su hijo. Esa fue la justicia que tuvieron.

Nada tiene que perder quien lo ya lo ha perdido todo. Así que la familia de Antonio inició una nueva batalla por su dignidad y por sus derechos. Si es preciso sucumbir, enfrentémonos antes con el azar, dijo Tácito. Se instalaron con su hijo en una tienda de campaña delante del Ministerio de Justicia, donde todos los madrileños pudieron contrastar su vergonzosa historia y respirar el amargo aroma que destila la injusticia. 522 días. 17 meses. Casi un año y medio. Un invierno y otra primavera. Bajo la impávida mirada de los políticos, los jueces, la lluvia, los vecinos, el frío, los ciudadanos, las luces de navidad y el sol. El verdugo de Antonio, en silencio.

Un proverbio chino dice que el momento elegido por el azar vale siempre más que el momento elegido por nosotros mismos. Cuando no esperaban nada, el destino se puso de su parte el día en que el cirujano Ignacio Frade, que había presenciado la operación e ignoraba el fatal desenlace, pasó por delante del improvisado campamento de la familia de Antonio. Gracias a su testimonio el Tribunal Supremo reabrió la causa. El anestesista no estaba presente en el quirófano cuando hubo complicaciones.
La familia llegó a un acuerdo y aceptó una indemnización de un millón de euros que puso fin a veintidós años de litigio. “Hemos vendido a nuestro hijo por dinero, pero no teníamos fuerzas para  enfrentarnos a otros diez años de juicios”, se lamentó la madre. Un remordimiento que conmueve en una sociedad donde, especialmente los ricos y poderosos, no demuestran ningún escrúpulo ni cuando se quedan el dinero que no les corresponde, ni cuando cobran escandalosas pensiones ni indemnizaciones.

La justicia en España es cada día más injusta para los que menos tienen. Especialmente con las nuevas tasas judiciales que entrarán en vigor el año que viene. Recurrir una multa de cien euros costará doscientos. Demandar un impago de una factura, también. Y para poder recurrir un despido en segunda instancia habrá que pagar 500 euros. Si, además, usted inicia el procedimiento y el juez no le da la razón, pagará las costas. Como les pasó a los padres de Antonio, que perdieron todo su patrimonio por ejercer su derecho a la justicia.

Antonio murió ayer por segunda vez. La primera lo hizo en la mesa de operaciones de aquel 3 de julio de 1989. El anestesista se llama Francisco González y sigue ejerciendo. Una historia que representa el fracaso del sistema. Donde comienza el estado, allí termina el hombre.  Nietzche. 

lunes, 29 de octubre de 2012

Sesenta minutos


Sesenta minutos y también uno solo de ellos pueden cambiar la vida de cualquiera. El sábado, la atávica e inútil costumbre nos regaló una hora de más para que amanezcan más temprano el día y la noche. Retrocedimos en el tiempo pero no pudimos aprovechar el vacío en el tiempo para repetir o modificar nuestro destino durante este bucle de sesenta minutos. Porque estábamos durmiendo.

A la mañana siguiente todo parecía igual, probablemente únicamente fue una noche más larga. Pero al despertar, Aznar había tenido un ataque de gastroenteritis. El Borbón –que mete ya casi tanto la pata como Carmen Sevilla en el Telecupón- dijo que España desde fuera se ve mejor, pero que dentro dan ganas de llorar. El Gobierno había creado una célula de crisis contra la independencia catalana liderada por Gallardón. Se supo que cada español ha aportado 1.846 euros para sanear bancos podridos. La Guardia Civil penalizó a dos agentes con 240 euros por poner pocas multas. Muchos ucranianos vendieron su voto para elegir presidente en Internet por 30 euros. Una agencia de adulterios utiliza la imagen de la Reina Sofía como gancho. Un señor del PP dice que los ciudadanos que se manifiestan contra los presupuestos del Gobierno son personas aburridas y antisistema. Detienen a un periodista griego por publicar la lista de 2.049 evasores fiscales. Una ONG es condenada a pagar tres mil euros por pedir información al Gobierno. Funcionarios de Hacienda visitarán negocios que tengan deudas fiscales y les embargarán la caja del día. Y un tipo extraño se ha operado la lengua para hacerla bífida.

Hemos desperdiciado los sesenta minutos de propina que nos regalaron ayer, y que se han precipitado, como todos, por el esperpéntico agujero negro de la realidad y la rutina.  
Una hora de más no cambia el mundo, aunque puede cambiar el de cada uno de nosotros. Nos dan una noche con una hora más, que nos atropella entre sueños.
Si hay que regalar tiempo, yo prefiero la luz. Que los relojes se paren y que todo tiempo se congele. Que se interrumpa todo, como si nada hubiese. Que no circulen los coches ni los aviones. Que se queden mudos los políticos, vacíos los mercados y bares, paradas las fábricas. Que todo permanezca inmóvil. Y que cada uno de nosotros disfrute de este tiempo puro que tanto anhelamos. Disfrutaría de un paseo, de un abrazo. De una mirada. De la compañía del otro. Contemplaría el mar. Aspiraría el aire con más fuerza que de costumbre. Ensayaría más sonrisas.
África lo define con una frase preciosa. Vosotros, los europeos, tenéis los relojes. Pero nosotros tenemos el tiempo. Y somos el tiempo que nos queda, como acertó a explicar Caballero Bonald.

viernes, 26 de octubre de 2012

Dos gestos anómalos


Ayer se han producido en España dos gestos extraordinariamente anómalos. Probablemente también se destapó a otro corrupto, alguien metió la mano al cajón y un tercero se lucró con el descrédito de un dinero público mal invertido. Pero los periódicos dan cuenta de dos hechos desacostumbrados que, acaso por esa misma naturaleza, fertilizan la polémica.
Uno es que Amancio Ortega, el quinto hombre más rico del mundo, ha donado veinte millones de euros a Cáritas, la mayor contribución privada que la organización ha recibido en sus 67 años de historia.
El otro es que el novelista Javier Marías ha renunciado al Premio Nacional de Narrativa dotado con veinte mil euros que otorga el gobierno de turno.

A Ortega se le critica que solo le supone un pellizco del 0,05 por ciento de su extraordinaria fortuna. Pero hasta ahora también se le afeaba, como al resto de ricos, que no contribuyeran ni con un duro de más para sortear los adversos efectos de la crisis.

A Marías supongo que no se le perdona que sea capaz de ganarse la vida y el prestigio sin recibir dinero público, y sin la necesidad de sentirse reconocido por el empalagoso almíbar de los halagos oficiales, que acaba por contaminar políticamente a todo el que recibe una medalla a propuesta del partido político gobernante.

Podemos discrepar, censurar, rebatir, criticar, denostar e incluso despreciar sus comportamientos. Pero tengamos en cuenta que más allá de estas acciones impera una inhumana y atroz realidad de la que echamos pestes todos los días. La dubitativa e irresoluta acción del Gobierno, el reiterado descrédito de la gestión política, la usura bancaria y los escandalosos desahucios que generan deudas vitalicias, la paranormalidad de Mariló Montero y su teoría de que el alma humana habita en el hígado de los malvados, los recortes, copagos, privatizaciones, las pensiones menguadas, los salarios reducidos. Y nuestra dignidad de ciudadanos por los suelos.

Probablemente no hay que extenderse en aplausos y agradecimientos. Pero tampoco denostar insólitas iniciativas como que un hombre rico regale veinte millones de euros a los necesitados, y otro hombre ilustrado nos ahorre otros veinte mil euros y una medalla. Lógico. Estamos estupefactos, y tardaremos en asimilarlo. 

jueves, 25 de octubre de 2012

La hija de El Cariñoso


 ‘Pin, no te olvidamos’. A la altura del número 44 de la calle Santa Lucía de Santander una frase pintada sobre un muro todavía hoy, setenta años después, recuerda a El Cariñoso, aquel maquis de San Roque de Riomiera asesinado, en la postguerra, al salir de la buhardilla en la que se ocultaba junto a su compañera María Solano, que fue encarcelada y torturada para forzarla a abortar. 

Es extraño en una ciudad indiferente a una grotesca geografía urbana aún salpicada por la constante memoria de una dictadura cuyo recuerdo no se accede a borrar, como borrado está el de sus víctimas.

La hija de Pin el Cariñoso sobrevivió y hace un tiempo regresó de Estados Unidos, donde vive desde los doce años, para recuperar lo que la dictadura le negó, que es el apellido de su padre. Después de un lastimoso viaje emocional y burocrático, hoy es oficialmente Josefina Lavín Solano, como en realidad siempre fue.

Nació en la cárcel ya derruida de la calle Alta y con dieciocho meses se quedó al cuidado de su abuela Teresa, la madre de El Cariñoso, en Liérganes. Una periodista norteamericana que realizaba un reportaje sobre las mujeres en las cárceles franquistas conoció a la madre de Josefina y al saber que había nacido en Arizona, aunque con pocos años retornó con sus padres a España, se puso en contacto con la embajada estadounidense en Madrid. Salió de la cárcel y como ciudadana norteamericana embarcó con su hija Josefina desde el puerto de Cádiz rumbo a Nueva York.

Ayer, en una pequeña librería de viejo de la Rampa de Sotileza, que es la huella de Pereda y la calle más bonita de Santander -con permiso de la empalagosa postal turística del marco incomparable-, conocí a Josefina Lavín Solano. Un emotivo acto, muy íntimo, celebró la recuperación de su nombre, que es la memoria de su padre que, a su vez, se exhibió en el documental de Vicente Vega.

Es una mujer menuda, de mirada intensa y viva, que se asoma a su pasado con dolor pero sin rencor. Lo que más me sorprendió fue su percepción de España. Piensa que la democracia es un escaparate y se extraña de la falta de derechos de los ciudadanos. Supongo que para una ciudadana estadounidense, o de cualquier otro país incluso mucho más sensato, es incomprensible que no hayan sido juzgados tantos crímenes, vejaciones, expolios y torturas. O que el otro día hayan condenado a muerte por segunda vez al poeta Miguel Hernández, o que aún haya muertos enterrados en las cunetas. La dictadura les negó justicia y la democracia también. Cuando lo cubrió todo con un velo de silencio y olvido, que aún hoy supura dolor.

Josefina Lavín, la hija recuperada de José Lavín Cobo. Al despedirme, llovía. Una cortina de lágrimas acompaña el eco de mis pasos solitarios sobre el empedrado del Cabildo. Es ya de noche. Aprieto el paso hasta el número 44 de la calle Santa Lucía. Y con un bolígrafo que apenas deja huella escribo rabia, impotencia y vergüenza.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Periodismo sin kryptonita


Superman se ha hecho autónomo. Con la que está cayendo ha renunciado a su trabajo como redactor asalariado en el Daily Planet, porque un gran conglomerado multimedia se ha hecho con el control de la publicación y ha impuesto una línea editorial que choca con sus más hondas convicciones. Montará su propio diario o un blog. Y entonces se dará cuenta de que la verdad no le importa a –casi- nadie, y que en su compañía tampoco se llega a fin de mes.

Eso explica que un periodista como Clark Kent necesite ser a la vez un superhéroe como Superman para ejercer con dignidad la profesión, para resistirse a la manipulación, la ocultación y las medias verdades, que son el pan nuestro de cada día en los medios de comunicación. Paradójicamente, los más peligrosos suelen ser aquellos que se tachan a si mismos de independientes. La única verdad es la realidad, defendía Aristóteles. Eso debería bastar para definirse. Y a eso debería ceñirse un periodista, a sabiendas de que una verdad no es un cruce de declaraciones de políticos sobre un tema que les conviene airear, ni una nota de prensa redactada por el protagonista de la noticia, ni la agenda de un presidente, ni la morbosa actualidad de sucesos.

Kapuscinski sostiene que el buen periodismo, además de describir un acontecimiento, explica por qué ha sucedido; en el mal periodismo solo se describe sin ninguna conexión o referencia al contexto.

El periodista reflexiona, critica, descubre, piensa, coteja, explica, investiga, lee, desmenuza, relaciona, cuestiona. En ese proceso, en ese tratamiento de la información, reside la objetividad que, por supuesto, no se limita a contar con toda la asepsia posible lo que opina una parte y su contraria sobre un tema.

Un periodista no aplaude. Ve lo que otros no ven. Y no deja que le impongan lo que es noticia. Hace ruido. Perturba al poder. Desvela. Porque la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio. Y, todo eso, Superman, hay que hacerlo sin Kryptonita.

martes, 23 de octubre de 2012

El cínico Umbral


Paco Umbral decía que escribir era la manera más profunda de leer la vida. Se ponía guapo para escribir, con el batín inglés de terciopelo azul noche y su inseparable foulard blanco. Como si el ornamento exterior determinase a su vez la estética narrativa que sus largos y ágiles dedos construían a impulsos sobre aquella vieja Olivetti, cuya tinta destiló párrafos vitriólicos, lúcidos, críticos. “El cinismo es un gran ejercicio intelectual”, acostumbraba a recitar.

Dicen que fue un ejemplar literario único, poeta y compositor de una prosa lírica fértil que suma 125 libros, extraordinaria, propia, original. Creía que el talento era cuestión de insistencia. Soñó desde niño con ser columnista, como otros anhelan ser abogados o médicos, y según Pepe Hierro lo que de verdad le gustaba era flagelar la estupidez.

Diariamente alimentaba su columna de pequeños detalles, de lo inesperado; lo aliñaba con su lírica elegante y humor, y sostenía que siempre hay que escribir contra el poder. Umbral no dejaba indiferente a nadie. Se definió a si mismo como un escritor hosco y brillante, insolente y un poco rojo. Durante una temporada le dio por beber leche y arrojar a la piscina de su casa los libros que no le gustaban. ‘La madurez no es llegar al orden, sino instalarse en el caos’, reflexionaba.

Explicaba que un periódico tiene dos opciones: ‘Tranquilizar la digestión de sus lectores o ser la espuela de plata mañanera que invite a la gente a vivir, participar y enterarse’. Pero a la vez reconocía que el español medio compra el periódico para tener ideas. ‘Por veinte duros se hace uno socialdemócrata, demoliberal, democristiano, moderantista, neoconservador, liberal de izquierdas, rojo de derechas o partidario del Atlético o el Madrid’, apostillaba.

Enhebraba con brutal ironía las costuras de una columna que destilaba belleza narrativa, ingenio y vida propia, a través de un penetrante y seductor ejército de palabras que resucitaba, creaba o interpretaba hasta bautizarlas en su peculiar lírica, en un credo narrativo extraordinariamente metafórico que todos los días se asomaba, con renovado ingenio, al escaparate de la realidad.

Ayer, cinco años después de su fallecimiento, los políticos de Madrid le organizaron un acto patrocinado por Caser Seguros y Gas Natural Fenosa. “La independencia existe, pero se paga”, como repetía Umbral. Ana Botella aprovechó el momento para adornarse con pluma ajena, y dijo que, hoy, la prosa del columnista haría temblar a los nacionalistas. La tinta del intelectual salpicaría, como acostumbraba, en todas las direcciones, incluida la suya; y pretender lo contrario es desconocer el alma de sus palabras: ‘El periodismo mantiene a los ciudadanos avisados, a las putas advertidas y al Gobierno inquieto’.
‘Yo estoy conmigo y contra mí’. Es la mejor definición de un columnista.

lunes, 22 de octubre de 2012

El hombre del traje gris


El otro día descubrieron a un hombre que llevaba quince años muerto. Tenía el pijama puesto y estaba acostado sobre la cama de su casa, a la que los servicios municipales accedieron por casualidad tratando de solucionar unas filtraciones de agua denunciadas por una vecina.

Vivía en una casa en Lille, al norte del país, y era español. Se llamaba Alberto Rodríguez y habitaba el mundo en una burbuja de soledad tan descomunal que solo la casualidad le ha devuelto al recuerdo. Nadie le echó de menos, nadie le lloró. Ha pasado quince años en silencio y ahora, repentinamente devuelto a la actualidad ha cobrado más notoriedad de la que nunca tuvo en vida. Ha sido precisamente el anonimato de su existencia, exhibido en el mudo letargo de su despedida, la causa que ha forjado el interés por este protagonista, intuimos que involuntario, de esa incomunicación.

Su muerte no desató ninguna reacción. Probablemente hasta habrá seguido recibiendo regularmente su pensión en el banco, a donde habrán sido girados los recibos de luz, agua e impuestos de la casa que tenía en propiedad. Es decir, que su vida ha seguido sin él. Quizá porque ya estaba muerto en vida, ya que para el estado somos ciudadanos, no personas, y seguimos vivos mientras paguemos regularmente nuestros impuestos.

Esta es la historia del hombre del traje gris, en cuya anónima historia hurgan ahora sin pudor los investigadores para despejar la incógnita de quién fue y porqué nadie le añora. Toda su intimidad celosamente preservada en esa soledad está ahora expuesta como un escaparate a la policía, los vecinos y los periódicos, que quieren construir su historia triste.
Aunque quizá se forjó el destino a su antojo. Y quizá amó y fue amado con todo el ardor del que fue capaz, a lo mejor fue extraordinariamente dichoso conociendo, compartiendo. Tal vez la vida le llevó a donde tantas veces había viajado con la imaginación.

Dicen que la soledad es un infierno para los que intentan salir de ella. Pero también felicidad para quienes se esconden en ella.
Montesquieu decía que queremos ser más felices que los demás, pero eso es muy difícil porque siempre les imaginamos más felices de lo que son. Tal vez también cometemos el mismo error con la tristeza y la soledad.

viernes, 19 de octubre de 2012

Bocados de realidad


La realidad es irracional, enunció Hegel. Comulgamos cada día con ello. Hoy dice el periódico que se va a ampliar el aeropuerto de Castellón, para conservar su virginidad porque no ha aterrizado nunca un avión. Casi como la silla de la funcionaria Esperanza Aguirre quien –recién incorporada a su puesto tras treinta años en política- esta semana ha trabajado solo un día, dando ejemplo a los liberados sindicales a quienes tanto criticó de hasta donde llega el liberalismo que abandera, que es a la insumisión laboral. El inefable e inflamable Cosidó, que ordena y manda a las fuerzas de seguridad del estado, ligero forjador de epítetos, podría catalogarla de antisistema.
Leo, además –dos veces, para cerciorarme de que los cereales del desayuno no han sido adulterados con alucinógenos- que el Gobierno de España quiere prohibir que se tomen imágenes de la policía en plena faena de disolución de manifestaciones, entre otros supuestos. Para ello reformarán la Ley de Seguridad Ciudadana porque, en opinión de Ignacio Cosidó –un eminente miembro del Partido Popular forjado al calor de la ardiente fragua de las tertulias de Intereconomía-, “aumentará la protección jurídica de los policías”. Así será más fácil negar la verdad que mostraron las televisiones.
Claro, que la resistencia pasiva también será delito, y se podrá castigar con penas de entre seis meses y un año de cárcel. Cosidó va a conseguir que resucite Ghandi, a quien ya me imagino dando una lección de resistencia pacífica en el plató de ‘El gato al agua’.

Algún listo dijo que la fantasía es como una perpetua primavera. Pues ha llegado con mucho adelanto y ya se respira en este otoño gris. El comisario europeo de salud dimite por tráfico de influencias con una tabaquera, el empalagoso Brad Pitt se ha convertido en la cara masculina de Channel número 5. Cifuentes multa con seis mil euros a la persona que notificó la concentración del 25-S. Un individuo conduce por el carril rápido con un maniquí femenino de copiloto. El rey echa la bronca a Rajoy por pretender españolizar catalanes. Unos ladrones de coches roban por equivocación doce cadáveres en Alemania. Uno de cada cinco diputados de las cortes Valencianas tiene causas pendientes con la justicia. Cospedal propone que los fontaneros sean diputados en sus ratos libres y gratis. Y hemos leído más del mafioso chino Gao Ping que del Nobel Mo Yan.
La única verdad es la realidad, decía Aristóteles. Aunque hoy nos cueste creerlo. 

jueves, 18 de octubre de 2012

Hambre y cebolla


‘Varios tragos es la vida y un solo trago la muerte’. Erró el poeta cuando hizo verso esta certeza. El otro día Miguel Hernández ha sido condenado a muerte por segunda vez. En esta ocasión la sentencia mortal no emana del juicio sumarísimo sin garantías celebrado en 1940, sino del Tribunal Constitucional de la España del siglo XXI, que no ha accedido a anular la condena a muerte, como pedía su familia.
Desapareció en la oscuridad, que dijo su amigo Pablo Neruda, y no ha podido resucitar a la luz de la libertad. Habita el cementerio de los zapatos viejos que él mismo glosó. Y del que no hemos podido desamordazarle para regresarle, en sus propias palabras, de esa memoria podrida en la que respira su recuerdo.

Miguel Hernández fue condenado por delito de adhesión a la rebelión previsto en el Código de Justicia Militar del año 1890 a la pena de muerte, que fue conmutada por treinta años de prisión, que no llegó a cumplir, ya que la enfermedad le mató en la cárcel en 1942.

Cierto es que nada importa ya, cuando no podemos devolverle la vida. Como a tantas otras personas que la consumieron en el irracional ardor de aquella España. ‘Tristes armas, si no son las palabras’, nos dejó escrito. Pero parece que tampoco estamos preparados para devolverle la dignidad. Y eso si enturbia un poco nuestras ínfulas demócratas levemente prendidas por las frágiles costuras de una transición que aún supura demasiado duelo.

La justicia española derrocha recursos en proteger el presunto honor de presuntos famosetes heridos en su presunta dignidad. Todos resarcen sus heridas con dinero. La familia de Miguel Hernández solo busca limpiar su memoria. Y hemos sido incapaces de hacerlo.
Me llamo barro aunque Miguel me llame. / Barro es mi profesión y mi destino /que mancha con su lengua cuanto lame.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Saldos 'made in Spain'


Me he puesto a imaginar que pasaría si Wert y Cifuentes fuesen marido y mujer, y no acierto a calcular los devastadores efectos de una combustión de semejantes principios activos. Cada discusión matrimonial derivaría en un experimento fallido de Quimicefa y estallarían de un bufido los cristales de las ventanas e incendiarían las alfombras con los reproches que escupiesen sus bocas. Desayunarían zumo de limón, no de naranja, para mantener oxidados sus niveles de ácido. Para divertirse, en lugar de karaoke, animarían los postres de las cenas con competiciones de tertulia a lo Intereconomía. Dominarían el mundo con el poder de su anillo de compromiso, él embutido en su papel de celoso Golum y ella vigilando desde la atalaya del ojo de Sauron lanzando orcos contra perroflautas, antisistema y ciudadanos con camiseta sin marca.

Para repeler sus brutales asertos no tendríamos más camino que la diáspora. Rectores, indignados, padres y madres de alumnos, catalanes, parados con derecho a desempleo y niños con tupper caminaríamos al exilio guiados por el juez Pedraz. A la conquista de un paraíso ácrata, un escenario virgen de la influencia de Draghi y sus podridas recetas de recuperación de la senda de crecimiento, que no es más que una travesía sin retorno hacia la tierra oscura, hacia el ombligo financiero del mundo.

Rajoy llamaría a su pueblo. Consideraría esta huida un ejercicio de rebeldía soberanista, y nos aplicaría el método modulado de Cifuentes por el artículo 155. “Se escapan los contribuyentes”, clamaría Montoro. Rubalcaba exigiría el divorcio de Wert y Cifuentes, temeroso de que la alianza amorosa diese como fruto un heredero que capitalizase su brutal genética; y los obispos le satanizarían por invocar la destrucción de la familia. Rajoy meditaría cómo y cuando acudir a rescatarnos, y con su proverbial diligencia, cuando quisiera reaccionar Pedraz ya nos habría conducido hasta ese planeta del sistema estelar más cercano al nuestro, que hoy dice que el periódico que se ha descubierto.  

Allí podríamos construir un mundo sin autonomías ni primas de riesgo, sin más bolsas que las de plástico; sin Falete y sin diputaciones, ni soja transgénica, ni copagos; sin balones de oxígeno financiero ni hilillos de plastilina; sin prepotencia, ni despilfarro. Sin Urdangarín ni Eurovegas. Sin que se dispare el IVA. Un mundo limpio de la apocalíptica charlatanería de Wert y Cifuentes.

Despierto del ensueño. Todo es un chiste. Como ese que empieza preguntando ¿qué hacen un mafioso chino, un actor porno y un concejal en España? Y acaba respondiendo, blanquear dinero.
Lo más desolador que he leído hoy es que antes los chinos se dedicaban a traer productos desde China para venderlos en España. Ahora el viaje es a la inversa, venden productos españoles en China. Y me imagino ese emergente mercado amarillo transitando por bazares de figuritas de sevillanas y toros, exhibidos en el descrédito de los estrechos pasillos de un ‘Todo a yuan’. No me imagino una imagen más decadente para el orgullo nacional de Rajoy. Saldos made in spain. 

martes, 16 de octubre de 2012

Frente al Cantábrico

El otoño empaña Castro con una cortina gris de pequeñas burbujas húmedas que se enganchan con suavidad en mi pelo y que pronto dibujaran bucles en mi estirada melena. Hoy nada de lo que hay en mi es casual. Una pinza recoge un desaliñado moño del que, en apariencia, descuidadamente caen largos mechones lisos sobre mis hombros protegidos por una calida chaqueta de punto, que a su vez envuelve la suavidad de una blusa de seda contra mi cuerpo, y que se desliza con ligereza hasta las rodillas, cubiertas por un pantalón negro que se abriga dentro de unas botas de tacón cuyo sonido acompasado no identifico cuando chocan sobre la solitaria y muda acera camino de la playa.
He ganado al amanecer, impaciente por provocar otro encuentro con el desconocido de la playa. Camino con pasos rápidos, extrañamente firmes para no saber que voy a hacer. Mi respiracion se agita cuando compruebo que alguien se ha adelantado, como delatan las muescas de unos pasos sobre la arena fría. Los tacones no sostienen mi cuerpo sobre la levedad de la playa y se hunden a cada paso restando equilibrio y dignidad a mi forma de caminar.
Reconozco que espero que algo ocurra. Desde esa orilla acariciada por el vaivén del mar que hoy es una silenciosa lamina de plata no acierto a distinguir el rastro del propietario de las pisadas sobre la arena que, ahora caigo, ha dejado sus zapatos junto a un pequeño paquete a los pies de la orilla. Pero hoy el mar no invita a nadar en este otoño enfermo ya de la húmeda efervescencia del invierno.
Me parece percibir el rumor de un ligero chapoteo detrás de las rocas, pero al instante una gaviota rompe la esperanza cuando despega ruidosamente el vuelo. Espero algunos minutos hasta que el frío me empuja a sacudirme la arena de las botas y caminar despacio hacia el parque. Desde la barandilla hay una magnifica vista de la hoy muda ensenada. Ahora si que veo el cuerpo de una persona que se deja mecer por la marea apenas perceptible. Me agacho un poco para mirar entre los barrotes, para robar la intimidad de alguien que no se siente observado.
Aun no puedo distinguir si ese hombre que ahora avanza con ímpetu para conquistar la arena y que acelera el paso sacudiendo las gotas de agua que resbalan por su piel, es el mismo del otro dia. Decido que si. Inconscientemente atuso mi pelo y siento la chaqueta de punto sobre mis hombros.
El hombre aprieta el paso para salir de la playa y abre el maletero de uno de los coches aparcados en el paseo. Le sigo desde la distancia, entre los arboles, donde ahora hacen ejercicios dos señores en chandal, mientras se seca con una toalla vuelvo la vista a la playa gris. Recorro la arena hasta que tropiezo con el. Ni salgo de mi asombro. Hay un pequeño bulto sobre la solitaria arena. Ha tenido que ser el, se ha dejado el paquete sobre la arena. Presumo que voluntariamente. Acierto a distinguir que esta envuelto en una bolsa de plástico que el aire desapacible de la fría mañana mece acompasadamente en sus acometidas.
Cuando vuelvo a mirar hacia el coche, el desconocido se abrocha al cuerpo una camisa blanca que luego esconde bajo la chaqueta de un traje oscuro. Cierra el coche y se dirige a la cafetería de enfrente, sin ni siquiera volver la vista hacia el paquete. Le sigo parapetada ahora tras las gafas de lejos, para poder seguir con nitidez toda la escena. Desde el exterior veo como toma asiento en una mesa que mira a la playa y desde allí revuelve un cafe mientras mantiene una escueta conversación a través de su teléfono móvil. Pasan mas de diez minutos que el entretiene vigilando sin descanso el bulto sobre la arena. Fuera, las gotas de agua van engordando y su helada textura me golpea la cara y las manos. Decido entrar.
Me siento en la barra, de espaldas a la cristalera que vigila al mar y a su mesa. Tendríamos que darnos la vuelta los dos a la vez para podernos  reconocer. Pido un cafe casi en un susurro, aunque no creo que hubiese podido recordar mi voz. Pasa mas de media hora hasta que el sonido de su móvil interrumpe el silencio y mi ansiosa espera. "Ahí sigue", responde enigmáticamente antes de colgar y levantarse. Sospecho que esta conducta es demasiado extraña, incluso para alguien como yo, que venia predispuesta a protagonizar un nuevo y turbador relato. Intento pensar con frialdad. Me parece ridículo pensar que el paquete contiene droga. Pero lo pienso. O el dinero de un rescate.
Ahora me siento incomoda y disgustada. De repente el desconocido se levanta y se gira hacia la barra para pagar. En ese mismo momento alguien pronuncia en voz alta mi nombre. Me doy la vuelta despacio, con cierta reserva. Pero mi amigo de la facultad viene hacia mi y me saluda con jovialidad. Es verdad, la cita. Ya es la hora. Vuelvo la cabeza hacia la barra y cruzo la mirada con el desconocido que la absorbe con indiferencia. No es el, compruebo desconcertada mientras sale de la cafeteria con paso acelerado. "Carlos no puede venir hoy. Me aviso ayer por la noche. Pero podemos avanzar nosotros, ¿Empezamos?".
Salí corriendo de la cafetería mientras escuche como a mis espaldas caía el bolso derribado por la rapidez de mi huida. No escuchaba nada, ni las llamadas de mi amigo, ni el rotundo golpe de mis tacones sobre la acera. No sentía la lluvia que empapaba mis lentes de miope. Llegue a la playa respirando alivio cuando vi que seguía ahí. Desenvolví el paquete con ansiedad. Leí la nota prendida de un ramillete de flores secas. "Te espero en el próximo amanecer".

lunes, 15 de octubre de 2012

La tierra prometida


Ícaro quiso volar por encima de las nubes para alcanzar el paraíso, y el austriaco de apellido impronunciable ha hecho el viaje inverso para estrellarse sano y salvo sobre la tierra. El austriaco valiente emuló ayer el vuelo del hijo de Dédalo al revés, es decir, cuesta abajo, como la realidad que nos rodea, como la descendente curva de infelicidad, decrecimiento y déficit. Flotando en esa caída libre que es un poco lo que hacemos todos, caer y caer arrastrados por el descrédito moral y financiero hacia un pozo de dimensiones estratosféricas.
Tal vez por eso nos identificamos con la hazaña y todos somos un poco protagonistas de ese viaje simbólicamente compartido hacia la incertidumbre. Hemos bajado de la nube y aspiramos a aterrizar en la realizar, a tocar fondo para emerger revestidos de alguna esperanza. Como la que pretenden conquistar el millón de personas que en el último año y medio han salido de España. Una diáspora forzosa en busca de un futuro. Con seguridad, el peor pecado que un hombre puede cometer es no haber sido feliz. Por eso tal vez algunos de los que hasta ahora ejercían de perennes ciudadanos españoles no temen reconvertirse en nómadas, para dejarse llevar por otras geografías salpicadas de oportunidades para vivir. Son aquellos que no se conforman con resistir.
Hace unos años, no tantos, España se escandalizaba con la llegada de personas de otras culturas, tan poco acostumbrados al mestizaje como estábamos tras décadas de travesías poco alegres. Ahora, cuando muchos de ellos empezaban a construir su nueva vida -sobre los cimientos de barro de la famosa burbuja- levantan de nuevo el vuelo.
Esta vez, en su constante travesía, les acompañan los españoles a la conquista de la felicidad. Incluso algunos de aquellos que pretendieron cerrarles las fronteras.
Dicen que el viaje más largo es el que empieza con el primer paso. Con esa derrota al miedo a cambiar de escenario, que no es cambiar de vida, sino empezar a vivir de nuevo. Fabricarse unas alas nuevas para volar por encima de las nubes, pero esta vez, sin acercarnos mucho al sol para no cegarnos con el resplandor del paraíso capitalista del libre mercado.

jueves, 11 de octubre de 2012

El supermercado español


El desfile militar colapsa mañana Madrid sin que Cifuentes haya aplicado modulación alguna al rito que este año nos cuesta 900.000 euros, frente a los 2.800.000 euros del año pasado. El fantasma del rescate, sumado a la tristeza financiera y emocional, no ahuyenta la celebración del Día de la Fiesta Nacional. Precisamente hoy que estamos a un paso de ingresar en el estercolero de Europa, según sentencian los opacos examinadores estadounidenses ante quienes se arrodillan dirigentes políticos y financieros con más devoción que los fieles vaticanos ante Benedicto, y cuyos intereses nadie desenmascara.
Argumentan que el Gobierno ha perdido margen para las reformas por el rechazo social, que no se creen los presupuestos y que desconfían del compromiso de la Unión Europea para ayudar a España, esa marca que ahora defenderá en el exterior Esperanza Aguirre como funcionaria por tres mil euros al mes.
La descalificación de país basura que nos aplican huele tan mal que la semana que viene Botín lanza una insólita campaña publicitaria para animar a los ciudadanos; aún no ha trascendido en qué términos.

Para insuflar confianza mañana daremos el espectáculo en Castellana con el deseo de que quienes cortan el bacalao financiero no reparen en las páginas de sucesos, que orquestan un pentagrama de pandereta. Ayer robaron en la Audiencia el disco duro con los secretos del caso Faisán. De aquí se llevaron artículos más prácticos, como siete ordenadores de un instituto de Reinosa y 400 kilos de cobre en Igollo, que dejaron a oscuras la autovía. Hace días desvalijaron cuatro casas en Polanco. El otro día robaron una vivienda en Reinosa y los ladrones, sorprendidos por la dueña, huyeron por la de al lado, que curiosamente era el cuartel de la Guardia Civil, donde los cuerpos de seguridad del estado, en ese momento, soplaban las velas de un cumpleaños.

Hoy la Guardia Civil pide ayuda a los ciudadanos. “Que nos llamen al 062, podemos enviar una patrulla inmediatamente”, dice el coronel jefe. La semana pasada un señor de Reinosa se tropezó con cuatro ladrones que le atacaron con un hacha y tardaron cuarenta minutos en llegar. Otro vecino informó a las doce de la noche de un robo en su domicilio y la patrulla se presentó a las ocho y media de la mañana.

De repente, acaso contaminadas por el espíritu de la crisis que justifica injustificadamente que nada funcione en España, las fuerzas de seguridad del estado se han contagiado de la falta de diligencia de las urgencias de Valdecilla. 
Parece ser que se ha convertido en costumbre apelar a que los ciudadanos arrimemos el hombro para cualquier cosa, admitiendo que ningún estamento funciona como debiera. España es ya un gigantesco autoservicio en el que cada uno se busca la vida. Se contrata un seguro médico privado, colegio de pago, un plan de pensiones, una alarma antirrobos, seguro de vida… llevamos la fiambrera de casa al colegio y al hospital, nos pagamos las medicinas, y cualquier día nos reclutan por sorteo para sacudir las alfombras de los bancos.

Para frenar este desvarío, en Santander los políticos van a instalar un cerebro inteligente que, falta hace, y que tal vez desentrañe el conflicto de si los niños catalanes tienen que querer más a papá estado que a mamá Cataluña. A eso estamos, a intervenir corazones para imponer sentimientos. Qué rescate tan peculiar el de esta España que hace poco aprobó su séptima ley de educación, porque ninguna ha dado los frutos deseados por determinados políticos. Fabricar ciudadanos a su imagen y semejanza, conscientes de que, como formuló Kant, el hombre no es más que lo que la educación hace de él. 

miércoles, 10 de octubre de 2012

Pagar más por menos


Lo vecinos de Iguña y Anievas están dispuestos a pagar por tener médico los fines de semana. Esta insólita iniciativa, cuando hoy se adelgazan las economías familiares, debería provocar un embarazoso sonrojo a nuestros gobernantes cántabros que –precisamente ayer- presumían de que este mes nos han ordeñado 1,4 millones de euros más en concepto de céntimo sanitario. Mucho menos de lo que pretendían sus equivocadas previsiones de usura, dicho sea de paso.

Un dinero que se ha invertido en cerrar los centros de salud a las cinco de la tarde, pese a que al menos, en el de Isabel II, la atención primaria lo es de verdad -en su acepción de primitiva- porque tardan seis días en darte cita.
El céntimo sanitario también ha servido para rescindir 372 contratos en Valdecilla, para que el nuevo caparazón del hospital mantenga la desorbitada dilación a la que nos hemos acostumbrado, y para bajar un 15 por ciento la prestación de los cuidadores de la dependencia, entre otras insólitas innovaciones. Los parados que no perciben subsidio y los autónomos que causen baja se quedan sin tarjeta sanitaria; una medida que no solo afecta a las personas sin nacionalidad española como muchos desinformados piensan. Y las medicinas nos cuestan más. 

Para eso pagamos 4,8 céntimos más por cada litro de gasolina. Cada vez nos cuesta más caro que nos traten peor.

martes, 9 de octubre de 2012

Ahora que las letras no viajan en papel


Hoy he leído que se celebra el Día Internacional del Correo, y no he tenido que esforzarme por rescatar del álbum de recuerdos cuando fue la última vez que eché una carta al buzón.
Era un amargo septiembre. Ese otoño que conquista los últimos días de verano a la orilla del Cantábrico había oscurecido aquella tarde ya fría. Me abrigaba un jersey de punto de cuello alto. Aún puedo sentir su tacto sobre mi piel. Negro. Como el áspero regreso a Santander que apagó la luz de ese cálido septiembre en Madrid. Volver. Diecisiete años más tarde ese retorno aún fue un error. Fue la última vez que escribí una carta. Aún hoy soy capaz de reproducir su contenido en mi memoria con extraordinaria lucidez, tal vez porque arañé el papel con palabras amargas y desordenadas que fueron envenenando párrafos, brotando a borbotones. La escribí con urgencia, con la misma diligencia la envolví en el sobre y lamí sus labios acres para sellarla, para que aquella intimidad que respiraba no escapara por ninguno de sus poros. Apenas cinco minutos más tarde la entregué con decisión a la boca del león del buzón de Correos, ahora tan hambriento de correspondencia.
Después regresé a casa. “Te he mandado una carta”, le dije por teléfono. Nos escribimos esas cosas que nunca nos dijimos, y de las que por supuesto nunca hablamos. Antes el tiempo transcurría más despacio; y la distancia, las ausencias y las esperas fracasaron una relación extraña que solo asomaba en las letras. Hoy la respuesta a mi carta, dos folios gastados por sucesivas lecturas y miradas, se guarda al calor de una vieja caja de zapatos forrada con papel de regalo, arropada por docenas de sobres con sus sellos gastados, correspondencia sentimental que aún cruje cuando la releo, cuando me parece descubrir en ellas una nueva lectura, un nuevo matiz. Si mi vida prendiese en llamas me abrazaría a esta caja de zapatos llena de palabras.
Ahora que las letras ya no viajan en papel. Ahora que no se envuelven en cálidos sobres que se van curtiendo en el trayecto y que llegan a las manos del destinatario con huellas y olores ajenos. Ahora, todos los septiembres, cuando prende el otoño, transito por pretéritas veredas. Cada vez con más melancolía y menos entusiasmo.
Petronio decía que escribir una carta es una excelente manera de trasladarse a otra parte sin mover nada, salvo el corazón. Un pedazo del mío viajó en aquella carta, a cambio, custodio otro trozo del corazón de aquel raro destinatario.

lunes, 8 de octubre de 2012

Un país no es una patria


‘Votar por mí es votar por la patria’. Hugo Chávez, el cuestionado líder venezolano, ha enarbolado esta aparatosa bandera nacionalista para enfrentar la batalla electoral finalmente vencida, que deja un país quebrado entre el amor y el odio a un personaje cuyas excentricidades, retirado Fidel, conquistan la atención mundial.

Chávez rubrica un ejercicio de absolutismo patriótico que capitaliza para si el concepto de nación, en una mímesis irracional que identifica patria y salvador en una única persona, que casualmente es él mismo. El único caudillo capaz de defender la patria, que no es exactamente lo mismo que el país. Viene a ser algo así como la tenue pero existente distancia semántica entre el pueblo o el vecino enfrentado al concepto de ciudadano.
Una patria es más que un país, porque es un pedazo de tierra capitalizado por unos patriotas imbricados en él por la fuerza de un golpe emocional –heredado o aprendido-, un laberinto de pasiones larvadas en unas constantes, unos símbolos que les hacen iguales. La patria es espíritu, que decía Maeztu.

Para otros existen los países, no las patrias. El territorio que habitamos entre veredas y océanos sobre un mapamundi donde unas isobaras invisibles trazan imaginarias fronteras administrativas que nos separa de otros países, por los que también deberíamos poder pasear sin sentirnos ajenos. Habitamos un espacio solo por casualidad y deberíamos aprender a huir del patriotismo de postal que nos ata a la tierra que otros defienden con ese ardor patriótico novelesco, extraviado, inútil y castrador.

Dicen que patriotismo es creer que nuestro país es superior a todos los demás solo porque nosotros nacimos allí. Aquí también algunos se dan golpes de pecho con ardoroso frenesí y quieren imponer que todos los ciudadanos de este país sean, además de eso, patriotas, invadiendo esa intimidad que nos les pertenece, que es el corazón. Un país no es una patria. Todo lo más un trozo de piel donde conviven ciudadanos con sus patrias chicas.
El economista inglés Henry George se preguntaba cómo se puede decir a un hombre que tiene patria cuando no tiene derecho a una pulgada de su suelo. Es una buena pregunta para todos. Para los que quieren conquistar la independencia y para quienes la frenan, ambos con idéntico ardor patriótico. A ver donde tenemos asiento quienes solo ejercemos de ciudadanos y nunca conseguimos billete en preferente. 

viernes, 5 de octubre de 2012

'Modular' a los políticos


El partido de Gobierno dice que el juez Pedraz es un indecente pijo ácrata, por afirmar que la clase política está en decandencia –si no lo estaba, ya lo está tras pronunciar estas descalificaciones ayer un diputado del PP-, y por no imputar a los cabecillas del 25-S que es, en origen, el verdadero problema de estos señores: Que el auto del magistrado no les ha dado la razón.

Las sentencias y pronunciamientos judiciales hay que acatarlos con independencia de la satisfacción personal que nos producen. Se puede discrepar de ellos, pero no con esos términos tan soeces, desacreditando al juez en vez de rebatir los argumentos del auto, porque se corre el riesgo de incurrir en lo mismo que se pretende denunciar.

Más grave es el hecho de que la crítica salga por boca de un señor –el diputado del PP Rafael Hernando- conocido ya por su comportamiento poco edificante, como puso de manifiesto cuando hace unos años, en 2005, intentó agredir a Rubalcaba al término de una comisión parlamentaria.

Pero lo realmente alarmante es que el vodevil pone en evidencia el escaso respeto del actual Gobierno por la división de poderes del Estado. Hasta tal punto, que el ministro del Interior y la delegada del Gobierno desde el minuto cero imputaron públicamente -por su cuenta y riesgo- de un delito contra las instituciones del Estado a los cabecillas del 25-S que, finalmente, el juez –el único que tiene potestad para hacerlo- dictó que no era tal, con una serie de argumentos que ahora se esconden tras esa alusión, probablemente poco adecuada pero a la vista está que certera, sobre la decadencia de la clase política.

Así, durante estos días, los poderes ejecutivo y legislativo –concretamente el señor Hernando, depositario de la soberanía nacional de la que tanto presume desde su escaño- han interferido con increíble y absoluto desparpajo en decisiones que atañen al poder judicial, sobre el que intentan influir con un descaro impropio de un país democrático.

Para aderezar aún más el sainete, la presunta defensora del Pueblo –también del Partido Popular- la ex ministra Soledad Becerril, se estrena pretendiendo actuar contra el juez. Lo que pone en evidencia que aún no se ha estudiado con el debido rigor las competencias de su cargo y, por tanto, desconoce que su deber es defender los derechos de los ciudadanos, no los intereses políticos del gobierno de turno o de la clase política.

En boca de Hugo Chávez, los calificativos intimidatorios que lanzó ayer el diputado popular al juez de la Audiencia Nacional, serían un escándalo internacional. Lo cierto es que coloca una vez más en el escaparate del ridículo y el descrédito a toda la clase política que hoy le aplaude con calculado corporativismo, puesto que todos naufragan en el mismo mar.

Guindos se cae del idem y dice ahora que España no necesita un rescate, el alcalde de Noja dice que su sueldo de dos mil euros es lo que cobra una asistenta, Roma prohibe comer y beber en las calles del casco histórico y los obispos se manifiestan por la unidad de España. Y, ojo, que lo mismo mañana 'modulan' a Pedraz y se acaba la rabia. 

jueves, 4 de octubre de 2012

El voto de Homer Simpson


Homer Simpson ha votado por Ronmey, porque la mujer de Obama es una fanática de las verduras –y al padre de Bart le repugna la comida sana- y porque, tras la polémica reforma sanitaria del actual presidente, el abuelo sigue vivo, ha explicado en el inicio de la nueva temporada de la serie.

Hay muchas explicaciones sobre el trasfondo mental que incita al voto. Pero muchos ciudadanos comparten la motivación de Homer: Votar contra lo que no les gusta, por descarte. Michelle come alcachofas y a mi me van los donuts, luego entonces voto a Mitt.
Con estos mimbres, esta desafortunada elección entre lo malo y lo peor, tenemos que ir superando etapas democráticas; aún a sabiendas de que nuestro voto no ha ido a parar a nadie en quién confiemos, sino a quien se muestra menos agresivo con nuestros intereses y convicciones. El ejercicio en las urnas sirve para reprender pero pocas veces para reforzar unas convicciones, excepto para un limitado ejército de convencidos y contribuyentes de la cuota militante.

Probablemente este singular sistema de selección es herencia e influencia de la propia conducta política, cuyos líderes apelan constantemente al ‘y tu más’ cuando son pillados en falta. Este método genera una pestilente pirámide de despropósitos, que equivale a entablar una estúpida competición por ver quién lo hace peor, y que es moneda de cambio común en el debate político, si es que aún se puede denominar así.

Dicen que nuestro cerebro está educado para escuchar solo lo que quiere oir, lo que contribuye a minorar la eficacia de los mensajes y campañas políticas. Así, los convencidos, por tanto, se tapan la nariz e intentan buscar en las filas de la competencia política, otra equivalencia, otro ejemplo, que huela igual de mal o peor.
El resto de ciudadanos no siempre realizamos un escrutinio intelectual. Más bien nos conformamos con contribuir a que determinados partidos se alternen en el poder, fruto del desencanto que nos hace percibirlos como iguales. E incluso cabe la posibilidad, de que si ningún partido político nos ha provocado suficiente indignación como para votar a su contrario, simplemente nos quedemos en casa y optemos por la abstención, ignorando que también es una fuerza decisiva por lo que de alguna manera estamos manifestándonos en contra de nuestra voluntad.

No se por qué presumo que en esta ocasión las elecciones norteamericanas se decidirán por este primario sistema de selección. Porque los ciudadanos progresistas no tienen opciones, ni candidato que les represente. Nadie ajusta cuentas a Obama de su verdadero fracaso, que no es la economía, ni el seguro médico, sino su rotunda traición a los valores que le hicieron presidente hace cuatro años, y que le condecoraron –a la vista está que con demasiada ligereza- con la ejemplar medalla del Premio Nobel de la Paz, galardón que ha deshonrado sin sonrojo y sin consecuencia política alguna, que es tal vez lo más pasmoso.

Aspiró a cambiar el mundo con las palabras. Hasta que ganó las elecciones y salió a reducir ese acerado corazón de barras y estrellas que –casi- todo patriota norteamericano lleva dentro. Ese otro Obama –muy distinto al cálido y didacta defensor de los derechos humanos- que tuvo la sangre fría de ordenar y ver en directo el asesinato del terrorista Ben Laden. Lo que, por desgracia, le convirtió en su igual. En una persona que renuncia al estado de derecho para librar las batallas con la violencia de sangre y fuego que tanto parecía abominar.  

Obama confundió la justicia con la venganza. Asesinó al terrorista, en lugar de detenerle y juzgarle. Y ahora amenaza con abundar en el error en un nuevo escenario. Prometió justicia para el embajador estadounidense asesinado en Libia por el grupo Ansar Al- Sharia, simpatizantes de Al Qaia. Pero en realidad planea ejecutar una nueva venganza con sello yanqui, y prepara un conjunto de represalias por el atentado. Un plan del Pentágono y la CIA que incluye bombardeos con aviones sin piloto.

Cuesta asimilar que la ciudadanía estadounidense, aún adormecida por la promesa incumplida del sueño americano, no se haya despertado del encantamiento para exigir, con la contundencia que la acción merece, responsabilidad al pacifista y Nobel Obama que ha jugado a la guerra con más determinación y encono que George Bush –padre e hijo-, quienes con sus aventuras militares se limitaron a cumplir lo que ya avanzaron en sus promesas electorales, por muy deplorables que fuesen sus acciones.

En realidad, a la hora de votar muchas veces no buscamos razones sino excusas. Por eso habrá quien siga confiando en Obama, fingiendo que su oponente es peor. Tal vez, a falta de una opción mejor, voten lo que voten, estarán equivocándose. Eso sí, de forma absolutamente democrática. Y como dice Paul Auster, para los que no tenemos creencias, la democracia es nuestra religión. Y es, a la vez, el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás, en palabras del archicitado Churchill. Eso sí, Homer Simpson corre el riesgo de que le gobierne el marido de una fanática del brócoli.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Mar de otoño

He madrugado y estoy en Castro. Pisando la arena fría del otoño que parece salir de ese mar gris infinito cuyo final me entretengo en imaginar. Soy la primera que estropeo la tersura de la arena planchada por la maquina de la limpieza, mientras las olas se apagan con suavidad conquistando cada vez mas playa. Me salpican algunas gotas frías de ese mar que se abraza a la arena y que en cada batida se va acercando mas a mis pies.
No hay nada que perturbe este paisaje, lejos de su estampa bulliciosa del verano, que ahora poseo para mi sola y cuya humedad y frío me van penetrando, haciendo que olvide por que he venido hasta aquí.

Camino a la vera de este mar hoy tranquilo, que se mece con suavidad sobre mi solitario paseo, que ruge con animo desmayado y que se confunde con un cielo gris que hoy no despertó al amanecer.
La sensación del frío en mis pies desnudos me hace andar ligera. Me desprende del ruido y me atrapa. Siento la necesidad de fundirme en el, de provocar una sensación sobre mi cuerpo acostumbrado al calor. Nadie sigue mis pasos. Nadie sabe que estoy aquí, aunque cualquiera podría estar recorriendo mis pasos con su mirada, detrás de una de esas ventanas que miran al mar.
Aun así siento que mi intimidad esta protegida. Porque no necesito dar saltos, ni gritos, ni competir contra mi misma en carreras estúpidas. Solo voy a dejar los zapatos en la orilla y caminar abriendo un sendero entre este mar que se me echa encima, que me recibe con suaves abrazos de espuma, solo quiero dejarme mecer por su vaivén helado que despierta y sacude mi cuerpo antes dormido bajo la ducha caliente.

Nado hasta el extremo de la playa, rodeando las puntiagudas rocas entre las que se cuelan las olas dibujando entretenidos laberintos de espuma. Una gaviota impertinente quiebra el silencio de este amanecer sin colores y sin luz. Es miércoles. Nadie planea nunca empezar una nueva vida en miércoles. Pero las cosas siempre suceden de manera imprevista, en los momentos y en los días grises del calendario.

Hay alguien que me mira. Alguien que ha caminado en paralelo a la sombra de mis huellas sobre la arena. Me basta un vistazo rápido para comprobarlo. Escucho detrás de mi sus brazadas enérgicas, que aplastan con determinación la lamina de agua sobre la que yo ahora floto en silencio. Sus zapatos descansan en la arena, a pocos metros de los míos, perfectamente colocados, con las puntas mirando al mar. Los míos me esperan al revés, esperando ser calzados para despedirse de la arena y caminar en otra dirección.

De repente me siento molesta. El desconocido se acerca cada vez mas, y estoy cansada de resistir el afán del mar por empujarme a las rocas. Necesito volver. Me giro con determinación y el mar me responde con una ola mas fuerte que nos desnuda a la mirada del otro, que nos deja frente a frente escupiendo el agua que nos ha vencido. Alguien grita desde la orilla. Un señor con un perro que corre en círculos y ladra con escándalo pregunta si necesitamos ayuda. Ninguno de los dos contesta. En un ataque de verdadera estupidez femenina me preocupo por como tengo el pelo.
Otra persona emerge de las rocas y saluda con el brazo en alto, entablando una ruidosa conversación con una señora que desciende a paso ligero y con ropa deportiva la ladera verde que cuelga sobre la playa. El mar y el cielo se despiertan y comienzan a separarse en el horizonte, y cada uno se viste con un color diferente. A la carretera antes silenciosa se asoman ahora mas coches, cuyo ruido empaña el rugido del mar, que ahora suena con menos vigor. Alguien sacude una alfombra desde el quinto piso del edificio frente al que nadamos. Volvemos juntos a la arena, despacio, mientras se despiertan las persianas de los edificios y la playa se va llenando de corredores en pantalón corto. El mismo mar que antes me llamaba, ahora me expulsa con una rabiosa sacudida de espuma. Nos miramos de reojo mientras intentamos secarnos. Espero que no perciba que lo estoy haciendo con un floreado pañuelo de cuello que luego escondo en el fondo del bolso.

Ya no puedo volver sobre mis pasos, porque estos se confunden ya con una decena de pisadas. No me despido del desconocido, con quien no he cruzado palabra. Abandono la playa con paso ligero y en el baño de la primera cafetería que encuentro intento limpiar mi piel de pegamento de salitre que ahora, seco, me resulta molesto. Me lavo la cara y me seco el pelo con el aire del secador de manos. Me pongo colorete y me aplico la barra de labios frente a un espejo desconchado y ahumado, que afortunadamente no me devuelve un reflejo muy nítido.
En dos minutos llego con tiempo de sobra a la cita. Me pido un cafe. Abro el periódico y lo vuelvo a cerrar. Pienso en los políticos dando sus ruedas de prensa; en el rescate; en Cifuentes, que habrá madrugado mas que yo para retocarse el rubio en la peluquería; en el nuevo escandalo político en Valencia; en los contenedores inteligentes de basura de Santander, hasta en los mercados financieros. Absurdas preocupaciones que no existían dentro del mar.
Llega mi cita, un compañero de la facultad con su cliente que me tiende la mano. Agradezco que no intente besar mi cutis salado. Le acerco la mía con energía y ambas se funden en un cálido abrazo que huele a mar. No nos atrevemos a mirarnos durante el resto de la reunión. Hablamos como dos extraños, representando cada uno nuestro papel.   En lugar de solucionar el asunto que nos ha traído hasta aquí, ambos coincidimos en convocar una nueva reunión. La semana próxima. Aquí, abrazada al mar de Castro en otoño.

martes, 2 de octubre de 2012

Bendito sea el caos


Hay que ver lo que nos hemos reído en este país de Berlusconi, cuando cambiaba las leyes a su antojo para superar ilegalidades. Ahora que ya somos como aquella Italia de pandereta, me temo que no nos hace tanta gracia. El Gobierno español coincide con Putin en que Rusia y España tienen demasiada libertad de expresión. El líder ruso ya está corrigiendo el vicio limando con dureza, desde hace años, cualquier intento de excesiva democracia. Tan equivocado está el libre albedrío del pueblo que ha tenido que intervenir para forjar un resultado electoral favorable a su persona.
El Gobierno de Rajoy –o al menos su portavoz para asuntos internos, la delegada Cifuentes- ha advertido hoy que sopesa hacer cambios legales para ‘modular’ el derecho de manifestación. Porque, al parecer, es la única manera de legalizar los métodos represivos que obliga a utilizar a la policía en las concentraciones contra el Gobierno.

Fue Noam Chomsky quien dijo que si no creemos en la libertad de expresión para la gente que despreciamos, no creemos en ella para nada. Ahora que ha tocado poder, Cifuentes cree que la Ley es muy permisiva con el derecho de reunión y manifestación que disfrutó para sí cuando ejercía la oposición. Pero ya lo advirtió ayer Lassalle. Según su teoría, las leyes están por encima de la voluntad del pueblo, y también por tanto de la de esta señora.

Aún así, resulta sorprendente el protagonismo de la delegada del Gobierno en Madrid que, por la soltura con la que se conduce y los silencios de Rajoy, parece haber tomado las riendas del país. En realidad es como un tres en uno, porque además de su cometido parece capaz de fagocitar las competencias de los ministerios de Interior y Justicia. Al menos solo cobra un sueldo, no como Cospedal y su obsesión por no pagar a los diputados mientras ellas percibe tres salarios y enchufa al marido en un consejo de administración.

Legislar a la medida de los intereses políticos del gobierno de turno –en este caso para intentar reprimir manifestaciones- no es precisamente democracia. Son prácticas abusivas que tienen cabida en otro tipo de sistemas políticos o, cuando menos, que evidencian un notorio deterioro del mismo. El efecto, además, es contraproducente. Obligará a los ciudadanos a sumar una nueva causa para salir a la calle.

Lo que es terrible es que los fanáticos dibujen los límites de la libertad de expresión. “Bendito sea el caos, porque es sinónimo de libertad”, decía Tierno Galván. 

lunes, 1 de octubre de 2012

Los que aplaudimos poco


Precisamente hoy que ha muerto el historiador Eric Hobsbawm ya es urgente resucitarlo. Para corregir la equivocada ligereza con la que José María Lassalle, el peón ministerial del amargo ministro Wert, hoy, en una tribuna de opinión, censura y desacredita las manifestaciones ciudadanas que su partido ha disuelto a golpes, muy lejos del talante democrático que predica para protegerse de ellas.

Cuando, por mucho que se ha leído y memorizado, se confunde la mayoría absoluta con el absolutismo es normal que el señor Lassalle defienda que los ciudadanos (pueblo, lo llama él) únicamente puedan abrir la boca cada cuatro años en las urnas, donde con frecuencia se les da a elegir entre lo malo y lo peor.
En esos periodos valle, de cuatro años de legislatura, no podemos protestar, ni exigir dimisiones –como por cierto hacían ellos, día si día no, con el anterior Gobierno socialista-, ni manifestarnos contra las instituciones del Estado, ni discrepar de sus decisiones. Estamos obligados a ejercer de mudos espectadores, ese es el concepto de la democracia participativa que se ha forjado Lassalle en sus horas de biblioteca.

La voluntad del pueblo –sostiene- no está por encima de las leyes. La frase queda muy redonda, mientras se pase por ella solo de puntillas. Porque, en realidad, a su vez las leyes emanan de la voluntad del pueblo. Aunque, en realidad, las leyes las hace y deshace a la medida de sus intereses el gobierno de turno y algunos, como el suyo, a golpe de decreto ley, sin ni siquiera permitir que se debatan en el Parlamento, que es ese sitio tan respetable que custodia la soberanía popular, que a su vez les sirve de escudo para justificar que son intocables. Demasiada subordinación de conceptos concatenados para un político, Lassalle, que formula ecuaciones más simples a la medida de los intereses políticos que representa, en un nivel muy inferior –es una lástima- a su alcance intelectual.

Apocalípticamente, teme –así-, el joven profesor, que la masa “derribe la arquitectura institucional que sustenta nuestra civilización democrática”; lo cual es una pretensión demasiado petulante porque, además, de eso ya se están encargando el ministro del Interior, el responsable de la Policía y la delegada Cifuentes, con su bochornosa y escandalosa represión de la libertad de expresión reflejada en el escaparate de los medios internacionales.
Se lamenta, además, el secretario de Estado, de que los políticos sean caricaturizados como una casta parasitaria. Resulta difícil rehuir el calificativo cuando se piensa en el clan de los Fabra –padre y Andreíta-; el alcalde de los Rolex, el ex diputado Bárcenas, el Camps de los trajes, la familia Gurtel, los escándalos de Matas, los viajes y cenas de Dívar, las cacerías en África, los ERES fraudulentos, el agujero de Bankia, la ministra ama de casa que nunca cotizó a la Seguridad Social, el ministro de Leman Brothers… y así en un lamentable y crispante infinito –muy democrático, eso si- donde muchos de los representantes de los ciudadanos hibernan treinta años –como Esperanza Aguirre-, y se van con el futuro resuelto en forma de pensiones o sueldos vitalicios, sin que penalicen las chapuzas realizadas.

Se cuestiona la política representativa, clama Lassalle. No. Se cuestiona a los políticos que nos representan, que es otra cosa. “Podemos cuestionarnos y echar abajo todo lo bueno que ha traído la democracia”, sentencia al final. Podemos cuestionarnos –señor Lassalle- y echar abajo todo lo malo, que de eso se trata.

Hobsbaw decía que a la democracia se la utiliza para justificar las estructuras existentes de clase y poder. “Ustedes son el pueblo y su soberanía consiste en tener elecciones cada cuatro o seis años. Y eso significa que nosotros, el Gobierno, somos legítimos incluso para lo que no nos votaron”, formula.

Contra el apocalíptico Lassalle, el mensaje de Hobsbaw. El mundo necesita recuperar los valores de la Ilustración, para afrontar el futuro. Aquellos que creen en el progreso humano, de toda la humanidad, a través de la razón, la educación y la acción colectiva. Porque sin desobediencia civil, en Estados Unidos los negros seguirían viajando en la parte trasera de los autobuses. 
Lo que nos pide Lassalle es imposible; que traguemos y miremos para otro lado. Eso si que no soluciona nada más que su futuro político.